Sí o no, sin términos medios, porque también en las barras de pan lo más rico está en los extremos.
Submarino, de Joe Dunthorne
Si mi biblioteca estuviese ordenada por temática y tonalidad (que casi), esta novela iría entre
El diario secreto de Adrian Mole, de Sue Townsend, y
El libro de Rachel, de Martin Amis. El narrador es un adolescente neurótico y pedante, ingenioso, un poco cabrón y bastante cínico. Por supuesto, británico (galés). A mí me ha conquistado por los saltos constantes de un tema a otro, las digresiones, los comentarios mordaces, la desvergüenza maquiavélica, las idas de olla... Y por el segundo capítulo, titulado
Infame: si lo leen y no les gusta, mejor dejen el libro.
Cuatro amigos, de David Trueba
Lo empecé un miércoles y el fin de semana me lo llevé a la playa para terminarlo allí, debajo de la sombrilla. Me estaba pareciendo entretenido sin más, un poco tópico, pero pasada la mitad del libro, la acción se trasladó a mi tierra y comenzó a cobrar importancia el tema de las oportunidades perdidas en el amor. No creo que la calidad de la escritura mejorase a partir de ese momento pero algo ocurrió, los planetas se alinearon, no sé, y entonces el libro me empezó a hacer compañía, como si lo hubiese escrito uno de mis hermanos, un amigo o un compañero de clase hablando de su vida. Así que dejé de buscarle defectos. ¿Acaso ustedes no habrían hecho lo mismo?
* Estos dos primeros simes se los tengo que agradecer a
Indiganda Santos, siempre sensata en sus recomendaciones.
La carretera, de Cormac McCarthy
A todo el mundo le parece durísima, difícil de soportar. "No sé si podría volver a leerla", dicen. A mí no me ha parecido para tanto. Se mantiene en un plano bastante próximo a la fábula que, al menos a mí, no me invita a la implicación emocional. En mi opinión, el verdadero impacto de la novela no está tanto en el argumento (en casi cualquier otra novela postapocalíptica pasan más cosas) como en la fuerza de la imagen de partida, el icono: padre, hijo, carretera, cenizas, carrito de la compra. No creo que sea una novela redonda; se podrían eliminar algunos episodios y/o añadir otros y el resultado seguiría siendo el mismo. Pero ofrece algo quizá mejor y más perdurable que una buena historia: un nuevo mito.
Ritos de paso, de William Golding
Principios del SXIX. Durante un viaje en barco a Australia, un joven caballero inglés escribe un diario para su tío, que le ha pedido un relato detallado de la travesía. El joven cuenta que el barco apesta, que se marea, que el resto de los pasajeros no está a su altura (social)... Y así hasta más allá de la mitad del libro, sin una línea argumental clara. Suena mal pero en realidad resulta bastante cautivador. ¿Por qué? Por una extraña autenticidad que irradia el estilo y el carácter jovial del protagonista (imaginen a uno de esos niños bien de F. Scott Fitzgerald, fatuo y frívolo, escribiendo en el SXIX). Pasado el ecuador del libro, la cosa toma rumbo, se pone oscura y entonces comprendemos lo bien pensada que tenía Golding la estructura. Si no les atraen las novelas históricas de travesías en barco, este es su libro.
Vox, de Nicholson Baker
Junto con la novela de Golding,
Vox ha sido la gran sorpresa de este trimestre. ¿Quién me iba a decir a mí que una novela que consiste únicamente en el diálogo que mantienen un hombre y una mujer en una
party line pudiese ser tan embriagadora [perdón por el adjetivo, es apropiado pero un poco cursi, cuando la novela en realidad no tiene nada de cursi]? Repetiré con Nicholson Baker sin dudarlo ni un momento. Ya tengo a la espera
La entreplanta (argumento: un hombre vuelve a su oficina después del descanso para comer y sube por una escalera mecánica, punto final) y confío también en poder hacerme con
El antólogo y con
Humo humano. Si no conocían a Baker, investiguen. Un filón.
