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06 July 2017

Respira, de Mélanie Laurent: sime

Dirige y participa en el guión Mélanie Laurent, más conocida por su faceta de actriz. La película es tan veraz que me ha recordado una cosa que ocurrió en mi colegio. Durante un par de cursos dos chicas de mi clase se hicieron inseparables de una manera que hasta ese momento no conocíamos: de una manera excluyente. Siempre estaban juntas y separadas del resto de los compañeros. Se reían y nadie sabía de qué. Pero un día, con una brusquedad que nos cogió a todos por sorpresa, dejaron de hablarse. Para siempre (entendiendo por siempre lo que duró el colegio). Y aunque corrieron varios rumores al respecto (ninguno de los cuales incluía lesbianismo), nunca nadie llegó a saber lo fundamental: por qué. Ver esta película ha sido como espiar aquella relación. Las dos protagonistas lo hacen tan bien que no parecen actrices interpretando un personaje. Véanlas y díganme que Meryl Streep no sobreactúa.

06 January 2017

Simes y nomes del sexto bimestre

Sí o no, sin términos medios, porque cualquiera cambia el formato a estas alturas.


  • Lo que sí:

Los huerfanitos, de Santiago Lorenzo

Si busquetean por internet, verán que le han llovido comparaciones con Jardiel Poncela, por un lado, y con Wes Anderson, por otro. Lo de Jardiel no tiene mucho sentido:
Jardiel.— Cosmopolitismo, paradoja, absurdo, aforismo, misantropía.
Lorenzo.— Costumbrismo, chanza, vejación, casticismo, redención. 
Lo único que tienen en común es que a los dos se les puede colgar la etiqueta de literatura de humor. Más allá de eso sería como hermanar a Les Luthiers con La Cubana únicamente porque los dos son grupos de teatro que hacen reír. Lo de Wes Anderson, en cambio, sí que lo compro, por esa forma de narrar estilizada, enfática y autoconsciente que los dos comparten. Pero las comparaciones más apropiadas serían otras: Cervantes (riámonos del que sale peor parado), Galdós (garbancismo a tutiplén), García Pavón (no escribo "la comida", escribo "las viandas"). Acabo: me ha gustado mucho, aunque más por el cómo que por el qué.

El sueño del mono loco, de Christopher Frank

Se podría decir que es una novela negra en la que no pasa nada especialmente delictivo o punible. Un escritor recibe un encargo del productor de cine con el que trabaja habitualmente: escribir el primer largometraje de un director joven, talentoso y excéntrico. Lo negro viene por la intuición de que todos los personajes, salvo el protagonista, ocultan sus verdaderas motivaciones. Dicho de otra manera: es género negro porque lo importante es la trastienda. Además, aparece una mujer más o menos fatal (el elemento peor resuelto de la novela, por otra parte).

Hacia rutas salvajes, de Jon Krakauer

Antes de leer el libro, pensaba que Jon Krakauer era un tipo que se había tirado al monte y había escrito una crónica llena de reflexiones sobre la conveniencia de adoptar un modo de vida más rústico y próximo a la naturaleza, bla bla bla. Error. Hacia rutas salvajes no es un libro de crecimiento personal sino un reportaje sobre un universitario, Christopher MacCandless, que —él sí— se tiró al monte siguiendo la tradición norteamericana del Walden de Thoureau y que fue hallado muerto en un rincón medio perdido de Alaska. Lo fascinante del asunto (porque sí: algo tiene de fascinante) no es la personalidad ni la filosofía de MacCandless sino cómo Krakauer reconstruye sus últimos años de vida y nos da un retrato del personaje a partir de los testimonios de las personas que lo conocieron — familiares, amigos, conductores que lo recogieron cuando hacía autoestop, etc— y de las anotaciones, más bien sucintas, que dejó en su diario. En otras palabras: lo impactante es la investigación.

Paul en el norte, de Michel Rabagliati

Seguramente esta sea de las peores entregas de la serie de Paul (al menos de las que yo he leído), quizá porque Rabagliati no tiene demasiado respeto a su yo adolescente, no se lo toma en serio. Pero cuando uno es fan, cualquier cosilla suma. Ya solo los dibujos merecen el dinero invertido (mención especial a la escena del temporal en la nieve).

Lecciones de amor, de Fred Schepisi

—Tú que eres tan fan de Clive Owen, ¿has visto la peli que hizo con Juliette Binoche?
—No. Sé cuál es pero no la he visto.
—No está mal. No es la cursilada que puede parecer por el título español.
—De profesores y tal.
—Sí. Un profesor de literatura y una profesora de arte que se enfrentan por la típica frase de "una imagen vale más que mil palabras". Una excusa argumental para que los dos discutan, se enamoren, etc. Pero no es una pastelada, eh. Es más de réplicas ocurrentes.
—Ah.
—Tienen mucha química los dos. Da la impresión de que se divierten de verdad.
—...
—No la vas a ver, ¿no?
—No creo.

La llegada, de Denis Villeneuve

Ya les había dicho que esperaba esta película como agua de mayo (¿recuerdan?), por el material de partida (el cuento de Ted Chiang) y por el director. Pues bien, ya puedo decir que como adaptación cinematográfica me parece excelente. Como película a secas no sabría decirles, mi poder de abstracción no llega a tanto. Sepan, sin embargo, que mi amor no es ciego. Mucha gente me ha dicho: tiene tal y cual defecto (uno de los mayores: no se explica cómo consiguen los humanos aprender la escritura extraterrestre), y yo les he respondido: tienes toda la razón del mundo. Y después he añadido: pero me da igual, los aciertos compensan los defectos.

Animales nocturnos, de Tom Ford

La novela no me había gustado (¿recuerdan?) pero los mayores defectos que tenía la novela, principalmente los problemas con la división en dos planos narrativos, los han evitado en la adaptación al cine. 2016, el año que nos proporcionó otro raro ejemplo de "la pelicula es mejor que el libro" y el año en que ir al cine se convirtió en asistir a un ciclo de Amy Adams. Demos gracias.

No respires, de Fede Álvarez

Cuando el espectador (yo, en este caso) no puede reprimir un grito de advertencia a los personajes —¡Cuidado! ¡Date la vuelta!—, cuando el espectador (yo, de nuevo) pasa del estado de adulto circunspecto al de niño excitado con una obra de guiñol, cuando al espectador (hola) le entran ganas de aplaudir un coscorrón bien dado, cuando ocurre todo esto, entonces es que alguien ha hecho bien (¡muy bien!) su trabajo.


