11 October 2016

Fobias literarias



Se llaman así porque dentro de ellos —dentro de un inofensivo bote de melocotón en almíbar, de espárragos, de borraja en conserva— las mariposas son sacrificadas. Hay dos procedimientos que Olmo pasa a detallarme: uno consiste en meter el bote en el congelador con la mariposa viva y esperar unas tres o cuatro horas hasta que el insecto muera; el otro es depositar en el culo del bote un material absorbente —una bayeta por ejemplo—, cubrirlo con un poco de escayola, rellenar el recipiente con cloroformo y, después, introducir dentro de él la mariposa y esperar a que, encerrada en el bote, agonice a causa de las emanaciones del éter con el que se ha empapado la bayeta.

Black, black, black, MARTA SANZ



¿Qué es lo que me molesta de este fragmento? ¿Qué fobia intento ejemplificar?

Solución: manualidades mal explicadas.

Si esto fuera una película, un flashback les trasladaría ahora a mi lejana infancia, en concreto a aquel día en que empecé a hacer una figurita de papiroflexia siguiendo las instrucciones de un libro y no pude terminarla por culpa de los numerosos errores cometidos por el dibujante de las susodichas instrucciones. 'Trauma' es la palabra, sí.

En el fragmento de arriba todo va bien hasta que el narrador dice "rellenar el recipiente con cloroformo". Si rellenemos un bote con cloroformo y después metemos dentro una mariposa, la mariposa no va a morir por culpa de las emanaciones, va a morir ahogada en el líquido. El narrador tendría que haber dicho que el cloroformo no debe superar el nivel de la escayola para que  la mariposa no entre en contacto con él ( por cierto, ¿por qué escayola?). Llámenme talibán, pero por cosas así puedo llegar a descartar de por vida a un escritor.

03 October 2016

Un cuento al mes: Ingeniería genética , de David Sedaris


Siempre he tenido la sensación
 de que, bajo las circunstancias adecuadas, mi padre es el tipo de hombre que podría haber inventado el horno microondas o el transistor. Nunca acudirías a él en busca de consejo por un problema personal, pero siempre era el primero a quien llamabas cuando se rompía el lavaplatos o alguien arrojaba un peine en el desagüe de la taza del váter.

Traducción de Toni Hill


Supe de la existencia de David Sedaris hace unos cuantos años (no muchos) gracias a una página web en la que hacían un ranking de los autores (vivos) más graciosos del planeta. No recuerdo exactamente en qué puesto estaba pero creo que bastante alto. En el artículo venían a decir que sus cuentos eran un festival de carcajadas. Piensa en tu monologuista favorito y multiplícalo por cuatro.

Desde entonces he leído unos cuantos cuentos de Sedaris (no muchos) y mi opinión de todos ellos es muy similar. Ingeniería genética es el que tengo más reciente, pero podría haber escogido cualquier otro.




Lo primero: ¿de verdad Sedaris es tan hilarante como nos lo venden? En mi opinión: no.

Sedaris es un contador de anécdotas —aparentemente verídicas— que, de vez en cuando (a veces muy de vez en cuando), acierta con el enfoque que hace resaltar lo cómico de la situación. No es una metralleta de one-liners tipo Groucho Marx o Woody Allen. No. Sedaris no hace chistes. Tampoco explota la otra vía: la ironía refinada al estilo inglés. Muchas veces en Sedaris lo gracioso lo encontramos en el choque entre las altas expectativas de los personajes —él y su familia— y la cruda realidad. Pero sin hacer sangre. De hecho, da la la sensación de que en ocasiones Sedaris deja pasar la oportunidad de ser sarcástico o mordaz simplemente porque prefiere ser amable.

Le gusta, eso sí, sacar jugo a los comportamientos excéntricos y paradójicos. Lo mejor de sus cuentos suele estar al principio, cuando presenta el tema principal y acumula pequeñas anécdotas sobre las peculiaridades de su familia. Lo siguiente suele resultar más decepcionante: se centra en una situación concreta que relata con más detalle y que parece prometer muchas risas pero, aunque hay algunos chispazos por el camino, el final suele ser más bien anticlimático, menos divertido que tierno.

No he hecho la prueba, pero es posible que Sedaris funcione mejor por acumulación, leyendo varios cuentos seguidos, cuando uno ya ha logrado ponerse a tono. Si algún día lo pruebo, les cuento.

02 September 2016

Simes y nomes del cuartro bimestre

Sí o no, sin términos medios, porque polarizar es apostar por la transmisión de energía.


