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12 October 2018

Metablog: Superdotados, una hipótesis

¿Creen ustedes que Isabelle Huppert googlea su nombre para averiguar qué opina la gente de ella? ¿Creen ustedes que alguna vez llegará a mi blog y leerá las gracietas que he hecho a su costa a lo largo de los años? ¿Creen ustedes que le harán gracia? ¿Me dejará un comentario?

Yo digo NO.


La Huppert no, pero hay un famoso que ya lo ha hecho.

Antes de nada, lean esta entrada, donde aprovecho el recuerdo de una entrevista que hicieron a Geena Davis en Lo Más Plus para exponer una hipótesis sobre la inteligencia. Como verán, me meto un poco con Máximo Pradera. En realidad el hombre no me caía mal (de hecho, me leí hace unos años uno de sus libros de divulgación musical, Tócala otra vez, Bach, y me pareció interesante, me ayudó a comprender por qué hay entendidos en música que menosprecian a Chaikovski), era su papel como «entrevistador cómico» lo que no me convencía.

Se habrán fijado en que el primer comentario de la entrada es este:
Fue al revés, chavalote. Fue Máximo Pradera el que logró que Geena Davis pareciera una superdotada y no un pato con cuerpo de Grace Kelly.. 
Lo firma un tal maximo.


LECTOR ANGLÓFILO.— ¿Máximo Pradera himself?  
YO.— Estoy convencido de ello. 
LECTOR ANGLÓFILO.— I can't believe it. 
YO.— Tengo pruebas

Las pruebas:

1. Al pinchar en el nombre del firmante aparece el perfil de Blogger de alguien que tenía un blog llamado ROBLES 2009.

2. En ese blog solo se llegó a publicar una entrada el 25 de julio de 2009 en la que un tal MAX comenta que ha estado ensayando con el Coro de Albéniz un dueto de la opereta The Magic Opal.

3. Si buscamos en Google Robles 2009 + Máximo Pradera + The Magic Opal encontramos otro blog, también llamado ROBLES 2009, dedicado a un festival de música en el que Máximo actuó con el Coro de Albéniz.

4. En este segundo blog las entradas no están firmadas pero en una de ellas se puede leer:
Hola, amigos, soy vuestro Maestro Bloguero, Máximo Pradera

¿Convencidos?


Máximo, si vuelves a pasarte por mi blog, que sepas que me arrepiento de haber sido tan duro contigo. Me atormenta especialmente eso que dije de «bufón petulante»: cuando lo leo ahora me da un poco de vergüenza. Porque yo sí que no soy ningún superdotado.

Además, fui testigo de lo mal que os lo hizo pasar Isabelle Huppert a ti y a Fernando en la entrevista de Lo Más Plus. Ya solo por eso tienes mi simpatía.

02 November 2016

Simes y nomes del quinto bimestre

Sí o no, sin términos medios, porque tampoco es tan difícil, caray.


  • Lo que sí:


Las lecciones peligrosas, de Alissa Nutting

Resulta que no todas las historias están contadas. Esta de una profesora de veintiséis años que se dedica a seducir a chavales de catorce no la habíamos leído nunca. No creo que, a estas alturas, escandalice a nadie —la mayoría de los adolescentes de catorce estarían encantados de que una profesora buenorra se les insinuase— pero sí que hay algo perturbador en la protagonista. No tanto en sus hábitos sexuales, como en su capacidad de fingimiento y en su obsesión con la juventud. En varias ocasiones durante la lectura me acordé de La mano que mece la cuna. Uno llega a disfrutar viendo cómo se las apaña la protagonista para salirse con la suya. Es el morbo (criminal más que sexual) el que tira de la lectura. Hay quien la compara con Lolita (a la inversa), pero no tiene nada que ver la una con la otra. Las lecciones peligrosas es una novela de género. De género negro. Y bastante aceptable, además.

Belle de Jour, de Joseph Kessel

Vi la película de Buñuel hace un porrón de años y reconozco que no la entendí del todo. Para ser más preciso: a quien no entendí del todo fue a la protagonista. ¿Disfrutaba o no disfrutaba? La interpretación de Catherine Deneuve tampoco es que ayudase demasiado; cuando un francés pone cara de lechuga no le pidas que te la explique (dicho esto con su puntita de piropo, que conste). La novela, en cambio, es bastante clara. Lo que le pasa a Severine, la protagonista, es que un buen día descubre que prefiere el sexo cuando va asociado a su poquito de suciedad, imposición y urgencia, y aunque adora a su marido, con él no puede tener eso. En definitiva, la clásica escisión entre follar y amar. Hoy por hoy, en la era de la hipersexualización, el enfoque del libro puede sonar un poco anticuado pero que tire el primer gel frío-calor quien no se haya asomado nunca a la fatídica grieta.

Sin novedad en el Orient Express, de Magnus Mills

Al llegar al final, uno se da cuenta de que lo que ha leído no deja de ser un chiste alargado. ¿Gracioso? Bueno, el golpe final no es lo mejor. Lo mejor es cómo se va complicando poco a poco la situación del protagonista hasta casi rozar el absurdo sin que nadie —ni siquiera el propio protagonista— se extrañe demasiado (nadie en el relato, quiero decir; el lector sí). Quizá eso (que el protagonista se deje enredar en la madeja sin apenas rechistar) sea lo que más diferencie la novela de los referentes con los que podríamos compararla: Kafka, Jo, qué noche.  Y quizá también ahí sea donde se encuentre el mensaje de la historia: la facilidad con la que nos dejamos uncir al yugo laboral

Sound of My Voice, de Zal Batmanglij

Siento debilidad por las historias en las que no se sabe si uno de los personajes está mintiendo o no y esa duda bifurca la interpretación de los hechos. Un ejemplo muy conocido sería Instinto básico (¿Catherine Tramell es una asesina?). Mi gozo se intensifica cuando hay elementos sobrenaturales en juego, como ocurre en otra película, no tan famosa, que me fascina: Agnes de Dios (¿realmente ha recibido la monja la visita de Dios?). Y después de esta introducción voy y les cuento que Sound of My Voice trata sobre una pareja que se infiltra en una secta para hacer un reportaje de investigación y se encuentra con que no les resulta tan fácil decidir si la líder de la secta miente o dice la verdad sobre su extraordinaria procedencia. Y entonces, inmediatamente, ustedes entienden por qué la película se lleva un sime.