  • Lo que no:

Las chicas de campo, de Edna O'Brien

No me gustan las novelas que son como una larga enumeración de detalles más o menos aleatorios. Novelas donde el protagonista (normalmente una niña-chica-mujer) se deja llevar sin rumbo. Ejemplo inventado: fui al cine a ver una película de Cary Grant, luego me comí un helado de pistacho y me manché el jersey de angorina, cuando llegué a casa la tía me dijo que mamá se había muerto, papá se encerró en el baño a llorar, en el entierro un gorrión se posó en el ataúd, las medias de poliéster me picaban, nos fuimos a Cambridge en el coche rojo del abuelo a vivir, empecé a trabajar en una joyería al mando de una bruja con mal aliento, un viudo muy educado con bigote y sombrero me rozó la mano al pagar, lo hizo a propósito, nos casamos entre ramos de azucenas, etc, etc. Pues así veo yo Las chicas de campo. Muy bien escrita, con gusto por los detalles, pero muy banal. Si me preguntasen de qué va, no sabría qué decir. Estoy seguro de que el problema es mío.

Desenfreno, de Joe Dunthorne

Terminé Desenfreno por no hacerle un feo a Dunthorne después de lo bien que se había portado en Submarino (¿recuerdan?), pero me costó un esfuerzo enorme. Nada en la novela (y cuando digo "nada" quiero decir nada) me interesó lo más mínimo, ni un solo personaje, ni una sola escena. Mientras la leía no dejaba de preguntarme qué había pasado con la chispa y con el ingenio de Submarino. Una pena.

La casa y el cerebro, de Edward Bulwer-Lytton

Un tipo con una curiosidad de hierro pasa una noche en una casa encantada para experimentar por sí mismo los fenómenos extraños por los que es famosa. Desde el minuto uno empiezan a pasar cosas raras, completamente inexplicables de una manera positivista —muebles que se mueven, pisadas que aparecen de la nada ante los propios ojos del protagonista, ráfagas gélidas—, así que el lector en ningún momento tiene la más mínima duda de que la casa está encantada. Por ahí ya empezamos regular: con lo fantástico me gusta ir poco a poco: primero la puntita y luego ya, si eso, el resto. Pero lo peor viene al final.

Si no quieren que les destripe la novela, no sigan leyendo, pasen al próximo nome. El tipo se queda en la casa toda la noche empecinado en buscar una explicación y, claro, al día siguiente (o así) la encuentra. Pero es una de esas explicaciones que sistematizan lo fantástico y que, por tanto, lo arruinan. Una explicación del tipo (me lo invento): ah, que el fantasma era una energía atrapada en el reloj que se quedó parado en el momento mismo en que se produjo en la casa un crimen supermaligno perpetrado por un hombre que andaba en tratos con las fuerzas oscuras, así que rompes el reloj y ya está. Pues qué bien, ya podemos tomarnos un té con pastas.
Mud, de Jeff Nichols

¿Y esta película apareció en las listas de lo mejor del año (2012)? ¿Este rollazo infernal? ¿Por qué? ¿Porque el director estaba de moda, después del éxito de Take Shelter? ¿Porque Matthew McConaughey estaba en pleno resurgimiento vía Killer Joe? ¿Porque la gente la vio sin tener que pagar? ¿Porque el sur de los EEUU sí que mola? No lo entiendo. Aunque he de reconocer que una gran parte de mi aversión se debe a que no soporto la forma de hablar de McConaughey. Esas eses de serpiente. Puaj.

La mecánica del corazón, de Stéphane Berla y Mathias Malzieu

Grima. Grima la idea de un tipo que lleva un reloj de cuerda por corazón pero no por dentro del cuerpo, como un marcapasos, sino por fuera, como un reloj de cuco colgado en el pecho. Grima el diseño de personajes, el dibujo, el color. Grima la recreación de España. Grima las canciones. Grima la historia de amor. Grima la cursilería. Grima.

Un monstruo viene a verme, de J. A. Bayona

Iba a ver una peli de llorar y no lloré. En eso se puede resumir mi opinión. Luego ya podría entrar a discutir si la moraleja final me parece suficiente para sostener la película (más bien no), si los actores están bien (el niño sí, la madre y la abuela pse, y el padre fatal), si los efectos especiales molan (mucho) o si podemos perdonar a Bayona el parecido entre la escena madre-hijo en el hospital y la insuperable escena de la despedida madre-hijos en La fuerza del cariño (yo opto por no perdonárselo).

02 November 2016

Simes y nomes del quinto bimestre

Sí o no, sin términos medios, porque tampoco es tan difícil, caray.


  • Lo que sí:


Las lecciones peligrosas, de Alissa Nutting

Resulta que no todas las historias están contadas. Esta de una profesora de veintiséis años que se dedica a seducir a chavales de catorce no la habíamos leído nunca. No creo que, a estas alturas, escandalice a nadie —la mayoría de los adolescentes de catorce estarían encantados de que una profesora buenorra se les insinuase— pero sí que hay algo perturbador en la protagonista. No tanto en sus hábitos sexuales, como en su capacidad de fingimiento y en su obsesión con la juventud. En varias ocasiones durante la lectura me acordé de La mano que mece la cuna. Uno llega a disfrutar viendo cómo se las apaña la protagonista para salirse con la suya. Es el morbo (criminal más que sexual) el que tira de la lectura. Hay quien la compara con Lolita (a la inversa), pero no tiene nada que ver la una con la otra. Las lecciones peligrosas es una novela de género. De género negro. Y bastante aceptable, además.

Belle de Jour, de Joseph Kessel

Vi la película de Buñuel hace un porrón de años y reconozco que no la entendí del todo. Para ser más preciso: a quien no entendí del todo fue a la protagonista. ¿Disfrutaba o no disfrutaba? La interpretación de Catherine Deneuve tampoco es que ayudase demasiado; cuando un francés pone cara de lechuga no le pidas que te la explique (dicho esto con su puntita de piropo, que conste). La novela, en cambio, es bastante clara. Lo que le pasa a Severine, la protagonista, es que un buen día descubre que prefiere el sexo cuando va asociado a su poquito de suciedad, imposición y urgencia, y aunque adora a su marido, con él no puede tener eso. En definitiva, la clásica escisión entre follar y amar. Hoy por hoy, en la era de la hipersexualización, el enfoque del libro puede sonar un poco anticuado pero que tire el primer gel frío-calor quien no se haya asomado nunca a la fatídica grieta.

