31 October 2015

Simes y nomes del quinto bimestre

Sí o no, sin términos medios, porque los términos medios no sabemos lo que hacen pero los extremos se tocan.

  • Lo que sí:

Una historia conmovedora, asombrosa y genial, de Dave Eggers

Si algo saben los norteamericanos sobre Retórica es que para ganarse al público lo mejor es empezar con algo gracioso. Por eso va Dave Eggers y en las primeras páginas del primer libro que escribe en su vida planta el prólogo más irresistible —posmoderno, eso sí— que un servidor se haya echado nunca a las pupilas. Con cosas así se gana uno lectores para tres o cuatro libros más (como mínimo). Habrá gente que piense que Eggers pone demasiado empeño en ser guay. Tienen razón: Eggers se esfuerza demasiado. Muere por gustar. Así que uno de los temas principales del libro —autobiográfico—, si no EL TEMA principal, acaba siendo cómo conseguir molar lo más posible en todas y cada una de las situaciones de la vida. Que Eggers te cae bien, entonces el libro no puede sino molarte. Que no te cae bien, entonces es muy probable que no te mole, pero no es imposible que sí. A mí Eggers me cae bien. Me ha ganado para tres o cuatro libros más (como mínimo). Pero para que no digan ustedes que no pongo nada de contrapeso en el otro platillo de la balanza, les contaré que el anterior propietario del libro —un saludito a las librerías de segunda mano— dejó anotado esto en la primera página: "Leída. Malísima". Estoy seguro de que a Eggers le haría gracia. Es así de guay.

¿De qué vas?, de William Sutcliffe

No sé por qué la gente, cuando opta por un libro corto y ligero después de haber estado enfrascada en uno largo y denso, dice que es para "desengrasar", como quien cena una ensalada el mismo día que ha comido un cocido. ¡Pero si es todo lo contrario! Los libros facilones nos ayudan a mantener engrasada la maquinaria de la lectura. No se trata en realidad de cenar ensalada, no, se trata de cenar un yogur griego: alto porcentaje de grasa pero en una porción pequeña de alimento que ni siquiera requiere el esfuerzo de masticar. Dicho esto, ya puedo contarles que ¿De qué vas? ha sido mi yogur griego del bimestre (o mi ensalada, si se empeñan ustedes). Un cínico escritor inglés riéndose de esa costumbre tan occidental de irse a países del Oriente (India, en este caso) en busca de experiencias espirituales. Yo, que sudo solo de pensar en pisar un país en el que haya más tipos de parásitos que en el mío propio, he sonreído bastante.

Los siete años de abundancia, de Etgar Keret

Creo que ya lo he dicho alguna vez en algún lado: desconfío de la unanimidad. No me creo, por ejemplo, que un escritor le pueda gustar a todo el mundo. A individuos como Mircea Cărtărescu, Hilary Mantel, Anna Starobinets o Ray Pollock, que no dejan de recibir elogios, los tengo bajo sospecha. Hubo un tiempo en que tuve incluso a Bill Bryson bajo sospecha. Figúrense. Pero ya no. Y desde hace mes y medio tampoco a Etgar Keret. Me podría pasar un día entero leyendo artículos de Etgar Keret, con sus anécdotas, su sentido del humor, su ternura, su destreza para recoger y amplificar el sentido de todo el artículo en la frase final. Nunca me he explicado cómo puede nadie contar su vida de manera lineal, desde que era niño hasta que se convierte en un adulto que escribe su biografía. Contarle tu vida a alguien, en la calle, no en las páginas de un libro, se parece más a lo que hace Keret aquí. Desconozco si fue publicando estos artículos periódicamente en algún lado pero reunidos en un solo volumen conforman un conjunto coherente, sin apenas redundancias, como capítulos de una novela. En fin, ya saben, uno de esos casos en que el todo es mayor que las partes.

La historia de tu vida, de Ted Chiang

Está considerado uno de los mejores libros de relatos de ciencia ficción de toda la historia. ¿Es para tanto? Bueno, para que se hagan una idea, yo, con el poco tiempo que tengo para leer cuentos, me lo acabé en tres días sin intercalar ninguna otra lectura. Así que sí: algo tiene. Casi todos los cuentos del libro tratan de un modo u otro sobre la percepción, sobre los factores que influyen en nuestra forma de captar el mundo y que acaban determinando nuestro comportamiento. El punto fuerte de Chiang es su habilidad para desarrollar los argumentos y cuando digo argumentos me refiero tanto a la historia como a las reflexiones, los razonamientos y las ideas que se despliegan en el relato. Porque sí, Chiang cuenta historias, historias con planteamientos brillantes, clímax explosivos e interés humano, y además utiliza esas historias para reflexionar, para exprimir una idea hasta casi agotarla. Sus cuentos no discurren ni van a la deriva, sus cuentos progresan. Y ahora una advertencia: Chiang no es un estilista, no hace literatura experimental, el acabado de sus cuentos es bastante clásico. Piensen en Sturgeon más que Dick, en Asimov más que en Ballard, en Keyes más que en Lem. Y la traca final: Denis Villeneuve (Incendies, Prisioners, Enemy) va a adaptar al cine uno de los relatos: La historia de tu vida. Yo ya me estoy relamiendo.