Experimenter, de Michael Almereyda

Todos los biopics son falsos, fallan en su intento de ofrecer un retrato del personaje en cuestión. Lo único que puede salvarlos (al menos parcialmente) es que consigan explicar en qué consistió el logro que hizo famosos a esos personajes. Desde esta perspectiva, Experimenter acierta de lleno al prescindir totalmente de la parte del retrato (las motivaciones internas de Milgram o la relación que tuviese con su mujer importan un pito) y centrarse en lo que realmente importa: el experimento. La película lo presenta, además, de una forma bastante crítica, sin ocultar las limitaciones de los planteamientos de Milgram. En resumen, interesante para aquellos a quienes les guste la divulgación. La divulgación y Winona Ryder.

Elle, de Paul Verhoeven

Hay una escena en la película que a Isabelle Huppert debió de costarle mucho rodar. Me la imagino la noche anterior en su cama, enferma de dudas: "¿Seré capaz de hacerlo? ¿Podré soportarlo?" Se trata de una escena en la que su personaje sonríe enseñando los dientes. Y sí, por difícil de creer que sea, Isabelle sonríe enseñando los dientes. De hecho, Isabelle Huppert consigue la interpretación más entrañable y más simpática de su carrera, sin abandonar —claro que no— ese estereotipo de estirada retorcida perversa te miro y quieres desaparecer que ella frecuenta. Verhoeven (director), Birke (guionista), hay que tener el alma muy negra para conseguir que nuestras simpatías estén con Huppert. Vaya una películita ambigua, escabrosa y regocijante nos habéis regalado. Sale uno del cine con ganas de darse una ducha.

La reconquista, de Jonás Trueba

Mientras veía La reconquista no podía dejar de pensar en lo acostumbrados que estamos a que las películas estén llenas de elipsis y a que las escenas tengan una duración funcional para evitar aburrir al espectador, como en una especie horror vacui narrativo. Y si no podía dejar de pensarlo es porque Jonás Trueba no corta donde cortarían la mayoría de los directores/guionistas. Los dos protas van a un bar, al concierto de un cantautor, y asistimos —asistir es la palabra— a la interpretación de tres canciones enteras (!!!) del reperterio. Por la mañana temprano el chico vuelve a su casa en moto y la cámara lo sigue por las calles de Madrid desde que arranca hasta que llega a su destino, con muy pocos cortes por el medio. Y en ningún momento resulta aburrido. Al contrario, no hay manera de apartar la mirada. ¿Que la película es un poco cursi? Sí. ¿Que la segunda parte decae un poco (diálogos que rechinan en boca de los actores)? También. ¿Que la nouvelle vague ya lo había hecho antes y mejor? Puede ser. ¿Pero saben qué les digo? Pequeñeces.

Después de nosotros, de Joachim Lafosse

Empecemos con un tópico: el título original es mucho más esclarecedor: L'economie du couple. Cuando el amor se acaba solo queda la economía. Me debes. Te debo. Me pagas. Te pago. La película me dejó un poco frío, la verdad. Todas las escenas (menos una) transcurren en la casa de los protagonistas y me pasé todo el tiempo haciendo un plano mental de la distribución de las habitaciones. Pero sí que hay una escena que me gustó mucho e incluso me emocionó —por lo que ocurre, por cómo está rodado y por la interpretación de Bérénice Bejo— y que justifica (me pillan tontorrón) subir la película al grupete de lo que sí. Quien haya visto la peli sabrá a qué escena me refiero.


  • Lo que no:


Asfixia, de Chuck Palahniuk 

Mi primer Palahniuk. Probablemente el último. Al principio me gustó, no crean. El capítulo del tío con el mono y los cacahuetes me pareció francamente bueno. Pero el esquema se repite demasiado: Palahniuk presenta una única escena por capítulo y durante el desarrollo de esa escena va repitiendo machaconamente un mismo motivo. Da la impresión de que para Palahniuk la unidad narrativa es el capítulo. Cada uno de ellos tiene la coherencia de una redacción escolar con un tema dado. Pero más allá de los límites del capítulo, Palahniuk se pierde, no es capaz de montar un conjunto compacto, se deja por el camino cosas que parecía que iban a tener más peso (el grupo de terapia para adictos al sexo) e insiste en otras menos interesantes (la relación con la psiquiatra). El hilo narrativo —que podríamos resumir en ¿qué hago con la loca de mi madre?— es muy débil, no basta para ligar la mayonesa. La novela se queda en una colección de estampas escabrosas demasiado parecidas entre sí.

Al final lo que hace que avancemos en la lectura no es el estilo del autor ni el interés por la historia sino las curiosidades sórdidas que siembran el texto y lo convierten, por momentos, en una versión oscura de esas secciones de QUO o de MUY INTERESANTE del tipo ¿Sabías que...? Me imagino a Palahniuk leyendo un artículo científico sobre penes del mundo animal y pensando: esto lo tengo que incluir en mi próxima novela como sea. Me esperaba algo más gracioso y subversivo, la verdad.