Sin novedad en el Orient Express, de Magnus Mills

Al llegar al final, uno se da cuenta de que lo que ha leído no deja de ser un chiste alargado. ¿Gracioso? Bueno, el golpe final no es lo mejor. Lo mejor es cómo se va complicando poco a poco la situación del protagonista hasta casi rozar el absurdo sin que nadie —ni siquiera el propio protagonista— se extrañe demasiado (nadie en el relato, quiero decir; el lector sí). Quizá eso (que el protagonista se deje enredar en la madeja sin apenas rechistar) sea lo que más diferencie la novela de los referentes con los que podríamos compararla: Kafka, Jo, qué noche.  Y quizá también ahí sea donde se encuentre el mensaje de la historia: la facilidad con la que nos dejamos uncir al yugo laboral

Sound of My Voice, de Zal Batmanglij

Siento debilidad por las historias en las que no se sabe si uno de los personajes está mintiendo o no y esa duda bifurca la interpretación de los hechos. Un ejemplo muy conocido sería Instinto básico (¿Catherine Tramell es una asesina?). Mi gozo se intensifica cuando hay elementos sobrenaturales en juego, como ocurre en otra película, no tan famosa, que me fascina: Agnes de Dios (¿realmente ha recibido la monja la visita de Dios?). Y después de esta introducción voy y les cuento que Sound of My Voice trata sobre una pareja que se infiltra en una secta para hacer un reportaje de investigación y se encuentra con que no les resulta tan fácil decidir si la líder de la secta miente o dice la verdad sobre su extraordinaria procedencia. Y entonces, inmediatamente, ustedes entienden por qué la película se lleva un sime.

Experimenter, de Michael Almereyda

Todos los biopics son falsos, fallan en su intento de ofrecer un retrato del personaje en cuestión. Lo único que puede salvarlos (al menos parcialmente) es que consigan explicar en qué consistió el logro que hizo famosos a esos personajes. Desde esta perspectiva, Experimenter acierta de lleno al prescindir totalmente de la parte del retrato (las motivaciones internas de Milgram o la relación que tuviese con su mujer importan un pito) y centrarse en lo que realmente importa: el experimento. La película lo presenta, además, de una forma bastante crítica, sin ocultar las limitaciones de los planteamientos de Milgram. En resumen, interesante para aquellos a quienes les guste la divulgación. La divulgación y Winona Ryder.

Elle, de Paul Verhoeven

Hay una escena en la película que a Isabelle Huppert debió de costarle mucho rodar. Me la imagino la noche anterior en su cama, enferma de dudas: "¿Seré capaz de hacerlo? ¿Podré soportarlo?" Se trata de una escena en la que su personaje sonríe enseñando los dientes. Y sí, por difícil de creer que sea, Isabelle sonríe enseñando los dientes. De hecho, Isabelle Huppert consigue la interpretación más entrañable y más simpática de su carrera, sin abandonar —claro que no— ese estereotipo de estirada retorcida perversa te miro y quieres desaparecer que ella frecuenta. Verhoeven (director), Birke (guionista), hay que tener el alma muy negra para conseguir que nuestras simpatías estén con Huppert. Vaya una películita ambigua, escabrosa y regocijante nos habéis regalado. Sale uno del cine con ganas de darse una ducha.

La reconquista, de Jonás Trueba

Mientras veía La reconquista no podía dejar de pensar en lo acostumbrados que estamos a que las películas estén llenas de elipsis y a que las escenas tengan una duración funcional para evitar aburrir al espectador, como en una especie horror vacui narrativo. Y si no podía dejar de pensarlo es porque Jonás Trueba no corta donde cortarían la mayoría de los directores/guionistas. Los dos protas van a un bar, al concierto de un cantautor, y asistimos —asistir es la palabra— a la interpretación de tres canciones enteras (!!!) del reperterio. Por la mañana temprano el chico vuelve a su casa en moto y la cámara lo sigue por las calles de Madrid desde que arranca hasta que llega a su destino, con muy pocos cortes por el medio. Y en ningún momento resulta aburrido. Al contrario, no hay manera de apartar la mirada. ¿Que la película es un poco cursi? Sí. ¿Que la segunda parte decae un poco (diálogos que rechinan en boca de los actores)? También. ¿Que la nouvelle vague ya lo había hecho antes y mejor? Puede ser. ¿Pero saben qué les digo? Pequeñeces.

Después de nosotros, de Joachim Lafosse

Empecemos con un tópico: el título original es mucho más esclarecedor: L'economie du couple. Cuando el amor se acaba solo queda la economía. Me debes. Te debo. Me pagas. Te pago. La película me dejó un poco frío, la verdad. Todas las escenas (menos una) transcurren en la casa de los protagonistas y me pasé todo el tiempo haciendo un plano mental de la distribución de las habitaciones. Pero sí que hay una escena que me gustó mucho e incluso me emocionó —por lo que ocurre, por cómo está rodado y por la interpretación de Bérénice Bejo— y que justifica (me pillan tontorrón) subir la película al grupete de lo que sí. Quien haya visto la peli sabrá a qué escena me refiero.


  • Lo que no:


Asfixia, de Chuck Palahniuk 

Mi primer Palahniuk. Probablemente el último. Al principio me gustó, no crean. El capítulo del tío con el mono y los cacahuetes me pareció francamente bueno. Pero el esquema se repite demasiado: Palahniuk presenta una única escena por capítulo y durante el desarrollo de esa escena va repitiendo machaconamente un mismo motivo. Da la impresión de que para Palahniuk la unidad narrativa es el capítulo. Cada uno de ellos tiene la coherencia de una redacción escolar con un tema dado. Pero más allá de los límites del capítulo, Palahniuk se pierde, no es capaz de montar un conjunto compacto, se deja por el camino cosas que parecía que iban a tener más peso (el grupo de terapia para adictos al sexo) e insiste en otras menos interesantes (la relación con la psiquiatra). El hilo narrativo —que podríamos resumir en ¿qué hago con la loca de mi madre?— es muy débil, no basta para ligar la mayonesa. La novela se queda en una colección de estampas escabrosas demasiado parecidas entre sí.

