27 May 2015

Fobias literarias



Volví a mirar la casa, y aunque se alzaba inviolada e intacta, como si la acabáramos de abandonar, vi que el jardín había obedecido la ley de la selva, igual que el bosque. Los rododendros medían más de cincuenta pies, y se retorcían abrazados en extraño maridaje a una multitud de arbustos anónimos, pobres advenedizos, que se agarraban a sus raíces como si se dieran cuenta de su origen bastardo. Se veía un lilo enlazado con una haya roja, y, como si quisiera hacer la unión más fuerte, la hiedra malévola, sempiterna enemiga de lo grácil, había extendido sus zarcillos en derredor de la pareja, que así resultaba prisionera. La hiedra reinaba en el jardín abandonado; sus largas ramas se arrastraban sobre el césped, y pronto llegarían hasta la misma casa. Otra planta, brote espurio del bosque, cuyas semillas tiempo atrás habían quedado dispersas y olvidadas bajo los árboles, ahora marchaba junto a la hiedra, e imponía su fealdad de ruibarbo monstruoso sobre los suaves bancales de césped donde antes florecían los narcisos.

Rebeca, DAPHNE DU MAURIER

[Traducción de Fernando Calleja]


No sé ustedes pero yo estas estampitas vegetales tiendo a leérmelas con el piloto automático, cuando no me las salto directamente.


* Actualización:

Una semana después, sin buscarlo, me encuentro otro ejemplo casi igual de asfixiante.

Arriba, después del bosque, se extendía un gran brezal, hermosísimo y dorado bajo el cálido sol de verano; lo cubría una tupida alfombra de helechos de la altura de un hombre, con su bella y completa gama de verdes. La alfombra de helechos estaba salpicada de calveros de hierba sedosa, fina como el pelo de una mujer e igual de tentadora. Grandes árboles silenciosos se alzaban solemnemente en las colinas, valles y laderas: robles, hayas, castaños, abedules y fresnos. Entre ellos campaban a sus anchas, como niños, los árboles jóvenes: matorrales de roble enano y fresno arribista, retama espinosa, endrino, rododendro y castaño. Y elegantes retoños de plateado abedul alzaban sus ramas separadas y poco pobladas con el primor de un escaparate selectísimo.

Pero... ¿quién mato a Harry?, JACK TREVOR STORY

[Traducción de Concha Cardeñoso Sáenz de Miera]



Pero... ¿alguien me puede explicar qué les pasa a los ingleses con los rododendros?

24 May 2015

Saqueando blogs: Neorrabioso

Imagínese que es usted escritor y un colega le dedica estas bonitas palabras:

 "... es la mínima cantidad de escritor que puede darse en un escritor".

Digno de una peli de Bogart y Bacall, ¿no? Pues adivinen quién lo dijo y de quién.

¿Ni idea?

La solución la tienen en este valiosísimo blog, junto a otras perlas de semejante calaña que un buen montón de escritores (principalmente hispanohablantes) se han dedicado entre sí.


Twain y el enorme cariño que le tenía a Jane Austen


Otro ejemplo simpático: Ribeyro dice de Salinger:

"¡Qué fatigante resulta Salinger en Franny & Zooey con su pequeña familia de personajes inteligentes! Gide vio justo cuando dijo que no había nada peor que crear personajes intelectuales: sólo se logra hacerles decir asnadas. Qué minucia, además, en su descripción, qué cuidado en hacer cambiar de posición a sus criaturas antes de cada réplica."

Me encanta. Esta gente no necesitaba internet para sacar la mala baba a paseo.

01 May 2015

Simes y nomes del segundo bimestre

Sí o no, sin términos medios, porque estar en medio es estorbar.

  • Lo que sí:

Ampliación del campo de batalla, de Michel Houellebecq

Leer a Houellebecq a la salida del trabajo tiene algo de catarsis. El hartazgo de su protagonista es la válvula de escape de nuestra olla a presión. Sabemos que el pobre tipo siempre va a ir más lejos —más abajo— de lo que iríamos nosotros y eso, la verdad, no deja de ser un consuelo. Esta novela se publicó en 1994 (recuerden: 1992, los Juegos Olímpicos y la Expo). Sorprendentemente, faltaban todavía más de diez años para la Crisis.