  • Lo que sí:


Pacto de sangre, de James M. Cain

Había visto la película —Perdición, de Billy Wilder— y había leído otra novela de Cain —El cartero siempre llama dos veces— así que tenía una imagen muy clara de lo que me iba a encontrar. No me ha defraudado. Ha sido como comerse una bolsa de patatas fritas justo cuando lo que te apetece es comerte una bolsa de patatas fritas. Tiene la concisión que asocio a mis novelas favoritas del género. No pasa a mi canon particular porque es demasiado parecida a El cartero siempre llama dos veces y me ha gustado un pelín menos. Por cierto, escritores cuarentones que todavía no habéis publicado nada, no desesperéis: Cain no vio su nombre en los escaparates hasta los 42 años.

La mujer del teniente francés, de John Fowles

Me encanta la novela del siglo XIX. Una de mis favoritas es Middlemarch, de George Eliot. Siempre que la recomiendo advierto que hay que tener paciencia con la voz narrativa porque puede resultar un poco anticuada y cargante: el típico narrador en tercera persona omnisciente, entrometido y moralista que se pasa la mitad del tiempo sermoneando al lector. A mí no me molesta, al contrario: me gusta, pero sé que para el lector moderno puede resultar pesado. Ya saben, desde Flaubert la tendencia ha sido silenciar cada vez más a los narradores en tercera persona.

La mujer del teniente francés viene a ser una especie de remake de una novela del XIX. Misma época, mismo argumento y mismo narrador entrometido. La diferencia, lo original está en que ese narrador ya no pertenece al siglo XIX sino al XX, así que ni su punto de vista ni su función en el novela son los mismos que tenía con George Eliot. La ciencia ha desplazado a la religión, el relativismo ha acabado con las verdades absolutas, la mujer ha conquistado nuevas parcelas de libertad. Así, el narrador de La mujer... no interviene ya para ofrecer soporte moral sino, principalmente, para explicar el contexto histórico de los personajes. Comenta que los colores de los vestidos de la época eran más llamativos de lo que nos imaginamos en la actualidad, explica la dualidad de la mentalidad victoriana (Jekyll vs. Hyde), cita estudios y estadísticas sobre el enorme desarrollo de la prostitución en la época. Y lo hace siempre de manera oportuna, esclarecedora y sugestiva, incluso con humor. La novela histórica perfecta.

Y la novela postmoderna perfecta, también. Porque sí, amigos, aquí hay metaficción. El narrador no oculta que lo que estamos leyendo es una novela escrita por él y, sobre la marcha, va comentando qué intenciones tenía al empezar a escribirla, qué dificultades se encuentra en el camino, qué estrategias pone en práctica. Pero todo ello de una forma muy natural, nada pedante.

La prueba de que Fowles no tiene un pelo de tonto es que, en el meollo del asunto, coloca un misterio: ¿por qué la amante del teniente francés actúa como actúa? El narrador mantiene un significativo silencio al respecto, a sabiendas de que de ello depende una gran parte del poder  de fascinación de la novela. Conmigo, desde luego, ha funcionado. Me la he leído completamente absorto, aplaudiendo por dentro en las mejores partes. En una palabra: soberbia. Ya tiene un hueco al lado de Middlemarch.

El arte de la defensa, de Chad Harbach

Dicen —en la contraportada— que John Irving ha dicho de esta novela: "Pura diversión, se lee sin ningún esfuerzo". ¿Es cosa de mi mente cizañera o estamos ante un genuino piropo envenenado? ¿Nos está diciendo Irving que aquí diversión mucha pero literatura más bien poca? En cualquier caso, tiene razón: la novela se lee con una facilidad imprevista para un tochete de 540 páginas sobre el mundo del béisbol universitario y, además, es muy entretenida. Todos seguimos alguna serie que no nos parece una maravilla ni nos encanta, que incluso consideramos un poco tópica, pero que está hecha con la suficiente competencia narrativa como para que nos hayamos enganchado a la historia (Cinco hermanosBates Motel, How to Get Away with Murder). Pues esta novela vendría a ser algo así.

En Goodreads se pueden leer micropolémicas acerca de si hace falta (o no) ser aficionado al béisbol para disfrutarla de verdad. Mi opinión: no es necesario. Un año en mi colegio se puso de moda jugar al béisbol. Jugábamos durante el recreo de después de comer. Con una pelota de tenis. Bateábamos con el brazo. Lo poco que sé del béisbol lo aprendí ese año y me ha sorprendido comprobar que las reglas que seguíamos entonces se parecían bastante a las de verdad. Pues bien, con esas cuatro reglas yo he tenido más que suficiente para seguir los partidos que se cuentan en el libro así que no creo que se necesite un gran bagaje. Nada que la Wikipedia no pueda solucionar. Y que nadie piense que la estoy recomendando: en cuanto saquen la serie —creo que ya están en ello—, a poco bien que les salga, la novela pasará a ser prescindible.