Al final lo que hace que avancemos en la lectura no es el estilo del autor ni el interés por la historia sino las curiosidades sórdidas que siembran el texto y lo convierten, por momentos, en una versión oscura de esas secciones de QUO o de MUY INTERESANTE del tipo ¿Sabías que...? Me imagino a Palahniuk leyendo un artículo científico sobre penes del mundo animal y pensando: esto lo tengo que incluir en mi próxima novela como sea. Me esperaba algo más gracioso y subversivo, la verdad.

El libro de la señorita Buncle, de D. E. Stevenson

No es que tenga nada malo muy malo que decir de esta novela. Es entretenida (moderadamente) y se lee con facilidad. Mi problema es que la novela —como se pueden imaginar ustedes por el título— trata del libro que ha escrito la señorita Buncle, un libro maravilloso, agudo, divertidísimo, según afirma constantemente la mayoría de los personajes que lo leen (los personajes positivos, al menos), y entonces yo me pregunto: ¿por qué Stevenson no nos da a leer ese libro de la señorita Buncle, tan perspicaz y sutil, en vez de esta novela que trata sobre el libro que ha escrito la señorita Buncle, que no es especialmente divertida, ni maravillosa, ni aguda?

La mujer de la habitación oscura, de Minetarô Mochizuki

De Mochizuki conocía Dragon Head —una serie con un comienzo brutal que siempre me viene a la cabeza cuando voy en tren por un túnel— y sabía que se trata de un autor con talento para la creación de atmósferas inquietantes. Había leído, además, que hay gente que considera La mujer de la habitación oscura uno de los cómics más terroríficos jamás escritos/dibujados. Así que, con estos antecedentes, se pueden figurar ustedes la ilusión con que comencé la lectura. ¿Se han imaginado mi carita risueña? Pues ahora péguenme una bofetada.

Reconozco que el cómic tiene alguna viñeta efectiva, pero en conjunto le veo bastantes más fallos que aciertos. Es demasiado reiterativo, las escenas de acción son muy confusas, el autor hace que los personajes piensen o digan ciertas cosas con el único propósito de que el lector entienda algo que debería haber entendido solo con mirar los dibujos, y lo que más me molesta —algo muy común en el género fantástico y de terror— los personajes se empeñan en no aceptar una explicación sobrenatural de los hechos cuando TODO apunta hacia esa posibilidad.
Mi loco Erasmus, de Carlo Padial

Menudo tostón. La culpa es mía, por insistir con el posthumor (y sus aledaños) cuando sé de sobra que no me hace puta gracia. Lo único bueno que puedo decir de este pseudodocumental es que la abuela del protagonista es una señora realmente entrañable. Las dos o tres escenas en las que ella aparece son las únicas que tienen algo de interés. Padial, ahí es donde tenías la mina, y no en el plasta del nieto.

De Palma, de Noah Baumbach y Jake Paltrow

Brian de Palma repasa su carrera, película por película, comentando sin demasiado entusiasmo algunas de las decisiones tomadas. No parece que tenga gran cosa que decir. No es un saco de anécdotas (a diferencia de Wilder). No da lecciones (a diferencia de Hitchcock). No tiene alma de conferenciante (a diferencia de Bogdanovich). No transmite pasión (a diferencia de Scorsese). Ni siquiera se le ve interés en reivindicar sus logros artísticos (a diferencia de Capra). Da lo mismo. Aunque el documental no tenga mucho interés, para mí siempre será uno de mis directores favoritos.

Magia a la luz de la luna, de Woody Allen

La moraleja de la película —porque sí, estamos ante una fábula con moraleja— se sostiene sobre uno de los tópicos que más detesto, por simplista y engañoso: no elegimos de quién nos enamoramos. Esto lo usa Woody Allen para decirnos que incluso la persona más escéptica y pragmática del mundo (por ejemplo, un mago/ilusionista que no cree en el más allá) deberá admitir que existe algo en el universo que escapa a la razón, algo que depende más de la fe que de la evidencia, algo verdaderamente mágico: el Amor... [Amor, Amor]
BÓ-BÁ-DÁS
Pero lo peor no es ya que el guión de Allen esté sembrado de falacias, plantee falsas dicotomías y mezcle churras con merinas espolvoreándolo todo con cursilería, lo peor es que la película aburre.

02 September 2016

Simes y nomes del cuartro bimestre

Sí o no, sin términos medios, porque polarizar es apostar por la transmisión de energía.


  • Lo que sí:


Pacto de sangre, de James M. Cain

Había visto la película —Perdición, de Billy Wilder— y había leído otra novela de Cain —El cartero siempre llama dos veces— así que tenía una imagen muy clara de lo que me iba a encontrar. No me ha defraudado. Ha sido como comerse una bolsa de patatas fritas justo cuando lo que te apetece es comerte una bolsa de patatas fritas. Tiene la concisión que asocio a mis novelas favoritas del género. No pasa a mi canon particular porque es demasiado parecida a El cartero siempre llama dos veces y me ha gustado un pelín menos. Por cierto, escritores cuarentones que todavía no habéis publicado nada, no desesperéis: Cain no vio su nombre en los escaparates hasta los 42 años.

La mujer del teniente francés, de John Fowles

Me encanta la novela del siglo XIX. Una de mis favoritas es Middlemarch, de George Eliot. Siempre que la recomiendo advierto que hay que tener paciencia con la voz narrativa porque puede resultar un poco anticuada y cargante: el típico narrador en tercera persona omnisciente, entrometido y moralista que se pasa la mitad del tiempo sermoneando al lector. A mí no me molesta, al contrario: me gusta, pero sé que para el lector moderno puede resultar pesado. Ya saben, desde Flaubert la tendencia ha sido silenciar cada vez más a los narradores en tercera persona.

La mujer del teniente francés viene a ser una especie de remake de una novela del XIX. Misma época, mismo argumento y mismo narrador entrometido. La diferencia, lo original está en que ese narrador ya no pertenece al siglo XIX sino al XX, así que ni su punto de vista ni su función en el novela son los mismos que tenía con George Eliot. La ciencia ha desplazado a la religión, el relativismo ha acabado con las verdades absolutas, la mujer ha conquistado nuevas parcelas de libertad. Así, el narrador de La mujer... no interviene ya para ofrecer soporte moral sino, principalmente, para explicar el contexto histórico de los personajes. Comenta que los colores de los vestidos de la época eran más llamativos de lo que nos imaginamos en la actualidad, explica la dualidad de la mentalidad victoriana (Jekyll vs. Hyde), cita estudios y estadísticas sobre el enorme desarrollo de la prostitución en la época. Y lo hace siempre de manera oportuna, esclarecedora y sugestiva, incluso con humor. La novela histórica perfecta.

