Descendemos de los monos. De acuerdo. Esto no se discute ya ni en los debates de Tele 5 entre simpatizantes de la Cope y simpatizantes de la Ser. Y quizá precisamente por eso, por la unanimidad silenciosa, tampoco nos paramos a pensar que ya no es que descendamos de los monos, no, es que ¡somos un tipo de mono! Bueno, de primate.
Así que viene Mark Rowlands, filósofo, y nos lo recuerda. Nunca en mi vida me he sentido más simio que leyendo este libro. Si ya no es fácil sentir simpatía hacia la Humanidad, así en mayúsculas y mirando desde fuera, resulta que encima pertenecemos al orden de mamíferos más rastrero de todos. Los inventores del engaño y del cálculo moral.
Mark Rowlands lo explica muy bien, con sencillez, sin entrar en pormenores evolucionistas. Rowlands es filósofo pero de los que se entienden. Con un tono íntimo y reflexivo, nos cuenta su relación con Brenin, un lobo, y cómo esa relación le hizo menos humano y más humano al mismo tiempo. Menos simio y más lobo.
Yo nunca he tenido perro.
[La experiencia más cercana a tener perro que he vivido ha sido leer
Colmillo Blanco. Me lo leí en el colegio, durante las sesiones de biblioteca que teníamos una tarde a la semana en clase de Lengua. Una compañera me dijo que sólo leía libros para niños (Roald Dahl) y me retó a leer
Colmillo Blanco. Me encantó.]
Pues si el libro de Rowlands ha conmovido a alguien como yo, que nunca ha tenido perro y que en presencia de cualquier animal (¡cualquiera!) lo primero que siente es miedo, no me quiero ni imaginar lo que hará con los lacrimales de los amantes de los perros.
Para amantes de la filosofía también vale, claro.