Mi enemigo mortal, de Willa Cather

Si fuera uno de esos blogueros que planifican su año lector y a finales de diciembre hacen un resumen de las mejores y las peores lecturas, les iría avanzando que este es uno de los mejores libros que voy a leer este año, si no el mejor. ¿Por qué estoy tan seguro? Porque es una de las mejores novelas cortas que he leído en toda mi vida. Pueden coger esta afirmación con pinzas, espátulas o manoplas para el horno porque la verdad es que tampoco he leído tantas novelas cortas a lo largo de mi vida (las Novelas Ejemplares de Cervantes, Carta de una desconocida de Zweig, Otra vuelta de tuerca de Henry James), pero si confían en mí aunque solo sea un poquito háganme caso: Mi enemigo mortal es algo así como perfecta. En la traducción de Gema Moral Bartolomé, tiene la cantidad justa de adjetivos, sustantivos y verbos, dispuestos —junto al resto de los elementos gramaticales, claro está— en el orden más idóneo para el disfrute estético y la alteración emocional. Y si no confían en mí lo más mínino, sepan al menos que es una de las pocas novelas norteamericanas que Truman Capote salvaba de la quema.

La vida después de Dios, de Douglas Coupland

Los voy a llamar relatos mandarina. En este libro hay ocho. ¿Por qué mandarina? Porque tienen gajos. ¿Gajos? Gajos, sí. Me explico: cada gajo viene a ser un pequeño texto unitario (con unidad de sentido) encabezado por un dibujo del autor. Agunos son meras reflexiones sobre algún aspecto de la vida o del mundo (la felicidad que da contemplar a los pájaros), otros son anécdotas o recuerdos del narrador (aquellas travesuras de su hermana) y en otros se desarrolla el marco narrativo del relato. Y digo marco narrativo porque historia, lo que se dice historia, no tienen. En todos ellos hay un narrador en primera persona que parece estar atravesando un momento de crisis y se detiene a reflexionar sobre cómo ha llegado hasta ahí. Los golpes de la vida. El tono es este:

"Me obsesionaba ser incapaz de tener una relación, de compartir la intimidad. Sentía como si los demás vivieran dentro de una casa cálida de noche y yo estuviese fuera, y no me pudieran ver; porque me hallaba allí en la oscuridad. Pero ahora estoy dentro de esa casa y siento lo mismo".

Deberían saltar todas nuestras alarmas de lector posmoderno en contra de la autocompasión, la falta de ironía y la palabrería coelhiana pero no saltan. A pesar de los riesgos, a Coupland le ha salido bien. Los ocho relatos mandarina llegan.

Aquí y ahora, de James Ponsoldt

Coincidencias. Leo en este blog una entrada en la que mencionan Esplendor en la hierba. Pongo la tele y en ¿Qué he hecho yo para merecer esto?, la peli de Almodóvar, dos personajes van al cine a ver Esplendor en la hierba. Veo Aquí y ahora —cuánto mejor suena el título original: The Spectacular Now— y me encuentro con una especie de actualización de Esplendor en la hierba. Por supuesto, no es ni la mitad de buena que Esplendor en la hierba pero también se las arregla para emocionar con el tópico del ya nada nos puede devolver la hora del esplendor en la hierba (William Wordsworth), también conocido en su variante nada dorado puede permanecer (Ponyboy en Rebeldes, de Susan E. Hinton, citando a Robert Frost). Dos poetas: miren si la peli me ha puesto moñas.

Rocket Science, de Jeffrey Blitz

Si les contase la premisa de esta película —y ahora voy y se la cuento: un chaval tartamudo entra en el grupo de debate de la escuela—, ustedes visualizarían inmediatamente una historia de marginación adolescente y superación personal, una mezcla entre Napoleon Dynamite y El discurso del rey. Pues sí pero no. El no: no dramatiza en exceso el problema del protagonista (no hay bullying), esquiva algunos de los grandes tópicos de las pelis de instituto (alumnos populares vs. frikis, profesor de literatura comprensivo, baile de promoción...), la moraleja no es exactamente la que uno podría esperar (no, la peli no es un manual de autoayuda). Todo esto, bien. Incluso muy bien. Pero no les voy a engañar: la película se queda a medio camino de casi todo. Si consigue hacerse entrañable —y sí, lo consigue— es gracias a los toques de comedia excéntrica, a la elección de la banda sonora y a la simpática determinación del protagonista.