Y la novela postmoderna perfecta, también. Porque sí, amigos, aquí hay metaficción. El narrador no oculta que lo que estamos leyendo es una novela escrita por él y, sobre la marcha, va comentando qué intenciones tenía al empezar a escribirla, qué dificultades se encuentra en el camino, qué estrategias pone en práctica. Pero todo ello de una forma muy natural, nada pedante.

La prueba de que Fowles no tiene un pelo de tonto es que, en el meollo del asunto, coloca un misterio: ¿por qué la amante del teniente francés actúa como actúa? El narrador mantiene un significativo silencio al respecto, a sabiendas de que de ello depende una gran parte del poder  de fascinación de la novela. Conmigo, desde luego, ha funcionado. Me la he leído completamente absorto, aplaudiendo por dentro en las mejores partes. En una palabra: soberbia. Ya tiene un hueco al lado de Middlemarch.

El arte de la defensa, de Chad Harbach

Dicen —en la contraportada— que John Irving ha dicho de esta novela: "Pura diversión, se lee sin ningún esfuerzo". ¿Es cosa de mi mente cizañera o estamos ante un genuino piropo envenenado? ¿Nos está diciendo Irving que aquí diversión mucha pero literatura más bien poca? En cualquier caso, tiene razón: la novela se lee con una facilidad imprevista para un tochete de 540 páginas sobre el mundo del béisbol universitario y, además, es muy entretenida. Todos seguimos alguna serie que no nos parece una maravilla ni nos encanta, que incluso consideramos un poco tópica, pero que está hecha con la suficiente competencia narrativa como para que nos hayamos enganchado a la historia (Cinco hermanosBates Motel, How to Get Away with Murder). Pues esta novela vendría a ser algo así.

En Goodreads se pueden leer micropolémicas acerca de si hace falta (o no) ser aficionado al béisbol para disfrutarla de verdad. Mi opinión: no es necesario. Un año en mi colegio se puso de moda jugar al béisbol. Jugábamos durante el recreo de después de comer. Con una pelota de tenis. Bateábamos con el brazo. Lo poco que sé del béisbol lo aprendí ese año y me ha sorprendido comprobar que las reglas que seguíamos entonces se parecían bastante a las de verdad. Pues bien, con esas cuatro reglas yo he tenido más que suficiente para seguir los partidos que se cuentan en el libro así que no creo que se necesite un gran bagaje. Nada que la Wikipedia no pueda solucionar. Y que nadie piense que la estoy recomendando: en cuanto saquen la serie —creo que ya están en ello—, a poco bien que les salga, la novela pasará a ser prescindible.

Trampa para Cenicienta, de Sébastien J aprisot

Compro el libro en una librería de segunda mano sin conocerlo de nada, solo porque me gusta el principio:
   Éranse una vez, hace mucho tiempo, tres niñas: la primera, Mi, la segunda, Do, la tercera, La. Tenían una madrina que olía bien, que nunca las regañaba cuando hacían travesuras y a quien llamaban madrina Midola.
   Un día, están en el patio. La madrina da un beso a Mi, no se lo da a Do y tampoco a La.
   Un día, juegan a papás y mamás. La madrina escoge a Mi, nunca escoge a Do y tampoco dice nada a La.
   Un día están tristes. La madrina, que se marcha, llora con Mi, no dice nada a Do y tampoco dice nada a La.
   De las tres niñas, Mi es la más guapa y Do la más inteligente. La muere pronto.
Gracias a Google me entero de que Sébastien Japrisot es el autor de la novela en la que se basa Largo domingo de noviazgo, una película por la que siento debilidad. No es un escritor popular pero, al parecer, sí bastante apreciado por los connaisseurs —es francés— de la literatura policiaca.

El primer capítulo me encanta. Leo la novela casi de un tirón. Tiene un estilo rápido e impresionista en el que no cuesta avanzar. Me pregunto todo el tiempo si Almodóvar la habrá leído. Es fácil imaginarse una adaptación en programa doble con La piel que habito. Me doy cuenta, además, de que pasa con nota el test de Bechdel: los tres personajes principales son mujeres que rara vez hablan de sus relaciones con hombres. El final, la última línea, me produce un escalofrío (flojito).

Momentos estelares de temporada baja, de Peter J. Smith

Imaginen una especie de mapa estelar en el que cada estrella represente un libro. Tracen ahora una línea desde El guardián entre el centeno de J. D. Salinger hasta Menos que cero de Bret Easton Ellis. A continuación dividan esa línea en tres partes. Si lo han hecho bien, sobre esa línea, a un tercio de El guardián entre el centeno, deberían encontrar Momentos estelares de temporada baja. Me lo he leído porque, basándose en las puntuaciones que he dado a otros libros, Readgeek predijo que, de 0 a 10, me gustaría en grado 10. No ha acertado. 7'5 como mucho.

Basta con la sinopsis para que se hagan una idea de lo mucho que esta novela debe a El guardián entre el centeno: un chaval de clase alta al que acaban de expulsar del instituto se dedica a deambular por las calles para no tener que enfrentarse al futuro que los adultos planean para él. Se diferencia en algo fundamental. Una mayoría de los lectores, sobre todo adolescentes, se identifica con Holden Caulfield, con su idealismo, con su desprecio a la falsedad. El protagonista de Momentos estelares de temporada baja  es mucho más hermético. Aunque también es el narrador de la historia, no cuenta nada demasiado íntimo y solo parece tener dos reacciones ante las cosas: o le deprimen o le resbalan. De hecho, su característica más destacada es la indolencia. Si El guardián... se puede considerar un retrato de la adolescencia desde dentro, Momentos... sería un retrato por fuera.

Apenas hay argumento, solo una larga sucesión de escenas en las que el prota va de un lado a otro y se encuentra con distintos personajes. Todo seguido, sin elipsis entre una escena y otra más allá de aquellos momentos en los que el prota duerme, viaja en avión o se queda inconsciente. Suena aburrido, lo sé, y no voy a negar que la novela tiene un ritmo un tanto lento, oriental, pero hay dos cosas que la elevan: (primera) cada una de las escenas está construida de forma que se genera en el lector una cierta expectativa por lo que va a pasar, incluso aunque al final no pase gran cosa; (segunda) el narrador es muy observador, demuestra una atención al detalle que acaba atrayendo también la propia atención del lector y hace las escenas más vívidas. No es para echar cohetes pero un 7'5 tampoco está mal.