El libro de la señorita Buncle, de D. E. Stevenson

No es que tenga nada malo muy malo que decir de esta novela. Es entretenida (moderadamente) y se lee con facilidad. Mi problema es que la novela —como se pueden imaginar ustedes por el título— trata del libro que ha escrito la señorita Buncle, un libro maravilloso, agudo, divertidísimo, según afirma constantemente la mayoría de los personajes que lo leen (los personajes positivos, al menos), y entonces yo me pregunto: ¿por qué Stevenson no nos da a leer ese libro de la señorita Buncle, tan perspicaz y sutil, en vez de esta novela que trata sobre el libro que ha escrito la señorita Buncle, que no es especialmente divertida, ni maravillosa, ni aguda?

La mujer de la habitación oscura, de Minetarô Mochizuki

De Mochizuki conocía Dragon Head —una serie con un comienzo brutal que siempre me viene a la cabeza cuando voy en tren por un túnel— y sabía que se trata de un autor con talento para la creación de atmósferas inquietantes. Había leído, además, que hay gente que considera La mujer de la habitación oscura uno de los cómics más terroríficos jamás escritos/dibujados. Así que, con estos antecedentes, se pueden figurar ustedes la ilusión con que comencé la lectura. ¿Se han imaginado mi carita risueña? Pues ahora péguenme una bofetada.

Reconozco que el cómic tiene alguna viñeta efectiva, pero en conjunto le veo bastantes más fallos que aciertos. Es demasiado reiterativo, las escenas de acción son muy confusas, el autor hace que los personajes piensen o digan ciertas cosas con el único propósito de que el lector entienda algo que debería haber entendido solo con mirar los dibujos, y lo que más me molesta —algo muy común en el género fantástico y de terror— los personajes se empeñan en no aceptar una explicación sobrenatural de los hechos cuando TODO apunta hacia esa posibilidad.
Mi loco Erasmus, de Carlo Padial

Menudo tostón. La culpa es mía, por insistir con el posthumor (y sus aledaños) cuando sé de sobra que no me hace puta gracia. Lo único bueno que puedo decir de este pseudodocumental es que la abuela del protagonista es una señora realmente entrañable. Las dos o tres escenas en las que ella aparece son las únicas que tienen algo de interés. Padial, ahí es donde tenías la mina, y no en el plasta del nieto.

De Palma, de Noah Baumbach y Jake Paltrow

Brian de Palma repasa su carrera, película por película, comentando sin demasiado entusiasmo algunas de las decisiones tomadas. No parece que tenga gran cosa que decir. No es un saco de anécdotas (a diferencia de Wilder). No da lecciones (a diferencia de Hitchcock). No tiene alma de conferenciante (a diferencia de Bogdanovich). No transmite pasión (a diferencia de Scorsese). Ni siquiera se le ve interés en reivindicar sus logros artísticos (a diferencia de Capra). Da lo mismo. Aunque el documental no tenga mucho interés, para mí siempre será uno de mis directores favoritos.

Magia a la luz de la luna, de Woody Allen

La moraleja de la película —porque sí, estamos ante una fábula con moraleja— se sostiene sobre uno de los tópicos que más detesto, por simplista y engañoso: no elegimos de quién nos enamoramos. Esto lo usa Woody Allen para decirnos que incluso la persona más escéptica y pragmática del mundo (por ejemplo, un mago/ilusionista que no cree en el más allá) deberá admitir que existe algo en el universo que escapa a la razón, algo que depende más de la fe que de la evidencia, algo verdaderamente mágico: el Amor... [Amor, Amor]
BÓ-BÁ-DÁS
Pero lo peor no es ya que el guión de Allen esté sembrado de falacias, plantee falsas dicotomías y mezcle churras con merinas espolvoreándolo todo con cursilería, lo peor es que la película aburre.

07 January 2014

Entusiasmos que no comparto. Especial 2013

Las he visto en algunas listas de lo mejor del año y me han entrado ganas de  echarme al campo a incendiar granjas-escuela:

1. In Another Country de Hong Sang-soo


La prueba de que cualquier personaje sobre el que Isabelle Huppert ponga su sonrisa oculta-dientes se vuelve antipático irremediablemente. Aquí hay cuatro para elegir (¡cuatro Isabelles!*). Es inevitable sentir compasión por el resto del reparto.

2. Spring Breakers de Harmony Korine


Voy a ser bueno. El montaje mola. Cada escena se compone de una multitud de planos cortitos (como un videoclip) y cuando una escena todavía no ha terminado empiezan a aparecer de repente planos de la siguiente escena intercalados. El resto es para tomar a risa o dormitar.

3.   Amor de Michael Haneke


Actores interpretando. De eso va la peli. Una actriz mayor que tuerce la boca (¡pero qué bien la tuerce!). Un actor mayor que persigue a una paloma en un apartamento (¡en un plano sin cortes de varios minutos de duración!). Isabelle Huppert haciendo de antipática (qué les voy a contar...). Todo muy oscarizable. Para ver de lejos, como la misa.

4. El lado bueno de las cosas de David O. Russell


Estamos bajando la guardia. Nos tragamos este popurrí de Hechizo de luna, Mejor imposible y La pequeña Miss Sunshine como si fuese (1) algo nuevo y (2) lo más de lo más de ese cine pequeñito que 'milagrosamente' consigue abrirse un hueco en los Óscars. Así, de golpe, sin rechistar lo más mínimo y sin afearle siquiera esas escenas prefabricadas de lucimiento histriónico.


* Perdón, son tres los personajes interpretados por Isabelle, no cuatro. ¡Si es que hasta empeora en el recuerdo!

16 April 2018

Hipérbole y media, de Allie Brosh: sime

Repetimos el  formato de la anterior reseña: cosas sueltas: siete:

1. Lo compré por Wallapop. La vendedora resultó ser una niña de unos diez años que llegó acompañada de su madre. No les pregunté, pero imagino que decidieron venderlo al darse cuenta de que, a pesar de los dibujos aniñados y del multicromatismo de las páginas, el libro tiene de infantil lo mismo que de gracioso tiene el payaso de It.

