25 May 2016

Que no, que no me la toques otra vez

Si algo hemos aprendido de Mortadelo y Filemón es que la música se puede usar como instrumento de tortura.

¿Se acuerdan?

Sabemos que George Orwell no leyó Mortadelo y Filemón porque en 1984 (la novela) el gobierno totalitario del Gran Hermano tortura a los disidentes enfrentándolos a sus mayores miedos y no a sus canciones más odiadas.

rat mask

Con estas dos imágenes en la retina, Mortadelo y Filemón y 1984, espero que entiendan el peligro que corro al revelarles lo que les voy a revelar a continuación: las cuatro canciones con las que la Policía, el Ejército o el Gobierno podrían hacerme confesar lo que ellos quisieran. Que fui yo quien enseñó inglés a Ana Botella, por ejemplo.

Lo sé. También yo estoy temblando.

Pero antes de seguir, una pequeña aclaración. No se trata de canciones que haya odiado desde el primer momento que las oí. Al contrario, son canciones que en un principio seguramente me parecieron resultonas y que incluso es probable que haya tarareado alguna vez con distraído agrado. De hecho, todas ellas son especialmente tarareables. Pero del mismo modo que Julio Iglesias ha superado con creces el capital solar con el que nació y solo en perjuicio de su tersura puede exponerse al sol de Miami, hace tiempo que yo he superado el número de veces que puedo escuchar estas cuatro canciones sin riesgo para mi salud mental.

Ahí las tienen.

Evito las verbenas como los vampiros evitan Benidorm.

Don't Worry Be Happy - BOBBY MCFERRIN
He visto a siniestros sangrar por los oídos al escucharla.

Mambo No. 5 - LOU BEGA
Doy gracias a Dios por no llamarme Mónica.

Corazón de neón - LA ORQUESTA MONDRAGÓN
Si cantas el estribillo delante de un espejo se aparece Anne Igartiburu.


Ya pueden hacer conmigo lo que quieran.



*Me he dado cuenta de que algunos lectores pueden pensar que frivolizo con el tema de la tortura. Les aclaro que estoy en contra de cualquier forma de tortura y que apoyo a las víctimas. Soy una buena persona: no tengo twitter.

05 May 2016

Simes y nomes del segundo bimestre

Sí o no, sin términos medios, porque para escurrir el bulto ya tenemos a Suiza.


  • Lo que sí:


Open, de Andre Agassi y J. R. Moehringer

Confieso: Nunca he visto un partido de tenis entero. No soy capaz de retener las reglas más elementales del sistema de puntuación.  Confundo a Bjorn Borg con Boris Becker. Me acuerdo de que existe Nadal cuando lo veo en los anuncios. Y a pesar de eso, voy y me leo las memorias de Andre Agassi. Y me gustan. Se les nota la mano de Moehringer, sobre todo en el desarrollo de las líneas argumentales y los motivos, pero en este caso la estrella es el personaje: alguien que sale a jugar un torneo internacional con un postizo para ocultar que se está quedando calvo tiene todas mis simpatías. Eso es un ser humano. Y aunque no me acabo de creer a Agassi cuando habla de temas espinosos (drogas, dopaje, divorcio), por lo menos no los evita. La edición, por cierto, me parece muy confortable, desde el tacto y la flexibilidad de las pastas al color del papel, pasando por el tamaño de la letra y el peso.

El coleccionista de juguetes, de James Gunn

¿Soy el único que no sabía que el director de Guardianes de la galaxia había escrito una novela digna de atención? Y digo "digna de atención" por moderar un poco mi entusiasmo porque en realidad para mí ha sido la mayor sorpresa del bimestre, la novela que más alto ha llegado con respecto a las expectativas iniciales. Probablemente no sea tan buena. No lo sé. Igual es cosa mía: una especie de hipersensibilidad al tema del paso del tiempo, una debilidad personal que también podríamos llamar comienzo de chochera. ¿Creen ustedes que al crecer ganamos o perdemos? ¿Alguna vez sienten que hacerse mayor es una estafa? ¿Se han convertido en el adulto que esperaban ser de pequeños? La novela da una respuesta amarga a estas cuestiones. Es triste, muy triste, pero también muy emocionante.