Trampa para Cenicienta, de Sébastien J aprisot

Compro el libro en una librería de segunda mano sin conocerlo de nada, solo porque me gusta el principio:
   Éranse una vez, hace mucho tiempo, tres niñas: la primera, Mi, la segunda, Do, la tercera, La. Tenían una madrina que olía bien, que nunca las regañaba cuando hacían travesuras y a quien llamaban madrina Midola.
   Un día, están en el patio. La madrina da un beso a Mi, no se lo da a Do y tampoco a La.
   Un día, juegan a papás y mamás. La madrina escoge a Mi, nunca escoge a Do y tampoco dice nada a La.
   Un día están tristes. La madrina, que se marcha, llora con Mi, no dice nada a Do y tampoco dice nada a La.
   De las tres niñas, Mi es la más guapa y Do la más inteligente. La muere pronto.
Gracias a Google me entero de que Sébastien Japrisot es el autor de la novela en la que se basa Largo domingo de noviazgo, una película por la que siento debilidad. No es un escritor popular pero, al parecer, sí bastante apreciado por los connaisseurs —es francés— de la literatura policiaca.

El primer capítulo me encanta. Leo la novela casi de un tirón. Tiene un estilo rápido e impresionista en el que no cuesta avanzar. Me pregunto todo el tiempo si Almodóvar la habrá leído. Es fácil imaginarse una adaptación en programa doble con La piel que habito. Me doy cuenta, además, de que pasa con nota el test de Bechdel: los tres personajes principales son mujeres que rara vez hablan de sus relaciones con hombres. El final, la última línea, me produce un escalofrío (flojito).

Momentos estelares de temporada baja, de Peter J. Smith

Imaginen una especie de mapa estelar en el que cada estrella represente un libro. Tracen ahora una línea desde El guardián entre el centeno de J. D. Salinger hasta Menos que cero de Bret Easton Ellis. A continuación dividan esa línea en tres partes. Si lo han hecho bien, sobre esa línea, a un tercio de El guardián entre el centeno, deberían encontrar Momentos estelares de temporada baja. Me lo he leído porque, basándose en las puntuaciones que he dado a otros libros, Readgeek predijo que, de 0 a 10, me gustaría en grado 10. No ha acertado. 7'5 como mucho.

Basta con la sinopsis para que se hagan una idea de lo mucho que esta novela debe a El guardián entre el centeno: un chaval de clase alta al que acaban de expulsar del instituto se dedica a deambular por las calles para no tener que enfrentarse al futuro que los adultos planean para él. Se diferencia en algo fundamental. Una mayoría de los lectores, sobre todo adolescentes, se identifica con Holden Caulfield, con su idealismo, con su desprecio a la falsedad. El protagonista de Momentos estelares de temporada baja  es mucho más hermético. Aunque también es el narrador de la historia, no cuenta nada demasiado íntimo y solo parece tener dos reacciones ante las cosas: o le deprimen o le resbalan. De hecho, su característica más destacada es la indolencia. Si El guardián... se puede considerar un retrato de la adolescencia desde dentro, Momentos... sería un retrato por fuera.

Apenas hay argumento, solo una larga sucesión de escenas en las que el prota va de un lado a otro y se encuentra con distintos personajes. Todo seguido, sin elipsis entre una escena y otra más allá de aquellos momentos en los que el prota duerme, viaja en avión o se queda inconsciente. Suena aburrido, lo sé, y no voy a negar que la novela tiene un ritmo un tanto lento, oriental, pero hay dos cosas que la elevan: (primera) cada una de las escenas está construida de forma que se genera en el lector una cierta expectativa por lo que va a pasar, incluso aunque al final no pase gran cosa; (segunda) el narrador es muy observador, demuestra una atención al detalle que acaba atrayendo también la propia atención del lector y hace las escenas más vívidas. No es para echar cohetes pero un 7'5 tampoco está mal.

 R100, de Hitoshi Matsumoto

Los japoneses y las parafilias. Si nos dijesen que hay japoneses que se excitan con los envoltorios de celofán de los caramelos, nos lo creeríamos a pies juntillas. Esta peli empieza por ahí, por el lado de las parafilias, pero luego da giros (todavía más) rarunos. El título tiene su explicación, nos la dan en la propia película: R100 es la calificación por edad que se merece esta cinta, porque solo alguien de cien años puede comprender tanto absurdo junto.

En realidad no tiene gran cosa que entender, no está planteada desde un punto de vista intelectual. Es ese tipo de películas grotescas, pulp y un poco locas con las que uno puede imaginarse a Tarantino disfrutando como un enano (ay, esos personajes femeninos...). ¿Conocen esa sensación de escándalo y regocijo que le embarga a uno ante algo que transgrede los límites habituales de la burrada? Como esas señoras que van de público a la tele y gritan alborozadas* cuando uno de los colaboradores suelta una gracieta sobre caca. Pues con algunas escenas de esta peli pasa un poco eso. En resumen, comedia chocante: The Game + Belle de Jour + Kill Bill + Rubber.

