Como me consideraban un compañero prometedor, me encargaron diversas «misiones secretas», que más bien daban risa. Por mi parte, no rechacé hacerme cargo de ninguna de esas misiones y las acepté con tal naturalidad que ni los «perros» —así llamaban los compañeros a la policía— jamás sospecharon de mí ni se les ocurrió interrogarme. Riéndome y haciendo reír a los demás, cumplí todos los encargos al pie de la letra. Los participantes en ese movimiento eran tan precavidos y pasaban tantos nervios que eran como una mala imitación de una novela detectivesca. Las misiones que me encargaban eran de lo más anodino, pero ellos no cesaban de comentar su alto grado de peligro.
[Traducción de Montse Watkins]
¿Qué tiene de malo este texto? Nada. No tiene nada de malo. Lo malo es lo que no tiene: ni un solo ejemplo de esas misiones que el grupo activista (marxista) considera tan peligrosas y que al protagonista, en cambio, le parecen anodinas y risibles.