 R100, de Hitoshi Matsumoto

Los japoneses y las parafilias. Si nos dijesen que hay japoneses que se excitan con los envoltorios de celofán de los caramelos, nos lo creeríamos a pies juntillas. Esta peli empieza por ahí, por el lado de las parafilias, pero luego da giros (todavía más) rarunos. El título tiene su explicación, nos la dan en la propia película: R100 es la calificación por edad que se merece esta cinta, porque solo alguien de cien años puede comprender tanto absurdo junto.

En realidad no tiene gran cosa que entender, no está planteada desde un punto de vista intelectual. Es ese tipo de películas grotescas, pulp y un poco locas con las que uno puede imaginarse a Tarantino disfrutando como un enano (ay, esos personajes femeninos...). ¿Conocen esa sensación de escándalo y regocijo que le embarga a uno ante algo que transgrede los límites habituales de la burrada? Como esas señoras que van de público a la tele y gritan alborozadas* cuando uno de los colaboradores suelta una gracieta sobre caca. Pues con algunas escenas de esta peli pasa un poco eso. En resumen, comedia chocante: The Game + Belle de Jour + Kill Bill + Rubber.

* Aborozadas: Palabras que nunca he usado.

Anomalisa, de Charlie Kaufman

A Charlie Kaufman se le puede amar y odiar al mismo tiempo. Se le puede amar por Cómo ser John Malkovich y ¡Olvídate de mí! y se le puede odiar por Adaptation y Synecdoche, New York. Yo últimamente estaba por la labor de odiarle* (más información aquí), pero gracias a Anomalisa estoy dispuesto a invitarle a cenar en casa una noche. Tres cosas que me han tenido pegado a la pantalla:
1. La estética realista, poco habitual en el cine de animación.
2. Todos los personajes, menos el protagonista, tienen la misma cara y la misma voz. ¿Por qué?
3. El personaje femenino, Lisa.
Si admitimos que Kaufman se suele mover entre lo sesudo y lo emotivo, podríamos decir que en Anomalisa gana lo emotivo.

* Lo siento si les sangran los ojos, en el caso de personas de sexo/género masculino soy leísta militante.

Incendies, de Denis Villeneuve

Incendies no es verosímil o lo es de una manera muy frágil: no resiste el más mínimo análisis. A mí, en general, no me molesta en absoluto la falta de verosimilitud siempre y cuando se prescinda de ella para conseguir algo todavía mejor: comicidad, emoción, belleza... ¿Qué pretende conseguir Incendies al sacrificar (o debilitar) su verosimilitud? Aliento trágico. Y ahí es precisamente donde falla la película, porque en la historia que nos cuenta Incendies la tragedia no está del lado de los protagonistas, está del lado del personaje que menos voz tiene (el otro hermano). Desde el punto de vista de los protagonistas la película se acerca al culebrón o al melodrama porque no son ellos quienes provocan su propia desgracia. Pero toda esta reflexión la hago cuando termina la película; mientras la veo no analizo, me dejo llevar por una narración potente. En eso Villeneuve no falla. Así que vale: es un sime.

Perfetti Sconosciuti, de Paolo Genovese

He aquí una película que pueden recomendar a sus suegros, a sus sobrinos adolescentes, a sus compañeros de trabajo y a casi cualquiera de sus conocidos con la certeza de que van a conseguir un altísimo porcentaje de aciertos. ¿Por qué? Trata un tema de interés universal: lo poco que conocemos incluso a las personas más cercanas a nosotros. Tiene un guión de hierro —hay acreditados hasta cinco guionistas—, que dosifica con habilidad la información que se desvela y se oculta a los espectadores. Los golpes de efecto funcionan a la perfección. Explota con gracia las posibilidades dramáticas de un objeto cotidiano: los móviles. Presenta un espectro de personajes lo suficientemente variado como para que cualquier espectador reconozca algo de sí mismo en alguno de ellos, más allá del estereotipo. En suma: objetivamente la peli es un logro.

Peur[s] du Noir, de Blutch, Charles Burns, Marie Caillou, Pierre Di Sciullo, Lorenzo Mattotti, Richard McGuire

De los seis cortos solo son interesantes dos y ninguno de ellos lo es por el guión:

1. Charles Burns. ¿Qué fan de Burns no se ha imaginado Agujero Negro convertida en una película de animación? ¿Cómo quedarían sus fascinantes imágenes en movimiento? El corto de Burns nos ayuda a hacernos una idea. Una idea esperanzadora. Aunque sería deseable que la animación fuese menos rígida, menos Daria y más Persépolis.

2. Robert McGuire. Nadie diría que este McGuire es el mismo autor de Aquí, el cómic revelación de 2015. Los dibujos no se parecen en nada. El corto, visualmente, es una auténtica maravilla. Explota el claroscuro (un único punto de luz en un escenario que se encuentra completamente a oscuras) de una forma que yo jamás había visto antes. Precioso.


  • Lo que no:


Canciones de amor a quemarropa, de Nickolas Butler

Si de algo me ha dado ganas esta novela es de no ir nunca a Winsconsin. Qué hartura de ruralismo épico americano (la humanidad se divide en dos grupos: el de los que están hechos para este pueblo y el de los que no). Qué hartura de bucolismo (no hay amaneceres como los amaneceres de este pueblo).  Como si la nieve y el frío fueran patrimonio exclusivo de las buenas gentes de la América rural, que siempre están dispuestas a echar una mano. Porque América, la verdadera América, no es otra cosa que un montón de gente compartiendo su comida en una feria, comiendo junta (sic).

Y qué personajes. El artista sensible y generoso que no olvida sus raíces, el grandullón fuertote y callado que lleva en su pecho un corazón de oro, la guapilista del pueblo: universitaria reconvertida en esposa y madre, el colega egoistón que vuelve al pueblo después de haber triunfado en los negocios y se arruina por puro amor a ese pedacito de Winsconsin, su perfecta esposa (forastera pero maja en el fondo) que nunca estará tan guapa como el día de su boda, el cowboy sonado al que todo el mundo adora y protege, su novia stripper (reformada por el poder del amor) que tan feliz lo hace... Muy entrañable todo. Demasiado para mí. Aunque reconozco que hay un episodio que sí me tocó la fibra: el del matrimonio mayor que ha perdido a su hijo en la guerra. Todo lo demás, como que no.