* Aborozadas: Palabras que nunca he usado.

Anomalisa, de Charlie Kaufman

A Charlie Kaufman se le puede amar y odiar al mismo tiempo. Se le puede amar por Cómo ser John Malkovich y ¡Olvídate de mí! y se le puede odiar por Adaptation y Synecdoche, New York. Yo últimamente estaba por la labor de odiarle* (más información aquí), pero gracias a Anomalisa estoy dispuesto a invitarle a cenar en casa una noche. Tres cosas que me han tenido pegado a la pantalla:
1. La estética realista, poco habitual en el cine de animación.
2. Todos los personajes, menos el protagonista, tienen la misma cara y la misma voz. ¿Por qué?
3. El personaje femenino, Lisa.
Si admitimos que Kaufman se suele mover entre lo sesudo y lo emotivo, podríamos decir que en Anomalisa gana lo emotivo.

* Lo siento si les sangran los ojos, en el caso de personas de sexo/género masculino soy leísta militante.

Incendies, de Denis Villeneuve

Incendies no es verosímil o lo es de una manera muy frágil: no resiste el más mínimo análisis. A mí, en general, no me molesta en absoluto la falta de verosimilitud siempre y cuando se prescinda de ella para conseguir algo todavía mejor: comicidad, emoción, belleza... ¿Qué pretende conseguir Incendies al sacrificar (o debilitar) su verosimilitud? Aliento trágico. Y ahí es precisamente donde falla la película, porque en la historia que nos cuenta Incendies la tragedia no está del lado de los protagonistas, está del lado del personaje que menos voz tiene (el otro hermano). Desde el punto de vista de los protagonistas la película se acerca al culebrón o al melodrama porque no son ellos quienes provocan su propia desgracia. Pero toda esta reflexión la hago cuando termina la película; mientras la veo no analizo, me dejo llevar por una narración potente. En eso Villeneuve no falla. Así que vale: es un sime.

Perfetti Sconosciuti, de Paolo Genovese

He aquí una película que pueden recomendar a sus suegros, a sus sobrinos adolescentes, a sus compañeros de trabajo y a casi cualquiera de sus conocidos con la certeza de que van a conseguir un altísimo porcentaje de aciertos. ¿Por qué? Trata un tema de interés universal: lo poco que conocemos incluso a las personas más cercanas a nosotros. Tiene un guión de hierro —hay acreditados hasta cinco guionistas—, que dosifica con habilidad la información que se desvela y se oculta a los espectadores. Los golpes de efecto funcionan a la perfección. Explota con gracia las posibilidades dramáticas de un objeto cotidiano: los móviles. Presenta un espectro de personajes lo suficientemente variado como para que cualquier espectador reconozca algo de sí mismo en alguno de ellos, más allá del estereotipo. En suma: objetivamente la peli es un logro.

Peur[s] du Noir, de Blutch, Charles Burns, Marie Caillou, Pierre Di Sciullo, Lorenzo Mattotti, Richard McGuire

De los seis cortos solo son interesantes dos y ninguno de ellos lo es por el guión:

1. Charles Burns. ¿Qué fan de Burns no se ha imaginado Agujero Negro convertida en una película de animación? ¿Cómo quedarían sus fascinantes imágenes en movimiento? El corto de Burns nos ayuda a hacernos una idea. Una idea esperanzadora. Aunque sería deseable que la animación fuese menos rígida, menos Daria y más Persépolis.

2. Robert McGuire. Nadie diría que este McGuire es el mismo autor de Aquí, el cómic revelación de 2015. Los dibujos no se parecen en nada. El corto, visualmente, es una auténtica maravilla. Explota el claroscuro (un único punto de luz en un escenario que se encuentra completamente a oscuras) de una forma que yo jamás había visto antes. Precioso.


  • Lo que no:


Canciones de amor a quemarropa, de Nickolas Butler

Si de algo me ha dado ganas esta novela es de no ir nunca a Winsconsin. Qué hartura de ruralismo épico americano (la humanidad se divide en dos grupos: el de los que están hechos para este pueblo y el de los que no). Qué hartura de bucolismo (no hay amaneceres como los amaneceres de este pueblo).  Como si la nieve y el frío fueran patrimonio exclusivo de las buenas gentes de la América rural, que siempre están dispuestas a echar una mano. Porque América, la verdadera América, no es otra cosa que un montón de gente compartiendo su comida en una feria, comiendo junta (sic).