El mito de la adolescencia, de David Robert Mitchell

Después de flipar con It Follows —algo tiene esta peli para que hasta los guionistas de The Good Wife la recomienden por boca de uno de los personajes de la serie— lo primero que hice fue lanzarme en busca de más cosas del mismo director. Obsesivo compulsivo que es uno. Al parecer, en EEUU es típico que los chavales se reúnan la noche anterior al comienzo de las clases, en plan fiesta pijama. Como es lógico, lo aprovechan para ligotear. El mito de la adolescencia sigue a un grupo de chavales durante 24 horas, desde la mañana del gran día hasta la mañana del día siguiente. Como referentes más obvios podríamos citar American Graffitti y Dazed and Confused. No, nada que ver con comedias del tipo de Supersalidos aunque también salgan chavales hormonando. El único problema de la peli es el regustillo conservador del guión (inocencia > promiscuidad). Bueno, eso y también el uso de ciertos clichés románticos en el desarrollo de las tramas. Sin embargo, la dirección es tan elegante que consigue que yo, al menos, no preste demasiada atención a los inconvenientes. David Robert Mitchell, el tipo que saca oro de guiones que en otras manos se convertirían en películas convencionales.

El cuento de la princesa Kaguya, de Isao Takahata

La película de animación más bonita de los últimos años (y hablo solo del aspecto visual) no es Del revés, la de Pixar, con sus diseños vulgarotes, disneyanos y parquetemáticos. La película de animación más bonita de los últimos años es El cuento de la princesa Kaguya. La coloración acuarelada no es ninguna novedad, tampoco el trazo abocetado ni las composiciones de postal, pero sí hay un elemento que al menos yo, hasta ahora, no había visto unido a los anteriores con el grado de perfección que se da en esta película: el movimiento, o mejor, la forma en que los dibujos capturan el movimiento. Yo la vi completamente embobado. La historia no es tan fascinante como los dibujos pero no aburre, a pesar del ritmo pausado y de la distancia cultural (hablamos de un cuento popular japonés), incluso puede llegar a emocionar un poco.

El mejor padre del mundo, de Bobcat Goldthwait

Humor negro negrísimo. No del simpaticote que hacen, por ejemplo, los ingleses, sino del amargo. La primera media hora incluso cuesta verla, por culpa de un personaje asqueroso con el que no cabe empatía alguna. Luego la comedia toma una vía menos incómoda y se disfruta más. No llega la sangre al río. Por suerte o por desgracia (elijan), esto no es Todd Solondzt: hay más de un personaje positivo y moraleja.


Spellbound, de Jeffrey Blitz

Fíjense en el nombre del director. Es el mismo que el de Rocket Science, comentada unos simes más arriba. Este ha sido el bimestre de rebusquemos en la filmografía de directores que hasta hace cinco minutos no conocíamos. Bueno, Spellbound sí me sonaba. Sabía que era un documental sobre esos concursos de deletreo que tanto gustan en EEUU y que los franceses están tardando en copiar (pero ellos poniendo tildes y todo). Me encantan los documentales. Me gustan tanto que no alcanzo a comprender por qué existiendo los documentales se siguen haciendo biopics. Hace años en canal plus echaron Una mente maravillosa y, justo después, un documental sobre John Forbes Nash. El contraste era demoledor. Hollywood y su cartón piedra. Pero a lo que íbamos. Spellbound sigue a ocho chavales desde los preparativos del concurso hasta el final. No queda muy claro si el director está a favor o en contra de este tipo de competiciones pero lo cierto es que es imposible ver el documental sin comerse las uñas. Refleja tan bien el carácter de los ocho chavales y es tan fácil entender lo que para cada uno de ellos y para su familia significaría ganar que uno sufre sabiendo que, en el mejor de los casos —es decir, si gana uno de los ocho (cosa que no está clara en ningún momento, no se confíen)— va a haber siete perdedores. O sea: un documental sobre siete (u ocho) niños frustrados. Uf. No sería mala idea hacer un programa doble con Rocket Science. Podría servir para entender mejor la intención que tenía el director con cada una de ellas. Mi teoría: Spellbound hiere, Rocket Science cura.


