En algunos países luteranos del norte de Europa existen lugares que utilizan el nombre de conventos. Aunque no tienen carácter religioso, están regidos por una llamada priora.
Traducción de Heliodoro Pardo Marcos
Hacia el principio de
Memorias de Africa (la película) hay una escena que me llamó mucho la atención cuando la vi de adolescente: a petición de su futuro amante y para demostrar que es tan buena cuentacuentos como su marido afirma, Karen Blixen les cuenta a los dos (marido y futuro amante) un cuento que va improvisando sobre la marcha a partir de una frase de inicio que le da uno de ellos. Del cuento solo oímos el principio y el final, el resto está resumido en un montaje donde nos muestran a los dos hombres escuchando a la baronesa embelesados. Porque en realidad el cuento es lo de menos; la escena está ahí principalmente para caracterizar a Karen Blixen como una contadora de cuentos excepcional, una especie de Sherezade del siglo XX. Siempre me he preguntado si sus relatos resultaban igual de fascinantes por escrito.
El mono es el primer cuento que leo de ella.
El mono (1933) está ambientado en la primera mitad del siglo XIX y lo cierto es que parece escrito en esa época o incluso un siglo antes. Blixen escribe como si nunca hubiese existido Chéjov. Se suele decir que el
Quijote es la primera novela moderna pero cuando la leemos no podemos evitar percibir su lejanía: las cosas ya no se hacen —ni se dicen— así y nos falta el contexto para entender bien todas las referencias. Pues algo parecido ocurre con el cuento de Blixen.
Para empezar, está lleno de bultos. Todos esos consejos de los cuentistas del siglo XX sobre arcos que se tensan en la primera frase y flechas que atraviesan el aire hasta la diana del punto final, todos ellos, a la mierda. Aquí cada personaje que asoma por el horizonte parece tener su propia línea argumental y el narrador nos la empieza a contar, aunque después ese personaje no vuelva a salir y su historia no se resuelva. Los propios personajes intercalan anécdotas que no se sabe muy bien si vienen a cuento o no (... aquella curación milagrosa que presenció una vez el obispo de Lyon...). Todo esto hace que no sea fácil percibir la forma esencial del relato. Uno no llega a estar seguro de qué es lo que le están contando.
Por otra parte, hay bastantes referencias clásicas —frases en latín, poemas, personajes mitológicos— que distancian el relato de la sensibilidad moderna. No son citas eruditas de un narrador contemporáneo (esto no es como leer a Borges) sino que se acerca más a esa sensación de lejanía que tenemos hoy cuando leemos al Arcipreste de Hita y su
Libro de Buen Amor, plagado de referencias a la cultura de la época.
¿Y gótico? ¿Es gótico? Bueno, es gótico porque transcurre en un mundo en el que laten fuerzas oscuras pero no tiene la parafernalia habitual del género. No hay catacumbas, ni ruidos nocturnos, ni bosques tenebrosos. Lo sobrenatural no anticipa señales inquietantes antes de aparecer, los personajes no tienen conductas morbosas (al menos en apariencia), ni la narración se regodea en el horror. No creo que a Tim Burton le interese adaptarlo.
¿Me leeré los otros seis cuentos? De momento, no. Este no ha llegado a aburrirme (Blixen se va sacando cosas de la manga a cada poco) pero tampoco me ha fascinado. En cambio, sí me apetece releer
Memorias de África.