Y qué personajes. El artista sensible y generoso que no olvida sus raíces, el grandullón fuertote y callado que lleva en su pecho un corazón de oro, la guapilista del pueblo: universitaria reconvertida en esposa y madre, el colega egoistón que vuelve al pueblo después de haber triunfado en los negocios y se arruina por puro amor a ese pedacito de Winsconsin, su perfecta esposa (forastera pero maja en el fondo) que nunca estará tan guapa como el día de su boda, el cowboy sonado al que todo el mundo adora y protege, su novia stripper (reformada por el poder del amor) que tan feliz lo hace... Muy entrañable todo. Demasiado para mí. Aunque reconozco que hay un episodio que sí me tocó la fibra: el del matrimonio mayor que ha perdido a su hijo en la guerra. Todo lo demás, como que no.


Calvary, de John Michael McDonagh

Algunas cosas que no entiendo de esta película:

1. El prota es cura, todo el mundo lo considera un buen hombre, íntegro, solícito y comprensivo. Sin embargo, de repente, algunos de los habitantes del pueblo empiezan a tratarle con hostilidad. ¿Por qué? Ni idea. No ocurre nada que explique ese calvario por el que pasa el cura ni que justifique por qué lo pasa en ese momento de su vida y no cinco años antes.

2. Todos los personajes menos el cura están caracterizados de una manera exagerada, burda y hasta grotesca pero sin ninguna finalidad cómica (esto es un drama). Sale el actor de Black Books y parece que interpreta el mismo personaje.

3. Todos los personajes hablan igual, con la misma mezcla de ingenio y sarcasmo. Incluso el niño. Todos tienen una replica fulminante en el bolsillo.

4. Todos los personajes tienden a monologar y a irse por los cerros de Úbeda pero a su interlocutor nunca se le oye decir: "¿se puede saber de qué coño me estás hablando?"

Está claro: no la he entendido.


Todos queremos algo, de Richard Linklater

Las peliculas de instituto no mienten: existe una jerarquía entre los chicos basada en la capacidad para triunfar en los deportes. Yo nunca llegué demasiado alto en esa escala. Aunque era de los que más corrían, no me gustaban ni un pelo los deportes de equipo (fútbol, baloncesto) por una cuestión de justicia o miedo: los compañeros que mejor jugaban solían meterse con los "paquetes" como yo. Y por eso me resulta difícil congeniar con esta película. No puedo evitar verla como una apología idealizada —homoerotismo incluido— de esa élite deportiva de instituto. No me creo tanto buen rollo, tanta vida en el cénit de su esplendor. Un ejemplo: los protagonistas, un equipo universitario de jugadores de béisbol pagadísimos de sí mismos, van a un concierto punk y a una fiesta de estudiantes con inquietudes artísticas, y aunque se les ve fuera de lugar en los dos sitios, ninguno de ellos hace el más mínimo comentario negativo ni suelta chanza alguna. Completamente irreal, sí. A su lado, Desmadre a la americana, Porky's y American Pie casi se pueden considerar documentales. Linklater, tío, de ti no me esperaba esto.

Berberian Sound Studio, de Peter Strickland

Carlos Pumares dijo una vez una cosa muy sensata: el cine experimental —también llamado de arte y ensayo— es eso, experimental, y como todos los experimentos, unas veces sale bien y otras, en cambio, sale mal. Berberian Sound Studio es un experimento fallido. Interesante pero fallido.

Interesante: cine dentro del cine, en un estudio de sonido ponen banda sonora a una película de terror pero nunca vemos las imágenes de esa película, solo oímos la banda sonora, homenaje al giallo, influencias de Lynch, de Arrebato, de Blow Out...

Fallido: aburre (al menos a mí) cuando ninguno de sus referentes lo hacía.

Hay quien salva la película por lo que tiene de representación de la capacidad de arrabato del cine pero creo que ese discurso habría tenido bastante más interés si los personajes, en vez de estar haciendo una película de terror, estuviesen haciendo una porno. Lo digo en serio.

Vanishing on 7th Street, de Brad Anderson

La idea de partida no está mal —unos pocos supervivientes se enfrentan a una oscuridad maligna que invade el planeta y engulle a todo aquel que no se encuentre cerca de un punto de luz— pero la dirección es muy pobre, paupérrima.

Ejemplo 1. Desaparición: plano de un guarda jurado que se acerca a un lugar oscuro, corte a la cara de sorpresa de un colega que va detrás, vuelta al plano del lugar oscuro, el guarda jurado ya no está, el colega apunta con una linterna y en el suelo vemos el uniforme "vacío" del guarda jurado (como las cáscaras de una gamba recién chupada).