Un holograma para el rey, de Dave Eggers

Cuando h/ojeo un libro y me encuentro párrafos largos y densos sin apenas puntos y aparte, resoplo y pongo los ojos en blanco. La pereza que me invade es similar a la que sentiría si me invitasen a una conferencia de cuatro horas en la que hay que estar todo el rato de pie. Con Eggers esto no pasa. Eggers nunca se olvida de poner sillas, muchas sillas. En este caso: el texto está dividido en secuencias cortas (de menos de una página, la mayoría) separadas entre sí por renglones en blanco. Sí, amigos, truquito del mes: los renglones en blanco harán más cómoda la lectura de tu texto. Hazme caso, tus lectores te lo agradecerán. Aparte de esta tontería no tengo mucho más que decir. Ha sido una lectura agradable, que se ha adaptado perfectamente a los hábitos de lectura que me puedo permitir entre semana (es el libro ideal para leer antes de coger el sueño: la división en secuencias cortas hace que sea muy fácil dejarlo y retomarlo en casi cualquier punto) pero tengo que reconocer que dista mucho de ser una gran novela. De hecho, me temo que es una obra bastante menor en la trayectoria de Eggers. Pero entretiene y consigue transmitir el desconcierto en el que nos encontramos por culpa de la crisis del 2008, de la globalización de la economía, de la tensión occidente-islam y de eso que los sociólogos llaman "relaciones líquidas". Hay película en marcha (me la imagino como una especie de secuela de Up in the Air, que tampoco estaba mal, ¿no?)

Los viernes en Enrico's, de Don Carpenter

Me cito a mí mismo: el estilo de Don Carpenter "tiene una fluidez adictiva". Es coger el libro y no querer soltarlo hasta el final, sin importar qué serie tengas pendiente. No cansa, no decae, no afloja. Tiene una facilidad engañosa (engañosa porque no es tan fácil como parece escribir así). Y luego está el enorme mérito de crear un puñado de personajes que, a pesar de ser escritores, no son unos pedantes, ni unos redichos, ni unos intensos, solo seres humanos que se dedican a escribir (y no precisamente obras maestras). Podría ponerle alguna pega (ese final...) pero teniendo en cuenta que esta novela podría haberse quedado metida en un cajón por los siglos de los siglos —Carpenter la dejó inacabada, sus familiares la rescataron de los papeles que dejó a su muerte y la terminó Jonathan Lethem— creo que el sentimiento adecuado ahora mismo es gratitud.

Las crónicas de la señorita Hempel, de Sarah Shun-lien Bynum

Me ha sorprendido encontrar en internet tantos comentarios negativos sobre este libro. Que si está mal escrito, que si la protagonista es una sinsustancia, que si está sobrevalorado, que si no pasa de ser chick lit con pretensiones, etc. Y no entiendo la saña, la verdad. Es cierto que los elogios de la faja (¡Franzen!) son un tanto grandilocuentes para lo modesto que es el libro, pero ¿quién se cree las fajas? Las fajas son los padres. A mí me han gustado el tono entre irónico y tierno, la credibilidad de algunos detalles y las reflexiones de la protagonista sobre la enseñanza. Para mí, suficiente.

The Tribe, de Miroslav Slaboshpitsky

No estoy muy seguro de que esta película me haya gustado pero tengo claro que me ha gustado verla. ¿Por qué? Porque una cosa así no se ve todo los días. O mejor dicho, una cosa así no se ha visto nunca antes: todos los personajes se comunican mediante lenguaje de signos (no se oye una sola palabra en toda la película), los diálogos no están subtitulados, no hay música de fondo, está rodada únicamente con planos secuencia de encuadre muy abierto. El resultado es extraño, a medio camino entre el teatro, el cine mudo y la performance del arte moderno. La historia, bueeeno, digamos que es un poco novelón de Zola: la vida en los bajos fondos, crimen, prostitución, violencia y sexo. Pero todo muy seco y frío, como un informe entomológico. No es de llorar, no.