La hija del tiempo, de Josephine Tey

En 1990 la Asociación de Escritores de Misterio de Estados Unidos la eligió como la mejor novela de misterio de la historia. ¿Es para tanto? Con todos ustedes, la sinopsis (no sigan leyendo si quieren llegar vírgenes): un inspector de policía convaleciente en el hospital trata de resolver un misterio sin moverse de la cama, un misterio del pasado —cinco siglos atrás— en el que están implicados personajes históricos. En realidad, la novela no es más que una sucesión de diálogos entre dos personajes que desmenuzan un episodio de la historia a partir de las crónicas que van leyendo. No suena demasiado emocionante, no, pero lo es. También sugestiva. Nos invita a reflexionar sobre cómo se escribe la Historia. Diría incluso que activa el espíritu crítico, la inteligencia y la curiosidad. Así que sí, un poquito de reconocimiento sí que se merece.

Curso de librería, de Fernando San Basilio

Segunda novela que leo de Fernando San Basilio. Esta me ha gustado incluso más que Mi gran novela sobre la Vaguada. Es más graciosa, más tierna, más compacta, los personajes se quedan más tiempo con el lector, el argumento está desarrollado con más consistencia, el microcosmos que retrata es más vívido. En definitiva, es más novela (dentro de la modestia sanbasiliana). La lectura que más he disfrutado en lo que va de año.

Un gran chico, de Nick Hornby

Lo cogí para leer en el tren durante una escapada de Semana Santa y me alegra decir que acerté de lleno. En las primeras páginas el lector ya se da cuenta: lo que tiene por delante es una de esas historias de crecimiento personal, donde los personajes acabarán aprendiendo algo sobre la vida, sobre sus semejantes, sobre sí mismos. Se da cuenta, también, de que Hornby le va a llevar de la mano en todo momento, subrayando cada una de las etapas de ese aprendizaje para que no se pierda ni un solo paso. No importa si en el tren te toca cerca un niño chillón, Hornby no va a permitir que te distraigas. Yo abrí la novela nada más sentarme en mi asiento y no la volví a cerrar hasta que el tren llegó a su destino, varias horas después. No me extraña que se considere a Hornby un escritor amable: lo suyo sí que es preocuparse por el bienestar del lector.

Los chicos que coleccionaban tebeos, de Julián M. Clemente y Helio Mira

Para cualquiera que en los años 80 viviese en una ciudad de provincias y coleccionase cómics de superhéroes esta novela es todo un viaje en el tiempo. A mí hasta me ha dado vértigo. Las experiencias de los protagonistas con los cómics —que no tebeos— son tan parecidas a las mías propias que no puedo evitar pensar que, sin saberlo (no había internet), pertenecía a una especie de comunidad. No sé si los coleccionistas de miniteteras de porcelana tendrán una novela que les haga sentir algo así. Deberían.

Guía del autoestopista galáctico, de Douglas Adams

¿Por qué he tardado tanto en leerme este libro, si estaba cantado que me iba a gustar (¡humor inglés!)? Bueno, no estaba tan cantado. Tengo que reconocer que nunca he sido muy aficionado a los libros DE humor. Por regla general, la necesidad de introducir un gag en cada párrafo acaba haciéndolos histriónicos y cargantes. No transpiran bien. Pero este no es el caso de Douglas Adams. En la Guía del autoestopista galáctico hay la cantidad justa de gracias. A un ritmo sostenible, además. No cansa. Creo que se debe en buena medida al equilibrio dinámico entre la narración principal y la multitud de digresiones ligeras que la van interrumpiendo. Los saltos. La sorpresa que espera al final del salto. También ayuda la sorna de Adams, claro.

Oculus, de Mike Flanagan

Hace unos meses, hablando de The Babadook, dije que no me gustaban las escenas —tan habituales en las pelis de miedo— del tipo "¿el filete tenía gusanos de verdad o se lo ha imaginado el/la prota en su descenso progresivo a la locura?" Pero Oculus me obliga a matizar. Esta peli también juega con la confusión entre realidad e imaginación, pero ese juego está tematizado en la historia. La mejor escena de la peli tiene lugar precisamente cuando los personajes toman conciencia de las reglas del juego. Por lo demás, es una peli de miedo normalita, un poco más original que la media.