  • Lo que no:

Equivocado sobre Japón, de Peter Carey

El título está muy bien puesto. Peter Carey se aficiona al manga y al anime gracias a su hijo y, con la excusa de entrevistar a varios autores, organiza un viaje a Japón. Como es un intelectual empeñado en comprender la cultura japonesa, durante las entrevistas intenta calzar sus teorías acerca de los más diversos fenómenos (el gusto de los japoneses por los robots, el fenómeno otaku) pero lo único que consigue es meter la pata. Casi todos sus entrevistados le dicen que no se entera de nada, que no tiene ni idea de por dónde van los tiros. Y de eso trata el libro básicamente, de los tropezones de Carey con la barrera cultural. Lo malo es que esos tropezones no son especialmente divertidos. Son más del tipo: "Ah, pues todo ese rollo de chavales que se meten dentro de robots (Mazinger Z) creo yo que está relacionado con la búsqueda de un refugio, un espacio uterino; algo que debió quedar muy marcado en la generación que vivió durante su infancia los bombardeos de la Segunda Guerra Mundial", dice (más o menos) Carey; y su entrevistado le responde, "Pues no, no tiene nada que ver, está usted equivocado, los chicos que se meten en los robots se funden con la máquina y experimentan lo mismo que esta, no es una armadura que les protege sino una segunda piel". Las entrevistas acaban siendo más interesantes por lo que dicen los autores japoneses que por las propuestas interpretativas de Carey, pero el foco nunca se aparta demasiado de las ansias de este de que le den la razón. La parte al margen de las entrevistas, lo que vendría a ser el viaje propiamente dicho, es más entretenida, aunque no se puede decir que contenga demasiada información acerca del país. Cualquier libro del tipo Un geek en Japón resulta más curioso que este. En resumen, moderadamente interesante pero claramente insuficiente.

Enfermedad social, de Paul Rudnick

En la categoría de películas que puedo ver las veces que quiera y siempre consiguen que me parta de risa, junto a otras como El sentido de la vida, Ace Ventura: Operación África, Election y Jo, qué noche, se encuentra La Familia Adams. La tradición continúa. Tiene algunas de las mejores líneas de diálogo desde las películas de los hermanos Marx (esta y esta otra). Me gusta tanto que me sé el nombre de su guionista: Paul Rudnick. Por eso cuando encontré una de sus novelas en una librería no pude hacer otra cosa que comprarla. Por desgracia, no es demasiado buena. Viene a ser una comedia alocada, satírica y un poco absurda sobre la beautiful people de Manhattan en los años 80, pero no tiene demasiada gracia. Un fracaso similar al de Almodóvar con Los amantes pasajeros: chicos, no estáis siendo tan graciosos  e incisivos como pensáis. A mí solo me ha gustado el primer capítulo. La única cosa buena que puedo decir es que, a pesar de que no me estaba divirtiendo, no me ha costado demasiado terminarla. Algo es algo.

Gente en sitios, de Juan Cavestany

El primer sketch ya nos da el tono. En un restaurante el camarero pregunta a una pareja qué van a tomar. Mientras la pareja elige varios platos del menú el camarero se pone a escribir en una libretita. La pareja termina el pedido y el camarero sigue escribiendo. Acaba una hoja y sigue en la siguiente. Cuando ya ha pasado más tiempo del que cualquier persona normal necesitaría para anotar los cuatro platos, la pareja se empieza a inquietar; se miran incómodos. Fin. La mayoría de los sketches son del mismo estilo: una situación más o menos cotidiana se enrarece repentinamente por la irrupción de lo insólito (en uno de los sketches se cita a Kafka). Sobre el papel parece interesante pero el resultado no lo es tanto. Más que gratamente sorprendido, el espectador (yo) acaba frustrado.

El pasado, de Asghar Farhadi

Probablemente mi película favorita de lo que va de siglo sea Nader y Simin, una separación (ya lo había dicho aquí). De Farhadi también me gusta A propósito de Elly. Las dos tienen puntos en común: un grupo de personajes se ven afectados por un acontecimiento violento al que tratan de buscar explicación, desenmarañando una red de secretos y mentiras que permanecía oculta. Suena a thriller y sí, Farhadi usa técnicas del thriller, pero sus intenciones son más sesudas. Le interesa la verdad. En estos tiempos de relativismo, en los que la gente va a la tele a contar SU verdad, Farhadi ha llegado a decir (cito de memoria) que la verdad es aquello que una persona oculta a otra. El pasado no me ha parecido mala pero no está a la altura de las anteriores. La fórmula es parecida, también hay un secreto sobre el que pivota todo. Lo malo es que la película tarda demasiado en centrarse en la investigación de ese secreto. La primera hora y pico es demasiado dispersa. El protagonismo que cobran determinados personajes en esa primera parte resulta excesivo a la vista de los derroteros que acaba tomando la película. Hay quien le echa la culpa al hecho de que esté rodada en Francia y no en Irán. Farhadi se ha afrancesado, dicen. No seré yo quien defienda al país que ha alumbrado a Isabelle Huppert.

