Sí o no, sin términos medios, porque la vida ya es lo bastante gris.
Lo real, de Belén Gopegui
Ocho horas al día. Cinco días a la semana. Veinticuatro días de vacaciones al año. Y ahí nos hemos plantado, como si no aspirásemos a más. Cuatro concesiones y nos sometemos sin causar demasiados problemas, incluso damos gracias por tener un sueldo. Pero Gopegui sabe que la felicidad no era esto, que necesitamos un héroe. Y nos lo da. Intuía que me iba a gustar pero no esperaba que me abdujese como lo ha hecho. Y no ha sido la ideología, no, ha sido la literatura.
Películas tristes, de Mark Lindquist
Unos pájaros, los robles; otros, los abetos. Cada árbol moldea el espacio con su copa de una manera característica. Cada pájaro tiene sus preferencias en cuestión de entramados de ramas y hojas. Este libro me gusta, no tanto por lo que cuenta (minicrisis existencial), como por el espacio que moldean sus sintagmas, sus oraciones, sus puntos y aparte... La textura. Soy pájaro de estas ramas.
Plataforma, de Michel Houellebecq
Mi primer Houellebecq. Prometo recuperar el tiempo perdido. Ojalá sea cierto que Michel se repite novela tras novela, como he oído tantas veces, porque con esta me lo he pasado en grande, sobre todo con la mala baba del principio (gran retrato de la dinámica de grupo: desconocidos catalogados en dos parpadeos: prejuicios que trabajan a la velocidad de la luz). Tampoco tiene precio el nudo en la garganta que se le queda a uno al terminar.
Ventajas de viajar en tren, de Antonio Orejudo
Podemos decir: puesta al día de las
Novelas ejemplares de Cervantes; personajes que se encuentran y empiezan a contarse historias insólitas, grotescas, demenciales, calenturas de la imaginación. O también: concentrado Avecrem pero no de caldo de pollo sino de narración. Y por último: Orejudo es un escritor iconoclasta, efectista y castizo. Larga vida.
El primo Basilio, de J. M. Eça de Queirós
Mientras la leía no podía evitar pensar en dos cosas: en
La Regenta (diferencias y parecidos: qué moderna
El primo Basilio, 1878, al lado de
La Regenta, 1884) y en el boom actual de las series de televisión (¿no están las series en el S.XIX de la narrativa televisiva?). Hay satisfacciones que sólo una novela decimonónica puede proporcionar.
Enemy, de Denis Villeneuve
Hipnótica. Desconcertante (como a mí me gusta, ya saben). La mejor de las películas que he visto en lo que va de año. Pienso en ella y se me pone la piel de gallina. Para que se hagan una idea: ni a Carlos Boyero ni a Jordi Costa les ha gustado, para uno es demasiado rara y para el otro no lo suficiente. No lo duden, hay que verla. Será (si es que no lo es ya) peli de culto.
The Kings of Summer, de Jordan Vogt-Roberts
Palabras que se pueden encontrar en las críticas de esta peli: adolescencia, amistad, verano, bosque,
Walden, excéntrico, hipster, Sundance, fotografía, secundarios, entrañable, divertida, encanto, joya. Ahora resistan la tentación de pensar en merengue e imagínense una limonada fresquita con el punto justo de azúcar.
La gran familia española, de Daniel Sánchez Arévalo
No sé si es buena y tampoco me importa lo más mínimo. Es arrolladora y con eso me basta. Un consejo: lo mejor es que no se resistan: cuando terminen de verla tendrán más ganas de vivir.
Los poseídos, de Elif Batuman
Batuman nos cuenta lo bien que le ha ido estudiando literatura rusa y literatura uzbeka (es profesora en la Universidad de Stanford). El libro entretiene en las partes más cercanas a la novela de campus o al anecdotario de viajes (ay, los congresos y las becas de movilidad), y aburre cuando habla de literatura. Una decepción.
Pobby y Dingan, de Ben Rice
Se supone que hace años esta cosa fue un fenómeno editorial en algún lado. Como aquello del niño del pijama a rayas. En algunas reseñas elogiosas he visto que incluso se mencionaba
El Principito. Después de haberla leído y sin ser yo un fan del Principito, la verdad es que el menor intento de equipararlas llega a ofender un poco. Hay más sensibilidad en cualquier canción de Enrique y Ana que en este libro.
Rompepistas, de Kiko Amat
Tenía muchas ganas de que me gustase (me cae bien Kiko Amat, le sigo) pero no ha podido ser. Me explico. Chiquito de la Calzada es uno de los españoles más graciosos que hay, cuando cuenta un chiste lo de menos es el chiste y lo de más, cada uno de los paseíllos y de los jarl con que lo jalona; pero imaginen toda una novela contada así. ¿A que no? Pues algo así le pasa a
Rompepistas: la voz del narrador ahoga completamente la narración. Una pena, porque tiene algunos paseíllos y algunos jarl realmente buenos.
Oh Boy, de Jan Ole Gerster
¿Será cierto el tópico? ¿Los alemanes no tienen sentido del humor? No va a ser esta peli la que aclare el asunto. Se vende como una comedia y, bueno, sí que es una comedia (un
Jo qué noche de poco vuelo, indie y pelín aguado), pero risas risas, lo que se dice risas, más bien pocas. Para ser justos: no parece que la peli busque la risa sino una ligera estupefacción seguida de ternura, y algo de eso sí que logra. El problema es que es muy tímida, tan tímida que cuesta intimar con ella.
Touchy Feely, de Lynn Shelton
Género:
mumblecore (enlace a la Wikipedia con foto de la directora incluida). En las pelis comerciales los protagonistas tienen crisis porque no están seguros de querer casarse. En esta película indie la protagonista tiene una crisis porque... Pues no sé, la verdad. Por algo relacionado con la piel vista en primerísimo plano. Menos mal que los secundarios distraen un poco. Especie: sosita.