Calvary, de John Michael McDonagh

Algunas cosas que no entiendo de esta película:

1. El prota es cura, todo el mundo lo considera un buen hombre, íntegro, solícito y comprensivo. Sin embargo, de repente, algunos de los habitantes del pueblo empiezan a tratarle con hostilidad. ¿Por qué? Ni idea. No ocurre nada que explique ese calvario por el que pasa el cura ni que justifique por qué lo pasa en ese momento de su vida y no cinco años antes.

2. Todos los personajes menos el cura están caracterizados de una manera exagerada, burda y hasta grotesca pero sin ninguna finalidad cómica (esto es un drama). Sale el actor de Black Books y parece que interpreta el mismo personaje.

3. Todos los personajes hablan igual, con la misma mezcla de ingenio y sarcasmo. Incluso el niño. Todos tienen una replica fulminante en el bolsillo.

4. Todos los personajes tienden a monologar y a irse por los cerros de Úbeda pero a su interlocutor nunca se le oye decir: "¿se puede saber de qué coño me estás hablando?"

Está claro: no la he entendido.


Todos queremos algo, de Richard Linklater

Las peliculas de instituto no mienten: existe una jerarquía entre los chicos basada en la capacidad para triunfar en los deportes. Yo nunca llegué demasiado alto en esa escala. Aunque era de los que más corrían, no me gustaban ni un pelo los deportes de equipo (fútbol, baloncesto) por una cuestión de justicia o miedo: los compañeros que mejor jugaban solían meterse con los "paquetes" como yo. Y por eso me resulta difícil congeniar con esta película. No puedo evitar verla como una apología idealizada —homoerotismo incluido— de esa élite deportiva de instituto. No me creo tanto buen rollo, tanta vida en el cénit de su esplendor. Un ejemplo: los protagonistas, un equipo universitario de jugadores de béisbol pagadísimos de sí mismos, van a un concierto punk y a una fiesta de estudiantes con inquietudes artísticas, y aunque se les ve fuera de lugar en los dos sitios, ninguno de ellos hace el más mínimo comentario negativo ni suelta chanza alguna. Completamente irreal, sí. A su lado, Desmadre a la americana, Porky's y American Pie casi se pueden considerar documentales. Linklater, tío, de ti no me esperaba esto.

Berberian Sound Studio, de Peter Strickland

Carlos Pumares dijo una vez una cosa muy sensata: el cine experimental —también llamado de arte y ensayo— es eso, experimental, y como todos los experimentos, unas veces sale bien y otras, en cambio, sale mal. Berberian Sound Studio es un experimento fallido. Interesante pero fallido.

Interesante: cine dentro del cine, en un estudio de sonido ponen banda sonora a una película de terror pero nunca vemos las imágenes de esa película, solo oímos la banda sonora, homenaje al giallo, influencias de Lynch, de Arrebato, de Blow Out...

Fallido: aburre (al menos a mí) cuando ninguno de sus referentes lo hacía.

Hay quien salva la película por lo que tiene de representación de la capacidad de arrabato del cine pero creo que ese discurso habría tenido bastante más interés si los personajes, en vez de estar haciendo una película de terror, estuviesen haciendo una porno. Lo digo en serio.

Vanishing on 7th Street, de Brad Anderson

La idea de partida no está mal —unos pocos supervivientes se enfrentan a una oscuridad maligna que invade el planeta y engulle a todo aquel que no se encuentre cerca de un punto de luz— pero la dirección es muy pobre, paupérrima.

Ejemplo 1. Desaparición: plano de un guarda jurado que se acerca a un lugar oscuro, corte a la cara de sorpresa de un colega que va detrás, vuelta al plano del lugar oscuro, el guarda jurado ya no está, el colega apunta con una linterna y en el suelo vemos el uniforme "vacío" del guarda jurado (como las cáscaras de una gamba recién chupada).

Ejemplo 2. Amenaza: uno de los supervivientes camina despreocupadamente por un pasillo en penumbra, sin darse cuenta de que a su espalda, por las paredes del pasillo, avanza una sombra amenazadora en la que se distinguen con claridad una cabeza y unas manos humanas, el superviviente dobla la esquina del pasillo justo antes de que la sombra consiga alcanzarle (uf, perseguido por un maestro en el arte de las sombras chinescas, aterrador).

¿Perciben el olorcillo a falta de presupuesto y a falta de inventiva? Ni siquiera es una peli mala de las que dan risa, es mala insulsa.

04 July 2016

Simes y nomes del tercer bimestre

Sí o no, sin términos medios, porque en el amor no deberíamos conformarnos con menos que un sí o un no.


  • Lo que sí:


Playa de Brazzaville, de William Boyd

Es fácil encontrar los libros de William Boyd  en las librerías de segunda mano (sobre todo Barras y estrellas). ¿Por qué? Cabe pensar que en el pasado las editoriales apostaron fuerte por él y perdieron. ¿Por qué? Cabe pensar que quizá no sea un escritor demasiado bueno. En estas dudas andaba yo, cuando un buen día me enteré de que David Bowie citaba Playa de Brazzaville entre sus cinco libros favoritos*. Decidí probar —mi lado esnob— y menuda sorpresa me llevé. No se va a convertir en uno de mis cinco libros favoritos (luego he descubierto que Boyd y Bowie eran amiguetes) pero sí que es de esas novelas que dejan poso. Está tan bien escrita, tan bien contada, que uno no tiene que hacer el más mínimo esfuerzo para imaginar las cosas. Ahora mismo, casi dos meses después, lo recuerdo todo como si hubiese visto ayer una película. Una película buena. Encima, la protagonista (y narradora) es uno de esos personajes que lo dejan a uno enamorado. Que Vargas Llosa se quede a Madame Bovary, yo prefiero mil veces a Hope Clearwater.

*Corrijo meses después: no eran los cinco libros favoritos de Bowie sino cinco recomendaciones literarias que había hecho a petición de una revista.

La desaparición, de Tim Krabbé

Uno puede haber visto la adaptación al cine holandesa (con actores desconocidos), puede haber visto la adaptación yanqui (con Kiefer Shuterland, Sandra Bullock y Jeff Bridges), puede conocer la historia porque se la ha contado un colega (final incluido) y, aun así, acabará leyendo la novela muerto de intriga, comiéndose las uñas. Directa a mis favoritas de todos los tiempos dentro del género (aviso: esto lo dice alguien que no conoce el género demasiado bien).