2. Tardé más de un año en decidirme a leerlo porque mezcla texto corrido con cómic y pensaba que el ritmo iba a ser poco fluido. Estaba equivocado.

3. Temas principales: perros tontos, niños contra adultos, depresión, autoimagen, fracasos del autodiálogo, terror gracioso.

4. A todas aquellas personas que van por la vida diciendo que nunca jamás se han reído con un libro, les recomiendo el capítulo titulado Dinosaurio (la historia del ganso). Si no se ríen, siempre pueden probar con la Constitución Española.

5. A lo mejor no le han prestado demasiada atención pero entre los temas del punto 3 he citado «niños contra adultos». Si ustedes, lectores, han sido niños en alguna ocasión —¿y quién no? (Isabelle Huppert, quizás)—, recordarán que de niño uno sabe que el verdadero enemigo no son los matones de clase sino los adultos (de hecho, los matones de clase siempre parecen un poco más cerca de ser adultos que el resto). Pues eso me ha gustado del libro: que nos lo recuerda.

6. El título del libro se debe a que uno de los principales recursos humorísticos de la autora, reconocido por ella misma, es la exageración. Mis gracietas favoritas, sin embargo, son las que explotan los efectos resultantes de aplicar a una situación dada, no el código que la razón o la realidad nos indicaría como más adecuado, sino una alternativa poco razonable (pero no absurda). Esta formulación teórica la acabo de improvisar en este mismo momento, es decir, varias semanas después de haber terminado el libro, así que probablemente no sea más que una (otra) chorrada pedante.

7. Por ponerle un defecto: a veces cae en tópicos del tipo «niños+azúcar=hiperactividad», que me suenan a falsedad repetida mil veces en monólogos y comedietas varias.

20 September 2014

Entusiasmos que no comparto

Algo me pasa con Mathieu Amalric.

Empieza la película, aparece él en pantalla y enseguida sé que su personaje no me va a importar lo más mínimo, que sólo me va a producir indiferencia, como los berberechos en el arroz. Ya puede pasarlas canutas (hablamos del tipo que protagonizó La escafandra y la mariposa) que a mí me la refanfinfla.


Tendría que verlo haciendo de hermano pequeño de Isabelle Huppert. Él le echaría el humo del cigarrillo a la cara y ella le miraría con ese aire tan suyo de "si te murieses ahora mismo no movería ni una ceja". Creo que solo así conseguiría arrancarme alguna emoción. Compasión, claro.

31 October 2015

Simes y nomes del quinto bimestre

Sí o no, sin términos medios, porque los términos medios no sabemos lo que hacen pero los extremos se tocan.

  • Lo que sí:

Una historia conmovedora, asombrosa y genial, de Dave Eggers

Si algo saben los norteamericanos sobre Retórica es que para ganarse al público lo mejor es empezar con algo gracioso. Por eso va Dave Eggers y en las primeras páginas del primer libro que escribe en su vida planta el prólogo más irresistible —posmoderno, eso sí— que un servidor se haya echado nunca a las pupilas. Con cosas así se gana uno lectores para tres o cuatro libros más (como mínimo). Habrá gente que piense que Eggers pone demasiado empeño en ser guay. Tienen razón: Eggers se esfuerza demasiado. Muere por gustar. Así que uno de los temas principales del libro —autobiográfico—, si no EL TEMA principal, acaba siendo cómo conseguir molar lo más posible en todas y cada una de las situaciones de la vida. Que Eggers te cae bien, entonces el libro no puede sino molarte. Que no te cae bien, entonces es muy probable que no te mole, pero no es imposible que sí. A mí Eggers me cae bien. Me ha ganado para tres o cuatro libros más (como mínimo). Pero para que no digan ustedes que no pongo nada de contrapeso en el otro platillo de la balanza, les contaré que el anterior propietario del libro —un saludito a las librerías de segunda mano— dejó anotado esto en la primera página: "Leída. Malísima". Estoy seguro de que a Eggers le haría gracia. Es así de guay.

¿De qué vas?, de William Sutcliffe

No sé por qué la gente, cuando opta por un libro corto y ligero después de haber estado enfrascada en uno largo y denso, dice que es para "desengrasar", como quien cena una ensalada el mismo día que ha comido un cocido. ¡Pero si es todo lo contrario! Los libros facilones nos ayudan a mantener engrasada la maquinaria de la lectura. No se trata en realidad de cenar ensalada, no, se trata de cenar un yogur griego: alto porcentaje de grasa pero en una porción pequeña de alimento que ni siquiera requiere el esfuerzo de masticar. Dicho esto, ya puedo contarles que ¿De qué vas? ha sido mi yogur griego del bimestre (o mi ensalada, si se empeñan ustedes). Un cínico escritor inglés riéndose de esa costumbre tan occidental de irse a países del Oriente (India, en este caso) en busca de experiencias espirituales. Yo, que sudo solo de pensar en pisar un país en el que haya más tipos de parásitos que en el mío propio, he sonreído bastante.