The Thin Blue Line, de Errol Morris

El padre de todos esos documentales tan de moda últimamente que tratan sobre lo peligroso que es en Estados Unidos que la poli te tome como principal sospechoso de un crímen, al margen de que haya pruebas concluyentes o no. Ya saben: Paradise Lost, Capturing the Friedmans, Making a Murderer, The Jinx... Este es pionero en el uso de las recreaciones con actores para ilustrar las distintas versiones de los hechos. En comparación con los ejemplos más actuales del género resulta mucho menos efectista y manipulador y, quizás precisamente por eso, también menos apabullante, pero la narración está llevada con muy buen pulso, no se recrea en los aspectos más morbosos y sigue siendo valioso como denuncia de las grietas del sistema.

Lilting, de Hong Kahou

Si algún día quieren ustedes hacer un drama que me conmueva hasta los huesos pueden recurrir a dos argumentos infalibles: 1. un adolescente que se acaba suicidando, 2. alguien incapaz de superar la muerte de su pareja. Pero no los combinen, la combinación —alguien incapaz de superar el suicidio de su pareja— no me conmueve lo más mínimo. Pueden tomar esta película como modelo. Cada vez que Ben Whishaw habla de su chico muerto, con esa contención y esa entereza, a mí se me hace un nudo en la garganta. La película tiene algo de melodrama, dicho sin ninguna intención peyorativa; hay un personaje que sufre un martirio injusto (Ben Whishaw, a manos de la madre de su pareja) y pequeños malentendidos que hacen que los sentimientos se recuezan, aunque nada se exagera ni se desboca. Es inglesa, claro. Pero sí, esta sí es de llorar.

El novato, de Rudi Rosenberg

Hace poco leí en algún lado que la comedia necesita una víctima, alguien que lo pase mal. Nos reímos de las caídas, de los tartazos en la cara, de las bromas de cámara oculta. En esta película el protagonista lo empieza pasando mal. La primera media hora (o más) no se diferencia demasiado de la típica película de instituto con protagonista marginado (en este caso por ser nuevo) y salvo algún personaje secundario no es especialmente graciosa. Sin embargo, a partir de una escena que no les voy a destripar, la película se vuelve cada vez más y más divertida y uno se ríe, no porque nadie lo pase mal, sino por todo lo contrario. No lo puedo explicar mejor, es algo que se contagia al verla. Mi comedia favorita de lo que va de año. Simpática a más no poder.

Kiki, el amor se hace, de Paco Léon

Ya hay quien dice que Paco León es el nuevo Almodóvar, entendiendo por Almodóvar el Almódovar atrevido y revoltoso de los inicios y mediados. Estoy de acuerdo. Todo lo que los espectadores se rieron de menos en Los amantes pasajeros se ríen ahora de más en Kiki, el amor se hace. Hay una palabra que van a encontrar en todas las críticas: vitalista. Termina la peli y uno no tiene ganas de irse a dormir. No todo funciona, eso también es cierto. A mí, por ejemplo, la historia del médico no me gustó demasiado. Pero Paco León consigue que lo bueno destaque más (Belén Cuesta, la escena de la llamada de telefónica).


  • Lo que no:


Los miércoles no existen, de Peris Romano

Hace poco Fernando Marías decía en El Cultural que en España se hacen demasiadas comedias, un género que él, salvo contadas excepciones (El gran Lebowski, Abierto hasta el amanecer), detesta. Viendo esta película uno tiene la tentación de darle la razón a Marías. No es graciosa, no tiene ritmo, a los diálogos les falta chispa, tira demasiado del tópico y del lugar común, los números musicales son aburridos y átonos. Pero no creo que tenga nada que ver con que sea española. En media hora de la peor serie española de humor que echen ahora mismo en la tele hay más gags efectivos que en toda esta película.

The Double, de Richard Ayoade

Grimosa e irritante. El quimérico inquilino dirigida por un imitador de Wes Anderson. Esto no pretende ser un elogio: no soporto El quimérico inquilino, imitar a Wes Anderson solo puede llevar a reproducir lo peor de Wes Anderson. El absurdo humorístico me encanta; el absurdo opresivo y onírico, como el de esta película, me exaspera. No. No soy el espectador ideal para El doble.