Regresión, de Alejandro Amenábar

Supongo que mi aviso llega tarde: Regresión es mala, muy mala, lo peor que ha hecho Amenábar hasta ahora. Ethan Hawke está insufrible. No hay forma humana de interesarse por su personaje o de albergar un solo átomo de preocupación por lo que le pueda pasar. El final es decepcionante. Decepcionante en plan: creías que en tu cumpleaños te iban a regalar ese cofre de DVDs de Hitchcock sobre el que llevabas meses echando indirectas y van y te regalan Hitchcock, la película de Anthony Hopkins. Mis palabras literales cuando acabó Regresión fueron: "¿y para esto hace la película?" Y mi acompañante estuvo de acuerdo. Nada en toda la película parece la elección más adecuada para contar lo que al final descubrimos (o suponemos) que Amenábar quería contar. Curioso, viniendo de alguien que se atrevió a decir que Hitchcock (otra vez Hitchcock) se había equivocado en Vértigo al desvelar el "truco" en medio de la película en vez de esperar al final. Pues sí, cuando Hitchcock se equivocaba hacía Vértigo, cuando Amenábar se equivoca hace Regresión (se nota la retranca y el rencor, ¿no?).

22 October 2015

Un hombre, un voto

Paso por delante de una sala de lectura municipal que suelen frecuentar los estudiantes del barrio. En la puerta hay dos chavales de no más de dieciséis años. Uno de ellos mira unos folios que tiene en la mano y le dice al otro:
—¡No! Democracia. El gobierno del pueblo es democracia.
—¡Eso! Democracia. Oligarquía es otra cosa. Oligarquía es...
Me alejo y ya no oigo el resto del diálogo. Lo primero que pienso es que están repasando para un examen. Lo segundo que se me pasa por la cabeza no tiene nada que ver con la calidad de la enseñanza en la ESO ni con el tópico juventud, divino tesoro, es una reflexión amorfa que resumida en pocas paabras se parecería a algo de este estilo:
"Pues sí, cualquiera distingue a estas alturas la democracia de la oligarquía."


No Podemos, no.

11 October 2015

Cuando lo mejor no está en el estribillo

Empezamos con un clásico. Los 38 primeros segundos podrían ser mi canción favorita de todos los tiempos o, al menos, una de las que más me reblandece por dentro (más todavía), pero llega el estribillo y, como por arte de magia, se esfuma la ídem (redundante y paradójico, sí). ¿Es cosa mía o ustedes también lo notan?


Anticlímax. ¿A quién se le ocurre hacer una canción de casi nueve minutos con esos mimbres? Nunca jamás he podido pasar del minuto 3 y hoy, por una simple cuestión de ética periodística, he hecho lo más parecido a intentar escucharla entera: ir dando saltos por la barra de progreso hasta llegar al final. Pregunto: ¿se podrá oír entera sin que las conexiones neuronales sufran algún daño? A mí me gusta mucho, mucho bastante, el primer minuto, sobre todo ese momento suspendido en la eternidad en el que empieza la percusión. Luego ya todo se vuelve demasiado ABBA para mis delicados oídos.


Clímax. No les voy a pedir que la escuchen entera, basta con que sepan que es un ejemplo resultón y gastapistas de ese revival post punk que se llegó a practicar incluso en España hace no demasiado tiempo, pero salten, por favor, al minuto 2:40 y esperen unos segundejos de nada: si lo que empieza en el minuto 3:05 no es la mejor coda de una canción de subidón que nunca van a oír en una discoteca (literal: a mí nunca me la han puesto), que venga Paco Pil y la pinche. Qué pedazo de melodía estratosférica, Dios mío.


Ahora ya pueden seguir con sus cosas.


[El último vídeo ha desparecido de Youtube. Era Inside, de Mendetz.]

30 September 2015

Un cuento al mes: 'Té en casa de la señora Armsby' de James Thurber


      —Mi marido es coleccionista —dijo la diminuta señora Monroe.
      A quien más sorprendió el comentario fue al señor Monroe, que no era coleccionista.
      —¿Y qué es lo que colecciona, señor Monroe? —preguntó la señora Armsby amablemente.
      —Pañuelos —contestó la señora Monroe—. Colecciona pañuelos.
      Al señor Monroe le resultó obvio que los sorprendentes comentarios de su esposa no eran más que la desafortunada consecuencia de haber estado los dos en un cóctel antes de presentarse, a última hora, en casa de la señora Armsby.
 

Traducción de Celia Filipetto


Aunque tuve mis más y mis menos con Los 13 relojes, he repetido con Thurber. Y no me arrepiento.

Titular: No me arrepiento

Cierto es que, de los once cuentos de Thurber que he leído hasta ahora, gustar gustar solo me han gustado tres —a los amantes de los animales les recomiendo Instantánea de un perro— pero me divierte bastante el sentido del humor suavecito y ligeramente satírico de la mayoría de ellos. Por decirlo cursi: son cuentos con algo así como brisa. Este, el primero del libro, es el que más me ha despeinado.