Los siete años de abundancia, de Etgar Keret

Creo que ya lo he dicho alguna vez en algún lado: desconfío de la unanimidad. No me creo, por ejemplo, que un escritor le pueda gustar a todo el mundo. A individuos como Mircea Cărtărescu, Hilary Mantel, Anna Starobinets o Ray Pollock, que no dejan de recibir elogios, los tengo bajo sospecha. Hubo un tiempo en que tuve incluso a Bill Bryson bajo sospecha. Figúrense. Pero ya no. Y desde hace mes y medio tampoco a Etgar Keret. Me podría pasar un día entero leyendo artículos de Etgar Keret, con sus anécdotas, su sentido del humor, su ternura, su destreza para recoger y amplificar el sentido de todo el artículo en la frase final. Nunca me he explicado cómo puede nadie contar su vida de manera lineal, desde que era niño hasta que se convierte en un adulto que escribe su biografía. Contarle tu vida a alguien, en la calle, no en las páginas de un libro, se parece más a lo que hace Keret aquí. Desconozco si fue publicando estos artículos periódicamente en algún lado pero reunidos en un solo volumen conforman un conjunto coherente, sin apenas redundancias, como capítulos de una novela. En fin, ya saben, uno de esos casos en que el todo es mayor que las partes.

La historia de tu vida, de Ted Chiang

Está considerado uno de los mejores libros de relatos de ciencia ficción de toda la historia. ¿Es para tanto? Bueno, para que se hagan una idea, yo, con el poco tiempo que tengo para leer cuentos, me lo acabé en tres días sin intercalar ninguna otra lectura. Así que sí: algo tiene. Casi todos los cuentos del libro tratan de un modo u otro sobre la percepción, sobre los factores que influyen en nuestra forma de captar el mundo y que acaban determinando nuestro comportamiento. El punto fuerte de Chiang es su habilidad para desarrollar los argumentos y cuando digo argumentos me refiero tanto a la historia como a las reflexiones, los razonamientos y las ideas que se despliegan en el relato. Porque sí, Chiang cuenta historias, historias con planteamientos brillantes, clímax explosivos e interés humano, y además utiliza esas historias para reflexionar, para exprimir una idea hasta casi agotarla. Sus cuentos no discurren ni van a la deriva, sus cuentos progresan. Y ahora una advertencia: Chiang no es un estilista, no hace literatura experimental, el acabado de sus cuentos es bastante clásico. Piensen en Sturgeon más que Dick, en Asimov más que en Ballard, en Keyes más que en Lem. Y la traca final: Denis Villeneuve (Incendies, Prisioners, Enemy) va a adaptar al cine uno de los relatos: La historia de tu vida. Yo ya me estoy relamiendo.

Mi enemigo mortal, de Willa Cather

Si fuera uno de esos blogueros que planifican su año lector y a finales de diciembre hacen un resumen de las mejores y las peores lecturas, les iría avanzando que este es uno de los mejores libros que voy a leer este año, si no el mejor. ¿Por qué estoy tan seguro? Porque es una de las mejores novelas cortas que he leído en toda mi vida. Pueden coger esta afirmación con pinzas, espátulas o manoplas para el horno porque la verdad es que tampoco he leído tantas novelas cortas a lo largo de mi vida (las Novelas Ejemplares de Cervantes, Carta de una desconocida de Zweig, Otra vuelta de tuerca de Henry James), pero si confían en mí aunque solo sea un poquito háganme caso: Mi enemigo mortal es algo así como perfecta. En la traducción de Gema Moral Bartolomé, tiene la cantidad justa de adjetivos, sustantivos y verbos, dispuestos —junto al resto de los elementos gramaticales, claro está— en el orden más idóneo para el disfrute estético y la alteración emocional. Y si no confían en mí lo más mínino, sepan al menos que es una de las pocas novelas norteamericanas que Truman Capote salvaba de la quema.

La vida después de Dios, de Douglas Coupland

Los voy a llamar relatos mandarina. En este libro hay ocho. ¿Por qué mandarina? Porque tienen gajos. ¿Gajos? Gajos, sí. Me explico: cada gajo viene a ser un pequeño texto unitario (con unidad de sentido) encabezado por un dibujo del autor. Agunos son meras reflexiones sobre algún aspecto de la vida o del mundo (la felicidad que da contemplar a los pájaros), otros son anécdotas o recuerdos del narrador (aquellas travesuras de su hermana) y en otros se desarrolla el marco narrativo del relato. Y digo marco narrativo porque historia, lo que se dice historia, no tienen. En todos ellos hay un narrador en primera persona que parece estar atravesando un momento de crisis y se detiene a reflexionar sobre cómo ha llegado hasta ahí. Los golpes de la vida. El tono es este:

"Me obsesionaba ser incapaz de tener una relación, de compartir la intimidad. Sentía como si los demás vivieran dentro de una casa cálida de noche y yo estuviese fuera, y no me pudieran ver; porque me hallaba allí en la oscuridad. Pero ahora estoy dentro de esa casa y siento lo mismo".

Deberían saltar todas nuestras alarmas de lector posmoderno en contra de la autocompasión, la falta de ironía y la palabrería coelhiana pero no saltan. A pesar de los riesgos, a Coupland le ha salido bien. Los ocho relatos mandarina llegan.

Aquí y ahora, de James Ponsoldt

Coincidencias. Leo en este blog una entrada en la que mencionan Esplendor en la hierba. Pongo la tele y en ¿Qué he hecho yo para merecer esto?, la peli de Almodóvar, dos personajes van al cine a ver Esplendor en la hierba. Veo Aquí y ahora —cuánto mejor suena el título original: The Spectacular Now— y me encuentro con una especie de actualización de Esplendor en la hierba. Por supuesto, no es ni la mitad de buena que Esplendor en la hierba pero también se las arregla para emocionar con el tópico del ya nada nos puede devolver la hora del esplendor en la hierba (William Wordsworth), también conocido en su variante nada dorado puede permanecer (Ponyboy en Rebeldes, de Susan E. Hinton, citando a Robert Frost). Dos poetas: miren si la peli me ha puesto moñas.