Goodnight Mommy, de Severin Fiala y Veronika Franz

Algunos medios (El País) la han presentado como la película más aterradora de los últimos tiempos. Titular: "Si ves este trailer no podrás dormir esta noche". Bobadas. No da ningún miedo. Se lo dice un adulto incapaz de dormir totalmente a oscuras. Pero el problema no es solo que no dé miedo —a mucha gente tampoco le importa que The Babadook no dé miedo—, el problema es que esta película ya se ha hecho antes y mejor. La idea principal es tan parecida a la de un clásico de culto cuyo título tendré la delicadeza de omitir que casi parece un remake, sin serlo. Y no es la falta de originalidad lo que me molesta, no. Es la torpeza de las estrategias narrativas, más evidente todavía al compararla con la maestría de la otra.

El clan, de Pablo Trapero

Está basada en un caso real pero no consigue explicar nada de lo que sucedió en realidad. No queda claro cómo ocurrieron las cosas. Demasiados cabos sueltos. Por ejemplo, ¿los miembros más jóvenes de la familia, sabían o no sabían lo que hacía su padre en el baño del fondo del pasillo? La película da a entender que no lo sabían pero tal y como está contado es imposible que no lo supiesen. Otro ejemplo: no profundiza en la que parece haber sido una de las claves del suceso: la relación del clan con las autoridades militares. Sin eso el espectador que llega de nuevas siente que le falta contexto. "Pues lee un poco de historia antes de ponerte a verla", me pueden decir ustedes. Pero es que para eso ya me lo leo todo y así no solo me entero mejor sino que me ahorro las dos horas de película. Eso sí, me perdería un plano impresionante que hay hacia el final y que es ver para creer.

La invitación, de Karyn Kusama

El protagonista acepta la invitación de su exmujer a una cena en la que se van a reunir todos los amiguetes que tienen en común. Nada más llegar se da cuenta de que su exmujer y su actual pareja se comportan de una forma extraña, como si tramasen algo. Ya hemos creado un clima de tensión. ¿Y qué hacemos entonces? Nada. Durante más de una hora no ocurre absolutamente nada que haga avanzar ese planteamiento inicial. Todo es apuntalar sospechas tibias, evocar un pasado trágico y sonreírse mucho los unos a los otros. Cuando el espectador ya está harto de conversaciones insulsas y flashbacks innecesarios, los acontecimientos se precipitan por el lado más previsible del asunto y la cosa se resuelve en diez minutos muy poco trepidantes. La sensación es de pérdida de tiempo.

21 April 2016

Pequeños problemas éticos, nº 8

Vas a comer a casa de un amigo que vive de alquiler. Al llegar te enseña el piso (es la primera vez que vas) y te comenta que desde hace poco tiene un compañero de piso y comparten gastos pero cuando estaba solo pagaba 700 euros de alquiler.

Manel Fontdevila

Durante la sobremesa llega su compañero de piso y se sienta con vosotros a tomar café. Como era de esperar, habláis de las alegrías y las miserias de compartir piso y el compañero de tu amigo dice que está muy contento, que ha sido una suerte encontrar ese piso porque un alquiler de 800 euros está muy bien para esa zona. Tu amigo no le corrige. Te das cuenta entonces de que el compañero de tu amigo cree que el alquiler es de 800 euros porque él paga 400 euros. Tu amigo —deduces— paga 300 euros.

¿Qué haces al respecto?
a) No haces ni dices nada. 
b) Haces algo.

Mi pregunta: ¿es ética la opción a)?

13 April 2016

Un cuento al mes: El amante demoníaco, de Shirley Jackson


No había dormido bien; desde la una y media, después de que Jamie se fuera y ella se metiera lánguidamente en la cama, hasta las siete, cuando se permitió levantarse y tomar café, había dormido mal, se había estado despertando por los nervios, quedándose con los ojos abiertos en la penumbra, recordando una y otra vez, sumergiéndose a cada rato en un sueño febril.

Traducción de Paula Kuffer


Las dos novelas de Shirley Jackson que he leído, La maldición de Hill House y Siempre hemos vivido en el castillo, me parecen estupendas. En cambio, el único cuento que he leído de ella, La lotería, no me gusta tanto. Demasiado moroso para mí: conocido el final ya no me apetece releerlo.

