Pero el siguiente fue uno de los días más taciturnos de su vida. Todo cuanto queda reflejado en la expresión de los estúpidos y en las fotografías que salen mal se manifestó en el rostro de Giovanni durante todo el tiempo que estuvo con Ninetta en el patín.
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Una noche en que dormía con la cabeza casi confundida con el pecho, mientras su respiración agitada hinchaba una tras otra cuatro o cinco esferas de carne confusamente cubiertas por un traje de hombre, su mujer, mirándolo con ternura, suspiró:
—¡El marido!Ninetta se volvió esperando con ansiedad alguna observación poco oportuna.—¡El marido! —continuó la graciosa vieja—. ¿Qué es el marido? Al cabo de treinta años me lo sigo preguntando. ¿Qué es un marido? Los hijos, el padre, la madre son tu misma sangre, ¿pero el marido? A veces resulta muy extraño pensar qué es el marido. Y, sin embargo, se le quiere mucho.
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Por fin se habló de belleza. Algunas buenas personas dijeron: «¡Es maravillosa! ¡Está guapísima! ¡Qué ojos....! ¡Cinco mil liras de traje!». Uno, más fino, dijo: «Va vestida de luz».
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Hay que añadir, además, que la historia más importante de Catania no es la de sus costumbres, ni la de su comercio, ni la de sus edificios ni la de sus revueltas, sino la historia de las miradas. La vida de la ciudad está llena de acontecimientos, amistades, peleas, amores e insultos solo en las miradas que se lanzan hombres y mujeres; en lo demás, es pobre y aburrida. Del secretario de la Provincia, Alberto Nicosia, muerto en la bañera un domingo por la tarde, la señora Peretta, después de cinco días de dolor desesperado, recordó toda su vida y las relaciones que lo unían a ella con estas sencillas palabras: «¡Ah, cómo me miraba!».
Don Juan en Sicilia, VITALIANO BRANCATI