Rocket Science, de Jeffrey Blitz

Si les contase la premisa de esta película —y ahora voy y se la cuento: un chaval tartamudo entra en el grupo de debate de la escuela—, ustedes visualizarían inmediatamente una historia de marginación adolescente y superación personal, una mezcla entre Napoleon Dynamite y El discurso del rey. Pues sí pero no. El no: no dramatiza en exceso el problema del protagonista (no hay bullying), esquiva algunos de los grandes tópicos de las pelis de instituto (alumnos populares vs. frikis, profesor de literatura comprensivo, baile de promoción...), la moraleja no es exactamente la que uno podría esperar (no, la peli no es un manual de autoayuda). Todo esto, bien. Incluso muy bien. Pero no les voy a engañar: la película se queda a medio camino de casi todo. Si consigue hacerse entrañable —y sí, lo consigue— es gracias a los toques de comedia excéntrica, a la elección de la banda sonora y a la simpática determinación del protagonista.

El mito de la adolescencia, de David Robert Mitchell

Después de flipar con It Follows —algo tiene esta peli para que hasta los guionistas de The Good Wife la recomienden por boca de uno de los personajes de la serie— lo primero que hice fue lanzarme en busca de más cosas del mismo director. Obsesivo compulsivo que es uno. Al parecer, en EEUU es típico que los chavales se reúnan la noche anterior al comienzo de las clases, en plan fiesta pijama. Como es lógico, lo aprovechan para ligotear. El mito de la adolescencia sigue a un grupo de chavales durante 24 horas, desde la mañana del gran día hasta la mañana del día siguiente. Como referentes más obvios podríamos citar American Graffitti y Dazed and Confused. No, nada que ver con comedias del tipo de Supersalidos aunque también salgan chavales hormonando. El único problema de la peli es el regustillo conservador del guión (inocencia > promiscuidad). Bueno, eso y también el uso de ciertos clichés románticos en el desarrollo de las tramas. Sin embargo, la dirección es tan elegante que consigue que yo, al menos, no preste demasiada atención a los inconvenientes. David Robert Mitchell, el tipo que saca oro de guiones que en otras manos se convertirían en películas convencionales.

El cuento de la princesa Kaguya, de Isao Takahata

La película de animación más bonita de los últimos años (y hablo solo del aspecto visual) no es Del revés, la de Pixar, con sus diseños vulgarotes, disneyanos y parquetemáticos. La película de animación más bonita de los últimos años es El cuento de la princesa Kaguya. La coloración acuarelada no es ninguna novedad, tampoco el trazo abocetado ni las composiciones de postal, pero sí hay un elemento que al menos yo, hasta ahora, no había visto unido a los anteriores con el grado de perfección que se da en esta película: el movimiento, o mejor, la forma en que los dibujos capturan el movimiento. Yo la vi completamente embobado. La historia no es tan fascinante como los dibujos pero no aburre, a pesar del ritmo pausado y de la distancia cultural (hablamos de un cuento popular japonés), incluso puede llegar a emocionar un poco.

El mejor padre del mundo, de Bobcat Goldthwait

Humor negro negrísimo. No del simpaticote que hacen, por ejemplo, los ingleses, sino del amargo. La primera media hora incluso cuesta verla, por culpa de un personaje asqueroso con el que no cabe empatía alguna. Luego la comedia toma una vía menos incómoda y se disfruta más. No llega la sangre al río. Por suerte o por desgracia (elijan), esto no es Todd Solondzt: hay más de un personaje positivo y moraleja.


Spellbound, de Jeffrey Blitz

Fíjense en el nombre del director. Es el mismo que el de Rocket Science, comentada unos simes más arriba. Este ha sido el bimestre de rebusquemos en la filmografía de directores que hasta hace cinco minutos no conocíamos. Bueno, Spellbound sí me sonaba. Sabía que era un documental sobre esos concursos de deletreo que tanto gustan en EEUU y que los franceses están tardando en copiar (pero ellos poniendo tildes y todo). Me encantan los documentales. Me gustan tanto que no alcanzo a comprender por qué existiendo los documentales se siguen haciendo biopics. Hace años en canal plus echaron Una mente maravillosa y, justo después, un documental sobre John Forbes Nash. El contraste era demoledor. Hollywood y su cartón piedra. Pero a lo que íbamos. Spellbound sigue a ocho chavales desde los preparativos del concurso hasta el final. No queda muy claro si el director está a favor o en contra de este tipo de competiciones pero lo cierto es que es imposible ver el documental sin comerse las uñas. Refleja tan bien el carácter de los ocho chavales y es tan fácil entender lo que para cada uno de ellos y para su familia significaría ganar que uno sufre sabiendo que, en el mejor de los casos —es decir, si gana uno de los ocho (cosa que no está clara en ningún momento, no se confíen)— va a haber siete perdedores. O sea: un documental sobre siete (u ocho) niños frustrados. Uf. No sería mala idea hacer un programa doble con Rocket Science. Podría servir para entender mejor la intención que tenía el director con cada una de ellas. Mi teoría: Spellbound hiere, Rocket Science cura.


  • Lo que no:

Equivocado sobre Japón, de Peter Carey

El título está muy bien puesto. Peter Carey se aficiona al manga y al anime gracias a su hijo y, con la excusa de entrevistar a varios autores, organiza un viaje a Japón. Como es un intelectual empeñado en comprender la cultura japonesa, durante las entrevistas intenta calzar sus teorías acerca de los más diversos fenómenos (el gusto de los japoneses por los robots, el fenómeno otaku) pero lo único que consigue es meter la pata. Casi todos sus entrevistados le dicen que no se entera de nada, que no tiene ni idea de por dónde van los tiros. Y de eso trata el libro básicamente, de los tropezones de Carey con la barrera cultural. Lo malo es que esos tropezones no son especialmente divertidos. Son más del tipo: "Ah, pues todo ese rollo de chavales que se meten dentro de robots (Mazinger Z) creo yo que está relacionado con la búsqueda de un refugio, un espacio uterino; algo que debió quedar muy marcado en la generación que vivió durante su infancia los bombardeos de la Segunda Guerra Mundial", dice (más o menos) Carey; y su entrevistado le responde, "Pues no, no tiene nada que ver, está usted equivocado, los chicos que se meten en los robots se funden con la máquina y experimentan lo mismo que esta, no es una armadura que les protege sino una segunda piel". Las entrevistas acaban siendo más interesantes por lo que dicen los autores japoneses que por las propuestas interpretativas de Carey, pero el foco nunca se aparta demasiado de las ansias de este de que le den la razón. La parte al margen de las entrevistas, lo que vendría a ser el viaje propiamente dicho, es más entretenida, aunque no se puede decir que contenga demasiada información acerca del país. Cualquier libro del tipo Un geek en Japón resulta más curioso que este. En resumen, moderadamente interesante pero claramente insuficiente.