Ejemplo 2. Amenaza: uno de los supervivientes camina despreocupadamente por un pasillo en penumbra, sin darse cuenta de que a su espalda, por las paredes del pasillo, avanza una sombra amenazadora en la que se distinguen con claridad una cabeza y unas manos humanas, el superviviente dobla la esquina del pasillo justo antes de que la sombra consiga alcanzarle (uf, perseguido por un maestro en el arte de las sombras chinescas, aterrador).

¿Perciben el olorcillo a falta de presupuesto y a falta de inventiva? Ni siquiera es una peli mala de las que dan risa, es mala insulsa.

22 August 2016

Canciones que deberían ser más conocidas (XXI)




Llámenme moñas (no sería la primera vez) pero a mí en verano esto me suena a gloria: el timbre cristalino de la voz, el contrapunto afilado de las cuerdas, los pequeños bajoncillos de intensidad, el optimismo que se impone, los parapapapás (cómo no), los aaahs de fondo con sabor a The Carpenters, el grito negruzco... incluso la deriva final con esos ribetes del piano tan de ocaso en la terraza. Es de 2003 pero podría haber sonado en 'Vacaciones en el mar'. Burt Bacharach estaría orgulloso de ti, Bart.

When You're Sad - Bart Davenport

09 August 2016

Saqueando blogs: El traductor traidor

Hay que ser atrevido (por no decir otra cosa) para hacer una sección como En busca de la traducción perfecta sin ser un experto en la materia. Por suerte hay blogs sobre traducción escritos por gente más sabia.

Como este.




Diez entradas en apenas dos meses, del 31 de enero al 2 de abril de 2015, y ni pizca de desperdicio. Sepan por qué algunas de sus películas preferidas no tienen el título que se merecen.

04 July 2016

Simes y nomes del tercer bimestre

Sí o no, sin términos medios, porque en el amor no deberíamos conformarnos con menos que un sí o un no.


  • Lo que sí:


Playa de Brazzaville, de William Boyd

Es fácil encontrar los libros de William Boyd  en las librerías de segunda mano (sobre todo Barras y estrellas). ¿Por qué? Cabe pensar que en el pasado las editoriales apostaron fuerte por él y perdieron. ¿Por qué? Cabe pensar que quizá no sea un escritor demasiado bueno. En estas dudas andaba yo, cuando un buen día me enteré de que David Bowie citaba Playa de Brazzaville entre sus cinco libros favoritos*. Decidí probar —mi lado esnob— y menuda sorpresa me llevé. No se va a convertir en uno de mis cinco libros favoritos (luego he descubierto que Boyd y Bowie eran amiguetes) pero sí que es de esas novelas que dejan poso. Está tan bien escrita, tan bien contada, que uno no tiene que hacer el más mínimo esfuerzo para imaginar las cosas. Ahora mismo, casi dos meses después, lo recuerdo todo como si hubiese visto ayer una película. Una película buena. Encima, la protagonista (y narradora) es uno de esos personajes que lo dejan a uno enamorado. Que Vargas Llosa se quede a Madame Bovary, yo prefiero mil veces a Hope Clearwater.

*Corrijo meses después: no eran los cinco libros favoritos de Bowie sino cinco recomendaciones literarias que había hecho a petición de una revista.

La desaparición, de Tim Krabbé

Uno puede haber visto la adaptación al cine holandesa (con actores desconocidos), puede haber visto la adaptación yanqui (con Kiefer Shuterland, Sandra Bullock y Jeff Bridges), puede conocer la historia porque se la ha contado un colega (final incluido) y, aun así, acabará leyendo la novela muerto de intriga, comiéndose las uñas. Directa a mis favoritas de todos los tiempos dentro del género (aviso: esto lo dice alguien que no conoce el género demasiado bien).

Diccionario de cine, de Fernando Trueba

Lo más valioso de esas votaciones que se organizan periódicamente para escoger las mejores novelas/películas/lo que sea del año/la decáda/el siglo/la historia no está en la enésima victoria de El Padrino o de Don Quijote sino en las novelas/películas/lo que sea que solo obtienen un voto y que nunca jamás se han clasificado en lista alguna. Por ejemplo: que Garci incluye Casablanca entre sus favoritas: ¡pues vaya una novedad!; pero también incluye Un extraño en mi vida: ¡joder, esa tengo que verla! Por eso, de este diccionario de Trueba, más que con las filias predecibles o consabidas (Wilder, Renoir, Truffaut, Hitchcock, Bresson, Lubitsch, Sturges), me quedo con los descubrimientos (José Giovanni, Frederick Wiseman, Marcel Pagnol), con la revalorización de nombres que tenía algo olvidados (David Goodis, William Irish, Carl ReinerKathleen Turner) y con un puñado de películas que me muero de ganas de ver (El hombre clave, Une sale histoire, Conocimiento carnal).