Novelas sí. Cuento no. Y yo voy e insisto con los cuentos. ¿Soy o no soy un insensato?




Lo peor del cuento es el principio. Ya saben: un personaje que se despierta.

Al final del primer párrafo hay un truco. No les desvelo demasiado si les digo que la protagonista se va a casar ese mismo día (de ahí los problemas para dormir). ¿Qué hace Jackson para que nos enteremos de esta circunstancia? Pues pone a la protagonista a escribir una carta para su hermana:
"Queridísima Anne, cuando recibas esta carta me habré casado ¿No te parece divertido?" 
Acto seguido la protagonista rompe la carta porque no sabe cómo seguir y entonces entendemos que ni la hermana ni la carta tenían la más mínima importancia, lo importante era que supiésemos que la protagonista se va a casar en unas horas y que lo supiésemos sin necesidad de recurrir a la omnisciencia del narrador.

¿Y por qué Jackson no hace que el narrador nos diga directamente que la protagonista está a punto de casarse? Porque los lectores damos por cierto todo lo que dicen los narradores en tercera persona y Jackson no quiere que el lector de su relato tenga demasiadas certezas sobre lo que está ocurriendo. Porque —ahora ya lo saben— este es uno de esos cuentos en los que, cuanto menos sepamos, mejor.

La inquietud de caminar a oscuras. Las puertas cerradas.

La atmósfera del cuento me ha recordado a la de algunos episodios de Alfred Hitchcock presenta, una de las series de televisión que más me flipaban de niño, aunque el cuento no tiene un planteamiento tan abracadabrante como el de las historias de la serie ni un final tan efectista. 'El amante demoníaco', a pesar de ese título tan pulp, se acerca más al realismo norteamericano de los relatos tipo The New Yorker pero, eso sí, con un regusto enrarecido. Y ese regusto es precisamente lo que le da gracia.

¿Me ha gustado más que La lotería? Diría que sí. ¿Me ha gustado mucho? Tampoco diría tanto. ¿Seguiré insistiendo con los cuentos de Jackson? ¿Por qué no?

31 March 2016

Fobias literarias



Bunny no se despertó del todo. Un sonido (no distinguió qué era) quebró la superficie de su sueño y se hundió como una piedra. El sueño se esfumó, dejándole despierto, varado, sobre su cama.

Vinieron como golondrinas, WILLIAM MAXWELL

[Traducción de Gabriela Bustelo]




¿Pero qué hay de malo en este pasaje?, se preguntarán ustedes. Y ahora es cuando me dejan por imposible: lo que me echa para atrás de esta cita es que se trata del principio de la novela y aparece un personaje despertándose. Ufff... Me dan mucha pereza las novelas que empiezan con alguien que se despierta. ¿Por qué? Porque es el comienzo menos singular que uno pueda imaginarse. Todos mis días empiezan así. Seguramente todos o casi todos sus días empiezan también así. Y los de la mayoría de la gente. Algunos autores intentan animar el asunto con florituras de estilo. Pero a mí me cuesta pensar que un narrador que empieza su relato de esa forma quiera (o sepa) seducirme.

18 March 2016

Canciones que deberían ser más conocidas (XX)



Lo mío con Lolaila Carmona acabó hace tiempo. Supongo que se fue enfriando poco a poco hasta que llegó un momento en que no tenía sentido seguir. Todavía la aprecio, claro; de vez en cuando la pongo en casa a todo volumen y recuerdo los buenos ratos que pasamos juntos. Pero tenía que dejarlo. No es culpa de nadie. Y no, por si se lo están preguntando: no le fui infiel.

Pero hace poco me he fijado en una de sus hermanas. Es raro; aunque estoy seguro de que ya la conocía, nunca le había prestado atención. La escuché una mañana y a la altura del estribillo ya estaba enamorado. Saltó la chispa. No me digan que solo es un capricho. No lo es. Lo sé porque también me gusta su interior: la letra. Hace que quiera ser mejor persona.

Ay, estoy lleno de amor. (No me hagan el gesto de vomitar que les veo.)