Una esposa medio borracha. Un marido alarmado. Té en casa de la respetabilísima y aburrida señora Armsby. La gracia: el marido trata de que no se note que su mujer está achispada pero al mismo tiempo es evidente que disfruta con la situación. No hay más. La anécdota no se complica. No tiene un gran final. El nivel de diversión se mantiene más o menos a la misma altura durante todo el cuento. Si el principio les ha hecho sonreír acabarán con la misma sonrisa. No es literatura seria. Ni falta que hace.

12 September 2015

Pequeños problemas éticos, nº 5

Sales de noche con un amigo que está casado. Su mujer también es amiga tuya pero esa noche ella prefiere quedarse en casa. Os tomáis unas copas y, como tu amigo tiene muchas ganas de juerga, os vais a una discoteca. Después de entrarle prácticamente a todas las chicas de la discoteca, consigue ligar con una. A eso de las cinco de la mañana te dice que se va a ir con ella, que vive cerca. Pretende estar dos horas en su casa, como mucho, así que al día siguiente vuestra versión tiene que ser la misma: estuvisteis juntos en la discoteca hasta las siete de la mañana y luego os fuisteis a casa. Intentas convencer a tu colega de que no se vaya con la chica, le amenazas con contárselo a su mujer pero es inútil, ni te escucha. Sabes que no es la primera vez que echa una cana al aire, así que lo dejas por imposible y te vas a casa.


La parejita, de Manel Fontdevila


Te despierta el teléfono a eso de las diez de la mañana. Es la mujer de tu amigo. Está preocupada porque su marido todavía no ha llegado a casa. Le ha llamado al móvil varias veces pero lo tiene apagado o fuera de cobertura. Piensas que lo más probable es que tu amigo se haya quedado dormido en casa del ligue. La mujer te pregunta hasta qué hora estuviste con él anoche y dónde lo dejaste.

¿Qué haces?
a) Le dices la verdad. 
b) Le mientes.

Nota: se puede cambiar el sexo a cualquiera de los personajes.

29 August 2015

Simes y nomes del cuarto bimestre

Sí o no, sin términos medios, porque no vamos a ser menos rotundos que una margarita.

  • Lo que sí:

No hay más preguntas, de David Nicholls

Les adelanto que ninguno de los libros que he leído este bimestre me ha entusiasmado. Si les pusiese iconos, no se merecerían el de la sonrisa semicircular (o Matutano); como mucho, el de la sonrisa lineal (o Esperanza Aguirre). [Por cierto, si buscan smiley en Google tendrán el placer de contemplar varias imágenes de una película de terror en la cual el asesino tiene cara de smiley. Así como lo leen. Muy pero que muy perturbador.] Este libro de Nicholls, por ejemplo: recuerdo que mientras lo leía me sentía cómodo y contento (como cuando vas a tu cine favorito y nadie se sienta en la fila de delante), pero ahora, dos meses después, tampoco es que lo recuerde con un cariño enorme (como cuando te comes una musaka deliciosa de la que tu cuerpo, sin embargo, se quiere librar cuanto antes). A David Nicholls se le tiene por una especie de Hornby más centrado en la temática amorosa. Creo que fue Miqui Otero quien dijo que Nicholls hacía chick-lit para tíos. Sin ser ningún experto en chick-lit (ni en Nicholls) creo que puede ser una comparación acertada: chico conoce a chica, conquista, enredos, equívocos, dudas, autodesprecio y humor, mucho humor blanco. Para ser justo, diré que el tema principal va mucho más allá de la anécdota amorosa; en la contraportada lo explican con una frase acertada: la diferencia entre el conocimiento y la sabiduría. Una buena novela ligera.

Algo supuestamente divertido que nunca volveré a hacer, de David Foster Wallace

Lo primero: me he leído la edición de la editorial Debolsillo, que solo incluye la crónica que se titula como el libro (la edición de Mondadori incluye algunos ensayos más). Lo segundo: me ha decepcionado. Después de haber leído tantas veces en la blogosfera que los ensayos de David Foster Wallace consiguen que veas las cosas bajo otro punto de vista, me esperaba algo con más sustancia. No puedo decir que este libro haya cambiado la idea que ya tenía sobre los cruceros (sin haber estado en ninguno). Pero bueno, me ha entretenido, me ha hecho reír un par de veces y me ha dado a conocer algunos datos curiosos que, estoy seguro, no olvidaré fácilmente (ay, la hipnosis).