Ice Haven, de Daniel Clowes

Cuando se publicó Ice Haven en España casi todo el mundo dijo que era la mejor obra de Clowes. Ya lo habían dicho de David Boring antes —algunos lo mantienen— y poco después lo dijeron también de El Rayo Mortal. Yo pertenezco al grupo, no sé si mayoritario o minoritario, de los que piensan que Clowes tocó techo con Ghost World. Cita Trueba en su diccionario a Borges: "quizá para alcanzar una obra maestra convenga distraerse un poco". Creo que Clowes estaba distraído cuando hizo Ghost World pero desde entonces ya no se distrae lo suficiente (ya saben, hay que estar a la altura de Chris Ware). Ice Haven es demasiado autoconsciente, pedante y monocromo para mi gusto. Leyéndolo se me ha ocurrido que uno de los temas fundamentales en la obra de Clowes es la frustración —quiero algo y no puedo tenerlo, generalmente por culpa de los demás—, pues mucho me temo que Ice Haven tenga un problema de sobretematización: demasiados golpes a un mismo clavo. Entonces ¿por qué está en los simes?, se preguntarán ustedes. Bueno, digamos que me gusta el martillo.

Mi mamá está en América y ha conocido a Buffalo Bill, de Jean Regnaud y Émile Bravo

Díganle a un niño que no le pueden explicar algo porque es demasiado pequeño para entenderlo y, con el tiempo, obtendrán un adulto con debilidad por el subgénero al que pertenece este cómic y al que propongo llamar: soy un niño y los adultos me ocultan cosas. En España tenemos ejemplos ilustres —El príncipe destronado, Secretos del corazón—, por aquello de la Guerra Civil no explicada a los niños. En este caso el problema no es la guerra sino la ausencia de la madre. Si no recuerdo mal, en alguna entrevista Neil Gaiman dijo que muchas veces, cuando leía historias protagonizadas por niños, pensaba: "este tío [el autor] ya no se acuerda de lo que era ser niño". Creo que a Gaiman este cómic sí le gustaría.


  • Lo que no:


La bicicleta estática, de Sergi Pàmies

Sergi Pàmies es un escritor de ideas. El comienzo de uno de los cuentos: "He quedado conmigo mismo dentro de dos horas" (un tipo queda consigo mismo a través de internet). El comienzo de otro: "Le han recomendado tantas veces que busque las respuestas dentro de sí mismo que, un día, organiza una expedición" (un tipo viaja, literalmente, a su interior). En ocasiones la gracia de la idea está en la personificación de conceptos. Por ejemplo: "Llevo años intentando escribir una historia de amor entre el amor correspondido y el amor no correspondido" (el amor no correspondido es un personaje y el amor correspondido es otro). Otro ejemplo: "Erase una vez una vez que no era como las demás" (esa vez distinta a las demás también es un personaje). Además, a Pàmies le gusta el jugueteo metaficcional: "Para contar esta historia necesitamos la sala de espera de la consulta de una dietista diplomada" (un affair entre dos personajes contado como una receta de cocina). El problema es que no le saca ningún jugo a sus ideas, apenas las desarrolla, no construye nada sobre ellas. Llega uno al final del cuento y tiene la sensación de que con el enunciado de la idea habría tenido más que suficiente. Y eso que son cortos.

Mis circunstancias, de Lewis Trondheim

Lo más interesante es el apéndice: los colegas de Trondheim (autores de cómics, como él) tienen un pequeño espacio de "réplica por alusiones" para comentar si están de acuerdo o no con el retrato que Trondheim hace de ellos en el cómic. Con solo un pequeño párrafo, cualquiera de ellos consigue parecer mucho más interesante de lo que parece Trondheim después de todo un cómic dedicado a sus neuras. Trondheim habla tanto de lo poco que se gusta a sí mismo que resulta difícil creerlo: que no, Lewis, que nadie que se quiera tan poco dedica tanto tiempo a hablar de sí mismo y de sus (supuestos) defectos.


Hot Rod, de Akiva Schaffer

Consulto el IMDb:

- Nota: 6,7 sobre 10 (rozando el notable) (flipo: en la Wikipedia hay esto).

- A la gente que aprecia esta película también le gusta... Napoleon Dynamite (6,9), Te quiero tío (7,1), El reportero: la leyenda de Ron Burgundy (7,2).

No lo entiendo. Recuerdo haberme reído con esas tres pelis, pero ni uno solo de los gags de Hot Rod me ha hecho reír. Debe de ser culpa mía. La mitad de los memes de Julito Iglesias (Y lo sabes...) tampoco me hace gracia.