Tiene que acabar - Napoleón Solo

01 March 2016

Simes y nomes del primer bimestre

Sí o no, sin términos medios, porque somos personas, no bisectrices.

  • Lo que sí:

Pícnic extraterrestre, de Arkadi y Borís Strugatski

Voy a empezar intensito: hay escenas en esta novela que te borran de la realidad y te transportan a LA ZONA, convertido en un personaje más en busca de tecnología extraterrestre. En serio, cada vez que un stalker pisa LA ZONA, el lector se va detrás de él con el corazón en la boca, y se agacha si hay que agacharse, se arrastra si hay que arrastrarse y aguanta la respiración si hay que aguantar la respiración. Son tan potentes esas escenas que no importa que las demás sean más flojas. Porque el lector vuelve de LA ZONA encendido, pletórico, y hasta con ganas de ver la peli de Tarkovski (161 min.) solo por pasar más tiempo allí.

Cráneo de azúcar, de Charles Burns

Si alguien me preguntase por mis cinco novelas favoritas o por mis cinco cómics favoritos, yo no respondería —como tanta otra gente— "¿solo cinco?". No. Yo no. Yo ni siquiera tendría que pensarlo. Los soltaría uno tras otro, seguidito y sin dudar. Pim, pam. ¿Por qué lo tengo tan claro? Pues porque para mí una definición de novela o de cómic favorito podría ser "novela o cómic que releo periódicamente", y no hay tantos cómics o novelas que relea periódicamente. Uno de ellos es Agujero Negro de Charles Burns, autor de cabecera en este blog (literalmente). De momento es pronto para decir si la trilogía a la que pertenece Cráneo de Azúcar podría convertirse en otro favorito, pero sí que es cierto que algunas partes me las he leído hasta tres veces (cada vez que salía una nueva entrega me releía las anteriores) y las tres veces las he disfrutado. De hecho, diría que es un cómic que requiere varias lecturas. Burns embarulla la narración con saltos en el tiempo, escenas oníricas, elipsis, y aunque al final el hilo de la historia queda bastante claro, hay que prestar mucha atención para captar todas las referencias, las metáforas y las rimas internas —porque sí, hay viñetas que riman— que Burns ha ido dejando.

Cosas que los nietos deberían saber, de Mark Oliver Everett

Uno de los consejos que se suelen dar para que un blog tenga más visitas es este: aumenta el contenido autobiográfico. Habrá quien diga que no, pero nos gusta que la gente nos cuente su vida, si lo hacen bien. Cosas que los nietos deberían saber consigue que parezca fácil. Mientras lo leía no dejaba de pensar que todo el mundo debería escribir un libro contando su vida. Todos esos libros se guardarían en una biblioteca, gigantesca o virtual (ya discutiremos el formato), que modestamente podríamos llamar La Biblioteca de la Humanidad. Imagínense las miles de horas de diversión asegurada para cualquier extraterrestres que se dejase caer por el planeta azul. En fin, vuelvo a lo que estaba. En realidad Mark Oliver Everett no nos cuenta su vida. No toda. Se centra principalmente en su relación con la música. Mientras leía el libro y pensaba en la Biblioteca de la Humanidad también tenía tiempo para picotear vídeos en Youtube. Creo que no me voy a hacer fan de la música de Everett, pero en cambio podría hacerme fan de su forma de escribir.

N de nudo, de Sue Grafton

Mi primer Grafton.
En el lado malo:
- ritmo muy lento (la investigación no avanza prácticamente nada hasta el último cuarto de la novela),
- narración demasiado exhaustiva (¿es necesario que nos cuenten todas y cada una de las veces que la protagonista se cepilla los dientes? ¿que nos describan la ropa que lleva en cada momento, pijamas incluidos, y la decoración de todas las casas en las que entra, tipo de suelo, color de las paredes y del sofá?)
- una vez se descubren las claves del caso no resulta verosímil que la protagonista haya tardado tanto en dar con ellas (¿a qué esperabas para hacer esa pregunta, querida?),
- la sorpresa final es predecible (es ridículo que coja desprevenida a la prota).
En el lado bueno: 
- investigadora con carisma,
- sentido del humor socarrón,
- investigación transparente.
Parecerá mentira pero lo bueno gana a lo malo.

