¿Cúal es nuestro gran clásico de la literatura infantil del S.XX? ¿Platero y yo? ¿Marcelino pan y vino? ¿Fray Perico y su borrico?... ¡Puaj!
¿Gloria Fuertes? Bueno, por ahí vamos mejor pero, qué quieren que les diga, no la veo muy consistente como narradora. Y sé de lo que hablo. De pequeño me leí varias veces Pío Pío Lope, el pollito miope.
Roald Dahl.
Uno de mis hitos como lector fue el descubrimiento de La medicina de Jorge. Literatura que hacía cosquillas. Y después Las brujas, uno de los libros más difíciles de conseguir en la biblioteca de mi colegio (así de intenso era el boca a boca). Todavía recuerdo el momento en que empecé a leerlo. Nunca nadie me había hablado así desde las primeras páginas de un libro. Temblaba de placer. Roald Dahl, el Hitchcock de la literatura infantil.
Probemos a leer el comienzo de Matilda:
"Ocurre una cosa graciosa con las madres y los padres. Aunque su hijo sea el ser más repugnante que uno pueda imaginarse, creen que es maravilloso.
Algunos padres van aún más lejos. Su adoración llega a cegarlos y están convencidos de que su vástago tiene cualidades de genio.
Bueno, no hay nada malo en ello. La gente es así. Sólo cuando los padres empiezan a hablarnos de las maravillas de su descendencia es cuando gritamos: «¡Tráiganme una palangana! ¡Voy a vomitar!»."
Funciona. De hecho, funciona bastante mejor que la mayoría de los relatos que el propio Dahl escribió para adultos.
Y ahora, el saqueo. A la autora del blog Mars on life también le gusta Roald Dahl. Le gusta tanto que incluso ha ido a Great Misseden (U.K.) a ver (por fuera) la casa del escritor y a visitar (por dentro) el museo que le han dedicado en el pueblo. Ella misma lo cuenta. Un relato curioso. Curioso como un niño.