God Help the Girl, de Stuart Murdoch

Podría haber sido un musical ligero y pop sobre tres chavales resabidillos que acarician la idea que montar una banda, y en parte lo es, pero el fundador de Belle and Sebastian (director y guionista de la peli) se empeña en colar un trasfondo dramático —anorexia, depresión, amores no correspondidos...— que no solo no aporta trascendencia a la historia sino que resulta irrelevante y molesto por lo mal llevado que está. Es probable que a los fans de Belle and Sebastian sí les guste la peli. Yo habría necesitado una banda sonora algo menos lánguida, más del estilo de Lucky Soul.   

21 June 2016

Hermosos y malditos: en busca de la traducción perfecta



In 1913, when Anthony Patch was twenty-five, two years were already gone, since irony, the Holy Ghost os this later day, had, theoretically at least, descended upon him. Irony was the final polish of the shoe, the ultimate dab of the clothes-brush, a sort of intellectual "There"—yet at the brink of this story he has as yet gone no further than the conscious stage. As you first see him he wonders frequently whether he is not without honor an slightly mad, a shameful and obscene thinness glistening on the surface of the world like oil on a clean pond, these occasions being varied, of course, with those in which he thinks himself rather an exceptional young man, thoroughly sophisticated, well adjusted to his environment, an somewhat more significant than any one else he knows.

The Beautiful and Damned, F. SCOTT FITZGERALD



Hoy vamos a hacer algo que nunca habíamos hecho hasta ahora.

    UN LECTOR AL FONDO.— ¿Agradecer a Francia la existencia de Isabelle Huppert?
    EL CONVINCENTE GON.— (Reparando en la baguette que el lector lleva bajo el brazo.) Buen intento. 

No, señores y señoras, lo que vamos a hacer hoy es comparar dos traducciones distintas de un mismo traductor. Porque sí, amigos, a veces los traductores —al igual que los cirujanos plásticos— retocan sus trabajillos.

Para darle un poco de emoción al asunto, no les voy a decir cuál de las dos versiones es anterior/posterior a la otra. Tendrán que adivinarlo ustedes. No se fíen ni un pelo del orden en el que voy a colocar los textos: yo ya sé que ustedes van a pensar que yo voy a pensar que ustedes van a pensar que yo voy a pensar que ustedes van a pensar... [etc.], así que el orden lo ha decidido la suerte.

Hale, ahí tienen. Las diferencias están subrayadas y ennegritadas, que no es cuestión de que se me dejen la vista en la pantallita de su móvil.


****** ALIANZA ******


En 1913, cuando Anthony Patch cumplió los veinticinco años, habían transcurrido ya dos desde que la ironía —el Espíritu Santo de estos últimos tiempos— tuvo a bien descender, al menos teóricamente, sobre él. La ironía era como el toque final a los zapatos, como la última pasada de cepillo a la ropa, una especie de "¡Ya está!" intelectual; sin embargo, al comienzo de esta historia, Anthony no ha hecho más que alcanzar el uso de razón. La primera vez que lo vemos se pregunta con frecuencia si no será un hombre sin honor y algo chiflado, una sustancia vergonzosa y repulsivamente delgada que brilla sobre la superficie del mundo como el aceite sobre un estanque de aguas cristalinas; aunque en otras ocasiones, por supuesto, se considera un joven excepcional, extraordinariamente refinado, bien integrado en su entorno y, hasta cierto punto, más importante que todas las personas que conoce.

Traducción de José Luis López Muñoz

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**** DEBOLSILLO ****


En 1913, cuando Anthony Patch cumplió los veinticinco, habían transcurrido ya dos años desde que la ironía —el Espíritu Santo de estos últimos tiempos— descendiera, al menos teóricamente, sobre él. La ironía era como el toque final a los zapatos, como la última pasada de cepillo a la ropa, una especie de "¡Ya está!" intelectual; sin embargo, al comienzo de esta historia, Anthony no ha hecho más que alcanzar el uso de razón. La primera vez que lo vemos se pregunta con frecuencia si no será un hombre sin honor y algo chiflado, una sustancia vergonzosa y obscenamente delgada que brilla sobre la superficie del mundo como el aceite sobre un estanque de aguas cristalinas; aunque en otras ocasiones, por supuesto, se considera un joven excepcional, extraordinariamente refinado, bien integrado en su medio ambiente y, en cierto modo, más importante que todas las personas que conoce.

Traducción de José Luis López Muñoz


Si aciertan, ganarán dos puntos de autoestima que podrán lucir en sus próximas reuniones sociales.

Una pista: yo soy incapaz de ver una de las traducciones como una versión mejorada de la otra. Prefiero la de Alianza en añosentorno, y la de Debolsillo en descendiera, obscenamente y en cierto modo.