Microsiervos, de Douglas Coupland

Retengan este dato: Microsiervos fue escrito en 1995, cuando la mayoría de nosotros no teníamos ni dirección de correo electrónico. Yo lo he leído en continuo estado de sorpresa:
1. No ha envejecido ni un ápice, a pesar de que trata básicamente sobre el papel de los avances tecnológicos en nuestras vidas (¡y cuánto no habrá avanzado la informática desde 1995!).
2. Anticipa el estilo frívolo, egocéntrico, fragmetario, plagado de listas y de referencias pop de la mayor parte de lo que se escribe en internet hoy en día. Está escrito en forma de diario, pero podrían ser entradas de un blog.
3. Se basa fundamentalmente en la cháchara cotidiana de un grupo de compañeros de trabajo —más adelante amigos— informáticos. Apenas hay historia y, a pesar de eso, no cansa lo más mínimo. Al revés, da pena llegar al final (¡y hablamos de 400 páginas!).
4. No profundiza en nada —repito, en nada— pero es muy pero que muy estimulante.
5. Coupland escribe para mí. Su estilo se ajusta a mi temperamento de una forma casi vergonzosa. Vergonzosa porque muy poca gente lo encontrará ejemplar (esto último es un aviso).

El año más violento, de J. C. Chandor

¿Recuerdan esa sección del blog llamada Pequeños problemas éticos que tanto me gusta hacer (por los comentarios que me dejan ustedes luego, claro)? Pues esta película es una especie de gran problema ético que el protagonista trata de resolver a su manera, intentando ser fiel a sus principios, sean estos más o menos acertados (he ahí la cuestión). No es una película moralista pero sí que está atenta a la dimensión moral de los actos de los personajes. Y ya solo por eso me cae simpática.

Whiplash, de Damien Chazelle

Ya han salido expertos diciendo que cualquier parecido de Whiplash con la vida real de un batería de jazz es pura coincidencia. Lo intuíamos, ¿no? Todos los años aparece algún estudio que desmiente que Mozart y Salieri fuesen enemigos jurados. ¿Le quita eso algún mérito a Amadeus? Por supuesto que no. Pues lo mismo con Whiplash. Que conste que Whiplash no me parece un peliculón. La encuentro un pelín ridícula y no comulgo con la filosofía de fondo. Pero sí me parece un triunfo del ritmo cinematográfico.

Vacaciones, de John Francis Daley y Jonathan M. Goldstein

Con la comedia no vale luego echarse atrás: si te ríes es que funciona. Yo no me había reído tanto con una peli desde Bob Esponja: Un héroe fuera del agua. Todos los gags del coche y del hijo mayor son tronchantes. Humor grosero, sí, pero efectivo. Además sale Christina Applegate, una debilidad de este servidor desde Matrimonio con hijos.

No es mi tipo, de Lucas Belvaux

Él, un profesor de Filosofía mortecino que no cree en el concepto tradicional de amor. Ella, una peluquera vitalista, fan de Jennifer Aniston, que busca al hombre de su vida. Suena a comedia romántica bobalicona en la que uno de ellos acabará rescatando al otro (adivinen quién a quién), pero no: no es tan cómica, no es tan romántica y no es nada bobalicona. Los personajes empiezan siendo puro estereotipo, eso sí, pero poco a poco el contraste se va cargando de matices y, al final, la película acaba ofreciendo una visión bastante veraz de los comienzos de una relación amorosa. Y la sorpresa: hoy por hoy, Emilie Dequenne es la actriz con más encanto del universo.