Diccionario de cine, de Fernando Trueba

Lo más valioso de esas votaciones que se organizan periódicamente para escoger las mejores novelas/películas/lo que sea del año/la decáda/el siglo/la historia no está en la enésima victoria de El Padrino o de Don Quijote sino en las novelas/películas/lo que sea que solo obtienen un voto y que nunca jamás se han clasificado en lista alguna. Por ejemplo: que Garci incluye Casablanca entre sus favoritas: ¡pues vaya una novedad!; pero también incluye Un extraño en mi vida: ¡joder, esa tengo que verla! Por eso, de este diccionario de Trueba, más que con las filias predecibles o consabidas (Wilder, Renoir, Truffaut, Hitchcock, Bresson, Lubitsch, Sturges), me quedo con los descubrimientos (José Giovanni, Frederick Wiseman, Marcel Pagnol), con la revalorización de nombres que tenía algo olvidados (David Goodis, William Irish, Carl ReinerKathleen Turner) y con un puñado de películas que me muero de ganas de ver (El hombre clave, Une sale histoire, Conocimiento carnal).

Ice Haven, de Daniel Clowes

Cuando se publicó Ice Haven en España casi todo el mundo dijo que era la mejor obra de Clowes. Ya lo habían dicho de David Boring antes —algunos lo mantienen— y poco después lo dijeron también de El Rayo Mortal. Yo pertenezco al grupo, no sé si mayoritario o minoritario, de los que piensan que Clowes tocó techo con Ghost World. Cita Trueba en su diccionario a Borges: "quizá para alcanzar una obra maestra convenga distraerse un poco". Creo que Clowes estaba distraído cuando hizo Ghost World pero desde entonces ya no se distrae lo suficiente (ya saben, hay que estar a la altura de Chris Ware). Ice Haven es demasiado autoconsciente, pedante y monocromo para mi gusto. Leyéndolo se me ha ocurrido que uno de los temas fundamentales en la obra de Clowes es la frustración —quiero algo y no puedo tenerlo, generalmente por culpa de los demás—, pues mucho me temo que Ice Haven tenga un problema de sobretematización: demasiados golpes a un mismo clavo. Entonces ¿por qué está en los simes?, se preguntarán ustedes. Bueno, digamos que me gusta el martillo.

Mi mamá está en América y ha conocido a Buffalo Bill, de Jean Regnaud y Émile Bravo

Díganle a un niño que no le pueden explicar algo porque es demasiado pequeño para entenderlo y, con el tiempo, obtendrán un adulto con debilidad por el subgénero al que pertenece este cómic y al que propongo llamar: soy un niño y los adultos me ocultan cosas. En España tenemos ejemplos ilustres —El príncipe destronado, Secretos del corazón—, por aquello de la Guerra Civil no explicada a los niños. En este caso el problema no es la guerra sino la ausencia de la madre. Si no recuerdo mal, en alguna entrevista Neil Gaiman dijo que muchas veces, cuando leía historias protagonizadas por niños, pensaba: "este tío [el autor] ya no se acuerda de lo que era ser niño". Creo que a Gaiman este cómic sí le gustaría.


  • Lo que no:


La bicicleta estática, de Sergi Pàmies

Sergi Pàmies es un escritor de ideas. El comienzo de uno de los cuentos: "He quedado conmigo mismo dentro de dos horas" (un tipo queda consigo mismo a través de internet). El comienzo de otro: "Le han recomendado tantas veces que busque las respuestas dentro de sí mismo que, un día, organiza una expedición" (un tipo viaja, literalmente, a su interior). En ocasiones la gracia de la idea está en la personificación de conceptos. Por ejemplo: "Llevo años intentando escribir una historia de amor entre el amor correspondido y el amor no correspondido" (el amor no correspondido es un personaje y el amor correspondido es otro). Otro ejemplo: "Erase una vez una vez que no era como las demás" (esa vez distinta a las demás también es un personaje). Además, a Pàmies le gusta el jugueteo metaficcional: "Para contar esta historia necesitamos la sala de espera de la consulta de una dietista diplomada" (un affair entre dos personajes contado como una receta de cocina). El problema es que no le saca ningún jugo a sus ideas, apenas las desarrolla, no construye nada sobre ellas. Llega uno al final del cuento y tiene la sensación de que con el enunciado de la idea habría tenido más que suficiente. Y eso que son cortos.

Mis circunstancias, de Lewis Trondheim

Lo más interesante es el apéndice: los colegas de Trondheim (autores de cómics, como él) tienen un pequeño espacio de "réplica por alusiones" para comentar si están de acuerdo o no con el retrato que Trondheim hace de ellos en el cómic. Con solo un pequeño párrafo, cualquiera de ellos consigue parecer mucho más interesante de lo que parece Trondheim después de todo un cómic dedicado a sus neuras. Trondheim habla tanto de lo poco que se gusta a sí mismo que resulta difícil creerlo: que no, Lewis, que nadie que se quiera tan poco dedica tanto tiempo a hablar de sí mismo y de sus (supuestos) defectos.


Hot Rod, de Akiva Schaffer

Consulto el IMDb:

- Nota: 6,7 sobre 10 (rozando el notable) (flipo: en la Wikipedia hay esto).

- A la gente que aprecia esta película también le gusta... Napoleon Dynamite (6,9), Te quiero tío (7,1), El reportero: la leyenda de Ron Burgundy (7,2).

No lo entiendo. Recuerdo haberme reído con esas tres pelis, pero ni uno solo de los gags de Hot Rod me ha hecho reír. Debe de ser culpa mía. La mitad de los memes de Julito Iglesias (Y lo sabes...) tampoco me hace gracia.

God Help the Girl, de Stuart Murdoch

Podría haber sido un musical ligero y pop sobre tres chavales resabidillos que acarician la idea que montar una banda, y en parte lo es, pero el fundador de Belle and Sebastian (director y guionista de la peli) se empeña en colar un trasfondo dramático —anorexia, depresión, amores no correspondidos...— que no solo no aporta trascendencia a la historia sino que resulta irrelevante y molesto por lo mal llevado que está. Es probable que a los fans de Belle and Sebastian sí les guste la peli. Yo habría necesitado una banda sonora algo menos lánguida, más del estilo de Lucky Soul.