Big Hero 6, de Chris Williams y Don Hall

Tenía un montón de prejuicios en contra de esta película: es de Disney, gana el Oscar en un año en que La LEGO película (ese festín) ni siquiera entra en las nominaciones, la amistad entre un niño y un robot ya la hemos visto en El gigante de hierro (esa joyita)... Pero no, la verdad es que me ha soprendido. Sobre todo porque consigue algo que hasta ahora sólo conseguía Pixar (y no siempre): que las partes emotivas emocionen. Vamos, que no es Frozen (ese engendro, resultado de destrozar un buen cuento de Andersen con una manga pastelera).

Nightcrawler, de Dan Gilroy

Si jugase a la lotería, le pasaría el billete por la chepa a Jake Gyllenhaal. O mejor, a su agente. ¿Cómo es posible que Jake el Rarito haya estrenado seguidas —¡seguidas!— tres de las mejores películas de lo que va de década: Enemy, Prisioneros y Nightcrawler? ¡Un tío que con 34 años ya tiene a sus espaldas Donnie Darko, Brokeback Mountain y Zodiac..! A mí me ponen delante un pack recopilatorio de Jake Gyllenhaal y otro de Meryl Streep y cojo el de Jake sin dudarlo. Es verdad que también ha hecho mierda (El día de mañana) pero si mantiene el nivel de aciertos de estos últimos años, entonces, amigos, tenemos nuevo culto.

Babysitting, de Philippe Lacheau y Nicolas Benamou

Los franceses también saben hacer americanadas. En este caso, del subgénero cómico "la fiesta se desmadra". A favor: cinco o seis gags bastante buenos, un nivel aceptable en los restantes, buen ritmo, dura lo justo (hora y cuarto) y el recurso del found footage (metraje encontrado) no cansa ni parece tan forzado como en otras pelis (norteamericanas). En contra: la blandura, la moralina. Yo me reí más con Babysitting que con Malditos vecinos, por poner un ejemplo reciente del mismo género y de Hollywood. Para un domingo tonto.



  • Lo que no:

Checkpoint, de Nicholson Baker

Primera decepción con Nicholson Baker. No voy a decir eso de "hasta la peor novela de Baker es mejor que la mayoría". No. Esta no. Esta es mala. Dos amigos hablan sobre Bush Jr. y la Guerra de Irak: no les gusta ninguna de las dos cosas, están enfadados. Eso es todo. No hay grandes análisis, ni datos reveladores, ni personajes carismáticos. Solo enfado y predicar a los conversos (aunque uno de los personajes hace un alegato antiabortista que me trastocó un poco). Nicholson, te la perdono porque estoy seguro de que te sirvió de desahogo pero, macho, no me lo vuelvas a hacer.

Birdman, de Alejandro González Iñárritu

Cuando el protagonista se pasa toda la película preparando algo, uno sabe que al final solo pueden pasar dos cosas: que le salga bien o que le salga mal. Desde un número musical (El lado bueno de las cosas) hasta un combate (Rocky), pasando por una fuga (La gran evasión) o un robo (La trampa). En Birdman es una obra de teatro. No pretendo insinuar con esto que el final sea predecible (no soy un fanático de los finales redondos) sino que, por debajo de su apariencia de cine intelectual (ojito, que aquí se habla de Carver), arriesgado (un plano secuencia infinito, el no va más) y exigente (¿cómo interpretar los elementos menos realistas?), hay un sustrato completamente convencional, genérico (por eso ha podido triunfar en los Oscar). Pero tampoco digo que eso sea malo. Lo malo es que ese sustrato convencional es precisamente lo que no funciona. No sé al resto de espectadores, pero a mí me importa un bledo si al protagonista le sale bien o le sale mal la función. Sus motivaciones me resultan de lo más antipáticas y así no hay redención que valga.

Begin Again, de John Carney

Esta peli viene a ser como el remake de una de aquellas pelis infantiles de Parchís (el mítico grupo de los 80) pero cambiando a Parchís por Marlango. Eso sí, los malos siguen siendo las discográficas. Para que se hagan una idea de la magnitud del desastre: una de las subsubtramas trata sobre una adolescente que, a juicio de su padre, viste demasiado putón (¿cómo solucionarlo?). Yo, en algunos momentos, llegué a pasar vergüenza ajena, sobre todo en los números musicales: los actores ponen cara de "¡Qué pasada de música estamos tocando! ¡Somos guays!" Y en realidad suenan a eso, a una especie de Marlango más popero. En fin, un empalago.