A todos nos gusta tararear ahora la síntonía del programa pero recordemos bien, amiguitos:
- Las tramas de los electroduendes eran chorras y repetitivas. Como marionetas tampoco valían gran cosa: feas, rígidas y cutres (España, cuna de los Aurones). Su única gracia estaba en la forma de hablar. Cuando empezaron a ponerlos solos por las tardes, sin el acompañamiento del resto del programa, no había quien se los tragase.
Por cierto, siempre que veo a Kate Moss me acuerdo del hada.
- La serie de Alfalfa era un bajón total, si hacía buen tiempo daba ganas de coger la bici y echarse a las calles.
- Las cortinillas aleccionadoras ("Solo no, con amigos sí", "Nunca te acostarás sin saber una cosa más") las repetían hasta la saciedad y eran de risa. En mi cole hacíamos burla de ellas. Eran como de profe progre que escribe cuentos infantiles muy fantasiosos y desenfadados pero con mensajito, algo muy de los ochenta (escuela Gloria Fuertes, que era bien maja pero un poco sospechosa vista con ojos de niño). Aquí la responsable:
- En el apartado musical había de todo y también repetían los vídeos ad infinitum. Yo no aguantaba a Santiago Auserón (¿para cuándo un trío con Raphael y Enrique Bumbury?).
- La Cuarta Parte de Gurruchaga tenía algunas de las mejores cosas (fragmentos de películas que se clavaban en la retina: ¡ay!,
Dune) pero también muchas de las peores (los monólogos de Gurruchaga padre eran bastante asquerosillos). En general daba bastante yuyu.
Puede que fuese un buen programa, imaginativo y perturbador, y puede que todos lo viésemos, pero desde luego nadie iba al colegio flipando y comentándolo con entusiasmo (como sí hacíamos, en cambio, con el pinball "un, dos, tres cuatro..." de
Barrio Sésamo, por ejemplo).
Por mucho que ahora reivindiquemos programas "de calidad" (¿
El planeta imaginario?), la verdad es que de niños no éramos gourmets de la tele precisamente.