Sí o no, sin términos medios, porque exagerar también es una forma de decir la verdad.
Primero las que sí me han gustado:
Siempre hemos vivido en el castillo, de Shirley Jackson
Me la leí de una sentada en una tarde de invierno y ahora, cuando pienso en ella, la recuerdo más como una película que como un libro, una de esas películas antiguas en blanco y negro rebosantes de encanto, una mezcla entre
Matar a un ruiseñor y
La noche del cazador.
Desgracia, de J. M. Coetzee
Como soy escéptico por naturaleza y pejiguero por puro afán de contradicción, pensaba que esta novela no me gustaría tanto como al resto de los mortales. Pero sí. Soy mortal y me gustó. Tanto que, durante unos pocos días, la alegría no estaba ya terminar la jornada laboral sino en terminarla para poder retomar la lectura.
Karoo, de Steve Tesich
Tengo una teoría: Tesich escribió 300 páginas devotamente y después las guardó en un cajón, justo cuando le tocaba enfrentarse al punto más conflictivo de la trama. Las recuperó tiempo después para poner fin a la historia pero su devoción ya no era la misma. Por eso, la primera mitad de la novela es perfecta frase a frase y la segunda no.
El desconocido del lago, de Alain Guiraudie
Cruda y básica, como una faja en la alfombra roja de los Óscar, esta película deja un regusto a Highsmith y a Chabrol que es difícil de olvidar. Eso sí, los niños buenos no deberían verla: hay que conservarlos.
Triangle, de Christopher Smith
Ya he dicho en
alguna otra ocasión que me gustan las películas que llegan a un punto crítico en el que no se sabe por dónde van a tirar y que luego, superado ese punto, golpean al espectador en donde más le duele, en sus expectativas. Esta peli llega a la mitad sin que sepamos de qué diantres va. Pero luego va de algo, sí.
A continuación las que no me han gustado, por mucho empeño que sus autores le hayan puesto:
Dos damas muy serias, de Jane Bowles
Un niño empieza a contar un chiste. No es un chiste que haya oído en ningún lado sino que se lo inventa, improvisa. Se diría que en algún momento tiene que llegar al final, a la parte graciosa, pero no llega y no deja de dar vueltas sobre lo mismo. De repente se cansa y dice "ya está, se acabó". Pues algo parecido sufrí yo con esta novela.
Sheila Levine ha muerto y vive en Nueva York, de Gail Parent
Una judía treintañera decide poner fin a su vida y nos cuenta por qué: porque no ha conseguido casarse. Empieza como una versión femenina de
El lamento de Portnoy (¡qué malos los progenitores judíos!) aunque sin masturbaciones y con poca gracia. Humor de saldo.
Synecdoche, New York, de Charlie Kaufman
El arbol de la vida en versión Woody Allen + Fellini. Es decir, cursilería y grandilocuencia, egocentrismo y neurosis, metaficción y quimera. Seguramente todo esto le suena estupendamente a alguien pero no, la película es un auténtico coñazo.
Tiny Furniture, de Lena Dunham
Al parecer lo bueno de esta peli es el retrato de una generación. No sé, mi concepto de las nuevas generaciones debe mucho a un grupo de chavales de 13 años que vi una vez en un ciber ligando por Messenger y buscando pornografía al mismo tiempo. En cualquier caso, la peli es
Girls sin las partes divertidas.