Crímenes, de Ferdinand von Schirach
Ferdinand von Schirach es abogado. Los once relatos del libro están basados en su experiencia profesional. Pero no esperen (como esperaba yo) una serie de crónicas judiciales, al autor le interesan más las historias de sus clientes, cómo una persona más o menos normal puede llegar a perder pie en algún momento de su vida y cometer un crimen. Lo malo es que Von Shirach no deja de ejercer de abogado en su literatura, también aquí se encarga de defender a sus clientes contándonos la historia desde el punto de vista que más les favorece. Lo bueno es que todos los relatos son tremendamente efectivos. Todos conmueven, divierten o acongojan. Para Aristóteles se trataba de eso, ¿no?.
Boyhood, de Richard Linklater
En este caso no se fíen de mí. Antes de verla, ya había decidido que me iba a gustar. Linklater es uno de mis directores favoritos. No he visto ni una sola película suya que no me haya parecido interesante y soy muy pero que muy fan de la trilogía
Antes de... (trilogía de momento, porque yo espero una cuarta entrega: así de fan soy).
Boyhood no me ha decepcionado. Muchas películas tratan sobre la vida, sobre su sentido;
Boyhood logra capturar su textura.
Compliance, de Craig Zobel
Durante los títulos de crédito del principio, aparece un rótulo enorme: INSPIRED BY TRUE EVENTS (
Basada en hechos reales, dicen los subtítulos). Nos avisan para que no pensemos que la película es inverosímil, para que no digamos que ESO nunca podría pasar. Porque sí, por increíble que parezca, TODO lo que cuenta la peli ocurrió de verdad (en Youtube incluso se puede encontrar el vídeo real de los hechos). Yo recomiendo verla sin saber siquiera de qué va. Sólo un apunte: no es una peli de terror ni de asesinatos pero resulta más inquietante e incómoda que la mayoría de ellas.
Clear History, de Greg Mottola
Estrenos TV del canal HBO. Larry David interpreta al protagonista y firma el guión (junto a otros tres guionistas más). Recurramos al tópico: los gags funcionan como un mecanismo de relojería. Hablamos de gags de largo recorrido, que se basan en algo que hemos visto hace 15 minutos y que no mueren al momento sino que reaparecen más adelante con giros cada vez más graciosos. Así, aunque la primera parte de la película es algo sosita -los guionistas están sembrando-, la segunda en cambio es hilarante y no da tregua. Tampoco es que sea la comedia del año (no es
tan graciosa) pero funciona.
Menos que cero, de Bret Easton Ellis
Quería una novela de frases secas y argumento tirando a plano para leerla a poquitos en el transporte público y demás ratos muertos del verano en la ciudad. Tal como me esperaba (gracias a las
reseñas de dos de mis blogueros
favoritos), en eso cumplió. ¿Entonces por qué está en el grupo de los nomes? En pocas palabras: porque no sentí nada. Que otros decidan si ahí precisamente radica el mérito de la novela.
Las vidas de Grace, de Destin Cretton
Al principio no tiene mala pinta. El primer diálogo es prometedor. Nos encontramos ante una de esas pequeñas películas independientes, sencillas, humanas, que no ofrecen nada más ni nada menos que un pedacito de realidad. En este caso, un trocito de la vida de una trabajadora social. El drama cotidiano. La esperanza que no cesa. Sin embargo, a poco que rasquemos, por detrás de las buenas intenciones asoman los mismos tópicos de artefactos de Hollywood como
Mentes peligrosas, con sus chavales problemáticos y sus educadores llenos de empatía. Y entonces ya no convence. Un consejo: mejor vean
La clase.
El amor es un crimen perfecto, de Arnaud Larrieu y Jean-Marie Larrieu
Un rollo. La Crítica destaca la interpretación de Amalric (
pffff), la elegancia (vale, la fotografía es bonita, hay nieve, un lago, edificios con mucho cristal: Suiza), el morbo (salen varias mujeres seductoras, dos de ellas jovencitas con sus respectivos pechos al aire), el tono irreal y casi casi cómico (es decir, rídiculo), el tratamiento heterodoxo y abstracto de los tópicos del thriller (traduzco: no llega a resultar intrigante de verdad, el ritmo es torpe), el "retrogusto persuasivo" que acaba dejando (vamos, que es más interesante hablar de ella con tus amiguitos que verla) y el sutil subtexto (bla, bla, bla). Que me la explique Jordi Costa, a ver si así me gusta menos todavía.