Enfermedad social, de Paul Rudnick

En la categoría de películas que puedo ver las veces que quiera y siempre consiguen que me parta de risa, junto a otras como El sentido de la vida, Ace Ventura: Operación África, Election y Jo, qué noche, se encuentra La Familia Adams. La tradición continúa. Tiene algunas de las mejores líneas de diálogo desde las películas de los hermanos Marx (esta y esta otra). Me gusta tanto que me sé el nombre de su guionista: Paul Rudnick. Por eso cuando encontré una de sus novelas en una librería no pude hacer otra cosa que comprarla. Por desgracia, no es demasiado buena. Viene a ser una comedia alocada, satírica y un poco absurda sobre la beautiful people de Manhattan en los años 80, pero no tiene demasiada gracia. Un fracaso similar al de Almodóvar con Los amantes pasajeros: chicos, no estáis siendo tan graciosos  e incisivos como pensáis. A mí solo me ha gustado el primer capítulo. La única cosa buena que puedo decir es que, a pesar de que no me estaba divirtiendo, no me ha costado demasiado terminarla. Algo es algo.

Gente en sitios, de Juan Cavestany

El primer sketch ya nos da el tono. En un restaurante el camarero pregunta a una pareja qué van a tomar. Mientras la pareja elige varios platos del menú el camarero se pone a escribir en una libretita. La pareja termina el pedido y el camarero sigue escribiendo. Acaba una hoja y sigue en la siguiente. Cuando ya ha pasado más tiempo del que cualquier persona normal necesitaría para anotar los cuatro platos, la pareja se empieza a inquietar; se miran incómodos. Fin. La mayoría de los sketches son del mismo estilo: una situación más o menos cotidiana se enrarece repentinamente por la irrupción de lo insólito (en uno de los sketches se cita a Kafka). Sobre el papel parece interesante pero el resultado no lo es tanto. Más que gratamente sorprendido, el espectador (yo) acaba frustrado.

El pasado, de Asghar Farhadi

Probablemente mi película favorita de lo que va de siglo sea Nader y Simin, una separación (ya lo había dicho aquí). De Farhadi también me gusta A propósito de Elly. Las dos tienen puntos en común: un grupo de personajes se ven afectados por un acontecimiento violento al que tratan de buscar explicación, desenmarañando una red de secretos y mentiras que permanecía oculta. Suena a thriller y sí, Farhadi usa técnicas del thriller, pero sus intenciones son más sesudas. Le interesa la verdad. En estos tiempos de relativismo, en los que la gente va a la tele a contar SU verdad, Farhadi ha llegado a decir (cito de memoria) que la verdad es aquello que una persona oculta a otra. El pasado no me ha parecido mala pero no está a la altura de las anteriores. La fórmula es parecida, también hay un secreto sobre el que pivota todo. Lo malo es que la película tarda demasiado en centrarse en la investigación de ese secreto. La primera hora y pico es demasiado dispersa. El protagonismo que cobran determinados personajes en esa primera parte resulta excesivo a la vista de los derroteros que acaba tomando la película. Hay quien le echa la culpa al hecho de que esté rodada en Francia y no en Irán. Farhadi se ha afrancesado, dicen. No seré yo quien defienda al país que ha alumbrado a Isabelle Huppert.

Regresión, de Alejandro Amenábar

Supongo que mi aviso llega tarde: Regresión es mala, muy mala, lo peor que ha hecho Amenábar hasta ahora. Ethan Hawke está insufrible. No hay forma humana de interesarse por su personaje o de albergar un solo átomo de preocupación por lo que le pueda pasar. El final es decepcionante. Decepcionante en plan: creías que en tu cumpleaños te iban a regalar ese cofre de DVDs de Hitchcock sobre el que llevabas meses echando indirectas y van y te regalan Hitchcock, la película de Anthony Hopkins. Mis palabras literales cuando acabó Regresión fueron: "¿y para esto hace la película?" Y mi acompañante estuvo de acuerdo. Nada en toda la película parece la elección más adecuada para contar lo que al final descubrimos (o suponemos) que Amenábar quería contar. Curioso, viniendo de alguien que se atrevió a decir que Hitchcock (otra vez Hitchcock) se había equivocado en Vértigo al desvelar el "truco" en medio de la película en vez de esperar al final. Pues sí, cuando Hitchcock se equivocaba hacía Vértigo, cuando Amenábar se equivoca hace Regresión (se nota la retranca y el rencor, ¿no?).

21 June 2016

Hermosos y malditos: en busca de la traducción perfecta



In 1913, when Anthony Patch was twenty-five, two years were already gone, since irony, the Holy Ghost os this later day, had, theoretically at least, descended upon him. Irony was the final polish of the shoe, the ultimate dab of the clothes-brush, a sort of intellectual "There"—yet at the brink of this story he has as yet gone no further than the conscious stage. As you first see him he wonders frequently whether he is not without honor an slightly mad, a shameful and obscene thinness glistening on the surface of the world like oil on a clean pond, these occasions being varied, of course, with those in which he thinks himself rather an exceptional young man, thoroughly sophisticated, well adjusted to his environment, an somewhat more significant than any one else he knows.