Una historia en bicicleta, de Ron McLarty

Seguro que alguna vez han leído un libro de esos que alternan dos planos narrativos (pasado/futuro, personaje-1/personaje-2, realidad/ficción) y les ha parecido que uno de los planos era mucho menos interesante que el otro y han deseado que el autor lo hubiese eliminado o que, al menos, hubiese reducido su extensión. Pues eso me ha pasado con esta novela. La historia de la hermana en el pasado, tan emotiva, me tenía muchísimo más enganchado que el viaje del prota en el presente, más sensiblero. Devoraba un capítulo, resoplaba un poco con el siguiente. De todas formas, la novela se tenía ganado el sime desde las primeras 50 páginas (más o menos). Vaya arranque, amigos. Estaba en la playa y me olvidé hasta de bañarme.

La promoción del 49, de Don Carpenter

El anuario del instituto, esa base de datos tan eficaz a la hora de identificar perdedores y capturar asesinos escurridizos (¿para cuándo una película española en la que se atrape al malo gracias a la orla de la universidad? Amenábar, tienes deberes). Este libro tiene vocación de anuario. Detiene la vida de un grupo de chavales en el año de su graduación en el instituto. Cada capítulo es casi como la foto de un personaje en algún momento de ese año, con la familia y los compañeros al fondo. La mayoría de los personajes reaparecen en las fotos de los demás, más o menos cerca de la cámara, así que el libro se lee al mismo tiempo como una colección de cuentos y como una novela. Yo me lo leí en una tarde. Es corto, directo y tiene una fluidez adictiva. De todo el bimestre, quizá sea el que mejor recuerdo me ha dejado.

The Skeleton Twins, de Craig Johnson

¿Por qué hay tantas películas que tratan sobre el amor y las relaciones de pareja, sobre la amistad, sobre los conflictos entre padres e hijos, y tan pocas, en comparación, que tengan como tema principal las relaciones entre hermanos? Una excepción: los hermanos gemelos. Al cine le encantan los hermanos gemelos (sobre todo si uno es bueno y el otro malo). En esta película los protagonistas son mellizos pero la verdad es que podrían no serlo y no habría ninguna diferencia (esto no es Inseparables, no). A mí me ha conquistado por la verosimilitud de la relación entre los protagonistas, que seguramente debe mucho a la química que hay entre los actores. Casi todas las escenas en las que coinciden son fantásticas en ese sentido. Ha sido una recomendación de Talita y un gran acierto.

Bob Esponja: Un héroe fuera del agua, de Stephen Hillenburg y Mark Osborne

La fórmula es muy antigua: protagonista noble y bondadoso + secundarios peculiares y graciosillos. Los de Disney la llevan grabada a fuego. Pero imagínense por un momento que alguien decidiese retorcer el esquema e hiciese una película coral solo con secundarios peculiares y graciosillos. Suena bien, ¿no? ¡Pues aquí la tienen! (Cantando:) ¡Booob Espoooooonja ya llegó! Una de las películas con las que más me he reído este año. Pura diversión en vena. Si les gustan las comedias sin ternurismos empalagosos ni moralinas edificantes, si el reconocimiento acrítico en torno a Pixar les da un poco de rabia (yo nunca les perdonaré esto), si son capaces de apreciar maravillas como El gato, tienen que verla.

Les combattants, de Thomas Cailley

Sí, es de amor. Sí, es francesa. No, no es ñoña. No, no es dramática. La crítica destaca los giros del argumento: casi cambios de género, dicen. Bueno, es cierto que la película está dividida en tres segmentos muy diferenciados pero la transición entre ellos es bastante natural y coherente. No hay grandes vuelcos. En el fondo no son más que cambios de escenario. Tiene otras cosas más destacables: los actores (la manera de moverse de ella, la sonrisa de él en la cena familiar: premiados en los César), el tono (es como una comedia de tapadillo: en el cine se oían algunos jijis tímidos, no todos de este servidor, pero la mayoría de la gente permanecía impasible o —digo yo— se reía hacia adentro), algunas escenas (el momento en que él se da cuenta de que no quiere separarse de ella, el maquillaje, las agujas de pino: la sensualidad también era esto), la subversión de los estereotipos de género (esto no se lo explico: vean la película, qué leches).


  • Lo que no:

Las ovejas de Glennkill, de Leonni Swann

SINOPSIS: Un rebaño de ovejas investiga la muerte de su pastor en circunstancias extrañas. 

EXPECTATIVAS: Humor y trama detectivesca. 

PUNTO EN EL QUE ME EMPECÉ A ABURRIR: Mucho antes de llegar a la mitad. 

PROBLEMA 1: Una gran parte de la gracia se supone que está en los errores que cometen las ovejas a la hora de interpretar el lenguaje y el comportamiento humano. Ahora bien, para que sea posible una mínima interpretación es necesario que las ovejas entiendan una parte de lo que hacen y dicen las personas (por ejemplo, aunque muchas veces se les escapa el verdadero sentido de lo que escuchan, sí que entienden el habla humana). El problema es que no queda claro por qué las ovejas entienden unas cosas y, sin embargo, malinterpretan otras; cuando se insinúa alguna explicación, esta no resulta nada convincente. El único criterio válido parece ser: porque a la autora le conviene que sea así. 

