Vladimir Nabokov, 1973
Taurus, 1999
179 págs.
- De todos los libros que he sacado de la biblioteca hasta ahora, este es, con diferencia, el que está más subrayado (perirrayado, en realidad: las líneas no las han hecho por debajo de los renglones sino en los márgenes, en vertical). Y no se equivoca el que lo haya hecho. Es un libro idóneo para subrayar; de hecho, se podría subrayar casi entero, desde la primera hasta la última letra, interrumpiendo la línea sólo en las preguntas de los entrevistadores (no lo había dicho, es un libro de entrevistas). Incluso a través de la traducción, todas las frases de Nabokov brillan como azabache pulido. No es de extrañar porque contestaba siempre por escrito. Llega a dar la impresión de que se lo toma como un género literario (uno más) en el que ejercitarse: la respuesta periodística. Y se lo curra, vaya si se lo curra. Le preguntan si cree en Dios y dice (escribe):
"Para ser enteramente sincero (y lo que voy a decir ahora es algo que nunca he dicho antes, y espero provoque un pequeño escalofrío saludable) sé más de lo que puedo expresar en palabras, y lo poco que puedo expresar en palabras no habría sido expresado si no hubiese sabido más."
Le preguntan por su principal defecto como escritor:
"La falta de espontaneidad; la molestia de los pensamientos paralelos, el repensar y volver a repensar; la incapacidad de expresarme en debida forma a menos que componga cada maldita frase en la bañera, en mi mente, junto a mi escritorio."
Rememora su experiencia como profesor; los exámenes:
"Exámenes de las 8 a las 10,30 de la mañana. Unos 150 estudiantes... muchachos sucios, sin afeitar, y muchachas razonablemente bien arregladas. Sensación general de tedio y desastre. Ocho y media. Tosecitas, gargantas nerviosas que se aclaran, montones de ruidos que entran, crujir de páginas. Alguno de los mártires sumidos en meditación, con los brazos cruzados detrás de la cabeza. Me encuentro con una mirada obtusa dirigida a mí, que con esperanza y odio ve en mí la fuente del saber oculto. Chica de gafas se acerca a mi escritorio para preguntar: "Profesor Kafka, ¿quiere que digamos que...? ¿O quiere que contestemos sólo la primera parte de la pregunta?" La gran fraternidad de los mediocres, espina dorsal de la nación, escribiendo rápida y firmemente. Un crujido que suena simultáneamente, la mayoría que vuelve una página de sus notas, buen trabajo de equipo. Una muñeca con calambre que se sacude, la tinta que se acaba, el desodorante que no resiste. Cuando descubro miradas puestas en mí, inmediatamente se levantan al cielorraso en piadosa meditación. Los vidrios de las ventanas que se empañan. Muchachos que se quitan los suéters. Chicas que mastican goma en acelerada decadencia. Diez minutos, cinco, tres, la hora."
El desodorante, sí. Yo también me he fijado.