The Beautiful and Damned, F. SCOTT FITZGERALD



Hoy vamos a hacer algo que nunca habíamos hecho hasta ahora.

    UN LECTOR AL FONDO.— ¿Agradecer a Francia la existencia de Isabelle Huppert?
    EL CONVINCENTE GON.— (Reparando en la baguette que el lector lleva bajo el brazo.) Buen intento. 

No, señores y señoras, lo que vamos a hacer hoy es comparar dos traducciones distintas de un mismo traductor. Porque sí, amigos, a veces los traductores —al igual que los cirujanos plásticos— retocan sus trabajillos.

Para darle un poco de emoción al asunto, no les voy a decir cuál de las dos versiones es anterior/posterior a la otra. Tendrán que adivinarlo ustedes. No se fíen ni un pelo del orden en el que voy a colocar los textos: yo ya sé que ustedes van a pensar que yo voy a pensar que ustedes van a pensar que yo voy a pensar que ustedes van a pensar... [etc.], así que el orden lo ha decidido la suerte.

Hale, ahí tienen. Las diferencias están subrayadas y ennegritadas, que no es cuestión de que se me dejen la vista en la pantallita de su móvil.


****** ALIANZA ******


En 1913, cuando Anthony Patch cumplió los veinticinco años, habían transcurrido ya dos desde que la ironía —el Espíritu Santo de estos últimos tiempos— tuvo a bien descender, al menos teóricamente, sobre él. La ironía era como el toque final a los zapatos, como la última pasada de cepillo a la ropa, una especie de "¡Ya está!" intelectual; sin embargo, al comienzo de esta historia, Anthony no ha hecho más que alcanzar el uso de razón. La primera vez que lo vemos se pregunta con frecuencia si no será un hombre sin honor y algo chiflado, una sustancia vergonzosa y repulsivamente delgada que brilla sobre la superficie del mundo como el aceite sobre un estanque de aguas cristalinas; aunque en otras ocasiones, por supuesto, se considera un joven excepcional, extraordinariamente refinado, bien integrado en su entorno y, hasta cierto punto, más importante que todas las personas que conoce.

Traducción de José Luis López Muñoz

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**** DEBOLSILLO ****


En 1913, cuando Anthony Patch cumplió los veinticinco, habían transcurrido ya dos años desde que la ironía —el Espíritu Santo de estos últimos tiempos— descendiera, al menos teóricamente, sobre él. La ironía era como el toque final a los zapatos, como la última pasada de cepillo a la ropa, una especie de "¡Ya está!" intelectual; sin embargo, al comienzo de esta historia, Anthony no ha hecho más que alcanzar el uso de razón. La primera vez que lo vemos se pregunta con frecuencia si no será un hombre sin honor y algo chiflado, una sustancia vergonzosa y obscenamente delgada que brilla sobre la superficie del mundo como el aceite sobre un estanque de aguas cristalinas; aunque en otras ocasiones, por supuesto, se considera un joven excepcional, extraordinariamente refinado, bien integrado en su medio ambiente y, en cierto modo, más importante que todas las personas que conoce.

Traducción de José Luis López Muñoz


Si aciertan, ganarán dos puntos de autoestima que podrán lucir en sus próximas reuniones sociales.

Una pista: yo soy incapaz de ver una de las traducciones como una versión mejorada de la otra. Prefiero la de Alianza en añosentorno, y la de Debolsillo en descendiera, obscenamente y en cierto modo.

17 October 2013

Entusiasmos que no comparto

Si alguna vez creen ver a Isabelle Huppert interpretando a un personaje entrañable y/o simpático, no hace falta que se pellizquen: es un sueño.


Los científicos nos han avisado ya. El día que comparta plano con Jeremy Irons, dará comienzo una nueva glaciación.

14 July 2015

Entusiasmos que no comparto

Sé que algún día Dios me castigará por esta sección —por ejemplo, obligándome a asistir a un recital de Isabelle Huppert basado en la obra del Marqués de Sade (en serio, ¿de qué pesadilla infernal ha salido esto?)— pero, mientras tanto, ahí van unos cuantos motivos que impidieron que este tiquismiquis de aquí disfrutase con Fargo, la serie de los hermanos Coen que no es de los hermanos Coen, tanto como el resto de sus semejantes:

[* Si no han visto la serie, mejor no sigan leyendo.]


- El primer episodio es un prodigio de ritmo, sí señor, pero los cinco siguientes —la serie tiene diez— no son más que un amasijo de vías muertas en el que lo único que llega a algún sitio es la subtrama romántica (cómo no).

- Hay un exceso de personajes bobalicones que ni son interesantes ni graciosos, y que solo sirven para entorpecer el desarrollo de la historia y alargarla.

- Llega a ser ridículo lo bien que les sale todo a los malos (que cuentan incluso con la ayuda del azar) y lo poco hábiles que son, en cambio, los buenos. Supongo que es una táctica para que los malos den todavía más rabia al espectador ("joder, ya se ha vuelto a librar el muy cabrón") pero se alcanzan tales cotas de inverosimilitud que uno se acaba refugiando en la indiferencia ("bah, otra vez que se libra el tío").  

- Hay hasta cuatro conversaciones entre distintos personajes en las que uno de ellos se pone en plan "te voy a contar una historia" y le larga al otro una especie de parábola o acertijo que, suponemos, encierra un significado profundo. Cuatro conversaciones. Cada una con unos personajes diferentes. Yo, a partir de la segunda, ya no veo a un personaje contando una historia sino a un guionista sobreexplotando un recurso.