PROBLEMA 2: Apenas hay investigación, las ovejas se limitan a espiar las conversaciones de los humanos y luego sacan sus propias conclusiones. El problema es que esas conclusiones no ayudan en absoluto a que avance la trama (la resolución del caso). El lector —que sí entiende a los humanos— siempre va un poco por delante de las ovejas. Así que, en definitiva, todo se reduce a esperar a que algún humano lo cuente todo en presencia de las ovejas, cosa que no ocurre hasta el final, como se pueden ustedes imaginar.

CONCLUSIÓN: No funciona ni como novela de detectives ni como comedia y el relleno restante aburre, aburre hasta a las ovejas (sí, me pueden denunciar por esta gracieta).

Tarde, mal y nunca, de Carlos Zanón

El meollo del asunto —un crimen de barrio— es bastante sencillo, desde el principio conocemos al autor y sus motivos, la acción principal no abarca más de un día, pero Zanón decide dar volumen a la novela con una serie de recursos que oscilan entre el acierto y el estorbo: los personajes piensan mucho, recuerdan mucho, incluso filosofan, van de un lado otro de manera un tanto caprichosa, buscándose unos a otros pero sin llegar a encontrarse, pierden el móvil, lo recuperan... En el lado positivo: acabas conociendo muy bien a los personajes. En el lado negativo: apenas hay acción, tensión o intriga, falta ritmo, por cada capítulo donde pasa algo hay otro donde no pasa nada, se pospone demasiado la resolución. Yo, mientras la leía, echaba de menos la concisión de clásicos como El cartero siempre llama dos veces o ¿Acaso no matan a los caballos?

Agosto, octubre, de Andrés Barba

La novela del "como..." y del "como si..." Prácticamente todo lo que percibe y experimenta el protagonista, un chaval que acaba de pegar el estirón, es objeto de una comparación más o menos rebuscada. Ejemplo: "Los lamió [los pezones]. A la chica le dio un ataque de risa. Era como si el aire estuviese impregnado de cosas que flotaban." En ocasiones las imágenes son sugerentes pero otras veces resultan demasiado afectadas: "Estuvo con ellos [con la pandilla] un par de horas más aquella tarde y aunque no volvieron a hablar del asunto [un problema familiar] él tenía una sensación extraña, como si sus ojos  se hubiesen vuelto un poco amarillos, verdes, blancos, brillantes, igual que los pinos y las dunas."  En cualquier caso, gusten mucho, poco o nada estas comparaciones, lo cierto es que Barba abusa del recurso. Y aquí tengo que añadir "en mi opinión", porque me consta —dense un paseo por la red— que a nueve de cada diez lectores les parece que la novela está muy bien escrita. No crean que a mí me parece mala. En absoluto. De hecho, me parece muy meritoria. ¿Por qué está entre los nomes? Demasiado estilizada para mi gusto.

Perdiendo el norte, de Nacho G. Velilla

No tengo nada en contra del cine español. La mayor parte de los chistes que se hacen a su costa en las series y en los monólogos del Club de la Comedia me parecen injustos. El año pasado, cuatro de las películas que más disfruté en el cine eran españolas (Magical Girl, Stockholm, 3 bodas de más, La isla mínima). Me resulta mucho más fácil admirar la interpretación de un actor que habla castellano que la de un actor que habla inglés. Así que, cuando veo algún bodrio como este, me da pena pensar que los detractores del cine español se estarán frotando las manos.

18 August 2015

Fobias literarias



Por último, al pasar por la balaustrada de la segunda planta, se miró en el pequeño espejo de la pared trasera. 
 
Una de las cosas buenas de tener veintidós años, o de ser Madeleine Hanna, era que tres semanas de angustia romántica, seguidas de una noche de colosal exceso alcohólico, no bastaban para hacer demasiado visibles los estragos. Salvo la ligera hinchazón alrededor de los ojos, Madeleine seguía siendo la misma persona morena y guapa de siempre. Las simetrías de su cara —nariz recta, pómulos y línea de la barbilla parecidos a los de Katherine Hepburn— eran de tal precisión que parecían matemáticas. Sólo la fina arruga de la frente delataba el carácter levemente ansioso de la persona que Madeleine creía, en esencia, ser.

La trama nupcial, JEFFREY EUGENIDES

[Traducción de Jesús Zulaika]


Esto de hacer que el personaje se mire en un espejo solo para poder insertar a continuación una descripción física del susodicho es un recurso que me da un poquito de rabia (tampoco demasiada). En general, prefiero los narradores que no buscan excusas.