  • Lo que no:

Mr. Vértigo, de Paul Auster

El comienzo es prometedor —"Yo tenía doce años la primera vez que anduve sobre el agua"—; sin embargo, todo lo que viene después está contado con tal torpeza que le mina a uno las ganas de seguir leyendo. Un ejemplo:
En el segundo capítulo el protagonista nos dice que, después de irse a vivir a una granja con el tipo que le había prometido enseñarle a volar, intentó escaparse hasta en cuatro ocasiones, sin éxito. Unos párrafos más adelante nos empieza contar uno por uno esos cuatro intentos. Se podría pensar que, ya que el narrador se ha cargado el suspense del asunto (que no, que no va a conseguir escaparse), al menos el relato tendrá un poco de gracia o aportará algún dato importante para el desarrollo de la historia. Pues no. Resulta tan entretenido como si yo les anuncio que voy a contar cómo me he preparado un tazón de cereales para desayunar y a continuación voy y les cuento cómo me he preparado un tazón de cereales para desayunar: he cogido el tazón, he cogido el paquete de cereales, he echado un puñado de cereales en el tazón, he cogido el cartón de leche... Pues casi toda la novela vuela así de bajo. De hecho, en cuanto aparece algo mínimamente interesante (un personaje, un escenario, un acontecimiento que se vislumbra en el horizonte), va Auster, lo hace desaparecer sin más y pasa a otra cosa aburrida. Como tortura, muy buena.

Diario de un álbum, de Dupuy y Berberian

Van Dupuy y Berberian y le dice Dupuy a Berberian: oye, Berberian, se me acaba de ocurrir, ¿y si hacemos un cómic sobre las cosas que nos pasen mientras estemos haciendo otro cómic, el que tenemos bajo contrato? Berberian contesta: me gusta la idea, Dupuy, pero tengo una duda, ¿cuál de los dos cómics será el bueno? Dupuy dice: el otro, por supuesto, que irá bien dibujado y en color y todo; este es en blanco y negro, para anécdotas que nos pasen y tal. Berberian: ah, vale, ya lo pillo, que uno lo pensamos y el otro no. Dupuy: muy bien, Berberian, ¿ves que bien nos entendemos?, si por algo trabajamos juntos...


Star Wars: El despertar de la fuerza, de J. J. Abrams

A veces se nos olvida: las primeras películas de Star Wars eran para niños, adolescentes y similares. ¿Conocen ustedes a algún adulto —adulto ya por aquel entonces— que flipase con ellas? Yo tampoco. ¿Sus padres le hicieron el menor caso a Han Solo y compañía? Los míos tampoco. Por eso no entiendo a esos fans de toda la vida que se tiran de los pelos por las supuestas traiciones de George Lucas. ¿No se dan cuenta de que es inútil pedirle a la franquicia que les transporte a las sensaciones de entonces? ¿No ven que lo que se ha perdido por el camino no es el espíritu original de la serie sino su infancia? Escuchad, niños de antaño: ya tenéis la perfecta actualización para adultos de Star Wars. Se llama Juego de Tronos. Va siendo hora de que cambiéis de juguete. Esta introducción es para que entiendan que no hay en mi cuerpo ni una sola gota de nostalgia en lo que a Star Wars se refiere. Si no me ha gustado El despertar de la fuerza es por otra cosa. Creo que fue Capra quien dijo que para que una película sea buena debe tener al menos una escena memorable. Lo suscribo. No basta con eso, claro está, pero es difícil que una película que no cumpla ese requisito me provoque algo más que indiferencia. Pues bien, El despertar de la fuerza no tiene ni una sola escena memorable. No digo más.

El renacido, de Alejandro González Iñárritu

Alejandro González Iñárritu tiene la cantidad justa de Lars von Trier que Hollywood es capaz de digerir. Hollywood puede. Yo no. No sé si a ustedes también les pasa (supongo que sí) pero cuando una película no me está entreteniendo demasiado y no tengo sueño, empiezo a buscarme distracciones alternativas: me fijo en detalles tontos del vestuario o de los escenarios, busco incoherencias en el guión, me imagino al equipo de rodaje al otro lado de la cámara, intento adivinar cuántas veces habrán tenido que repetir una escena... Pues con esta película es más entretenido distraerse así, de este modo, que prestar atención a la historia (ay, la escena del caballo, cuánta diversión periférica hay ahí). Una cosa que me tuvo obsesionado todo el tiempo: ¿cómo es posible que, con el frío que hace, los personajes se anden metiendo en el agua cada dos por tres completamente vestidos? ¡Y luego salen y siguen caminando por la nieve como si tal cosa, sin poner los pies al fuego para secarse ni nada! Eso es de catarro para arriba.