En el ranking de canciones sin voz en el estribillo, esta debería ocupar un lugar muy alto. Y es que no solo no hay voz sino que el protagonismo se cede a un piano y a un carrillón (creo), dos instrumentos que en solitario me suelen irritar un poco. Pero qué gran pareja hacen aquí. Las guitarras encienden una hoguera al principio de la canción. Anochece en las voces, sopla el viento. Llueve, lloverá, nos dicen el piano y el carrillón en el estribillo. Pero la lluvia es bien recibida por la percusión, el bajo y los coros. Se acerca el otoño.
Es escucharla y pensar en mi primer mp3 y en los viajes en autobús. No era de las canciones que estaba deseando que sonasen pero cada vez que lo hacía me sentía de pronto como a rebosar de algo, no sé muy bien de qué. Una emoción que se expande desde que entra la batería y que no deja de crecer en ningún momento. Una emoción blanda, lo concedo. Pero para mí toda la canción es estribillo. Y hay pocas cosas mejores que yo pueda decir de una canción.
Hoy que nos quitan una hora de sol por la tarde para ponerla por la mañana (¿pero quién coño prefiere tener luz de camino al trabajo en vez de tenerla al salir?), quiero rendir homenaje al astro rey con un estribillo euforizante que no se salta un vampiro.
¿Cuál es su record de días seguidos escuchando una misma canción (por voluntad propia y al menos una vez al día)? El mío es un mes. La canción es esta. Me la ponía todas las mañanas antes de salir de casa y todas y cada una de las veces me daba un subidón. Era mayo; acababa de mudarme a Madrid. A esto suena la primavera para mí desde entonces. Y todavía hoy.
Me acabo de enterar de que el mes pasado encontraron muerto en su casa a Sam Mehran, uno de los componentes de Test Icicles. Se habla de suicidio. Solo tenía 31 años. A los 19 cantaba la canción que con más furia he bailado en un garito.
Igual es que ya deliro, pero la guitarra del principio me suena como desenfocada por el calor. En pleno agosto —o junio de 2017— pones un riff al sol en la carretera y los vapores del asfalto recalentado te lo dejan tal que así. La canción continúa y a mí no me abandona la sensación de que algo se está friendo en ella. Tiene como puntillas de huevo frito. Crujientes. Mi parte favorita es cada vez que interviene el coro. Mi segunda parte favorita es el requiebro de la melodía en el minuto 1:26 h. Aprovecho para dar las gracias desde aquí al podcast argentino de libros que me la descubrió, ninguno de cuyos autores me estará leyendo.
No, no son Coldplay cantando en sueco. Pero esta canción, ¡qué digo canción!, este HIMNO también pide un estadio lleno de gente desgañitándose en el estribillo (dicho y hecho: aquí pueden ver a un puñado de suecos viniéndose arriba en el clímax [minuto 2:35]; bueno, viniéndose arriba discretamente, muy discretamente). Ahora que se acercan las navidades, aprendamos a convertir un riff campanillero machacón en algo emocionante.
Llámenme moñas (no sería la primera vez) pero a mí en verano esto me suena a gloria: el timbre cristalino de la voz, el contrapunto afilado de las cuerdas, los pequeños bajoncillos de intensidad, el optimismo que se impone, los parapapapás (cómo no), los aaahs de fondo con sabor a The Carpenters, el grito negruzco... incluso la deriva final con esos ribetes del piano tan de ocaso en la terraza. Es de 2003 pero podría haber sonado en 'Vacaciones en el mar'. Burt Bacharach estaría orgulloso de ti, Bart.
Lo mío con Lolaila Carmona acabó hace tiempo. Supongo que se fue enfriando poco a poco hasta que llegó un momento en que no tenía sentido seguir. Todavía la aprecio, claro; de vez en cuando la pongo en casa a todo volumen y recuerdo los buenos ratos que pasamos juntos. Pero tenía que dejarlo. No es culpa de nadie. Y no, por si se lo están preguntando: no le fui infiel.
Pero hace poco me he fijado en una de sus hermanas. Es raro; aunque estoy seguro de que ya la conocía, nunca le había prestado atención. La escuché una mañana y a la altura del estribillo ya estaba enamorado. Saltó la chispa. No me digan que solo es un capricho. No lo es. Lo sé porque también me gusta su interior: la letra. Hace que quiera ser mejor persona.
Ay, estoy lleno de amor. (No me hagan el gesto de vomitar que les veo.)
Una pastelada, sí. Pero justo el tipo de pastelada que a mí me gusta, con campanillas, trompeta, una melodía emocionante y coros de iglesia. Cuatro minutos y medio de dulzura sueca, idioma incluido (uno va a Ikea y no se imagina que todas esas vocales con diéresis puedan sonar así de cálidas). Como comerse un panecillo de canela el último atardecer del verano a la orilla del mar. Allí esto debe de ser un himno, o algo.
A partir del 21 de junio los días se van haciendo cada vez más cortos. El verano es la estación del recreo pero también podría serlo de la nostalgia y esta canción viene a recordárnoslo. Empieza eufórica, primaveral, un poco simplona, pero pronto (1:11) llega la melancolía, los atardeceres, el recuerdo de otros veranos (únanse: "do you remember?"), y a partir de ahí lo entendemos: la alegría también es nostalgia, la nostalgia también es alegría; la canción nos lo recuerda una vez más (2:58) y al final muere en una coda extraña que no, que a mí tampoco me gusta. Pero esas dos partes (1:11-2:22 y 2:58-3:54), ay, qué tontorrón me ponen.
No sé si lo nuestro durará mucho, pero estoy enamorado de esta canción.
La oí por primera vez en una película, hace mes y medio. Sonaba de fondo en un bar al que iba la prota. Fue un flechazo. El falsete... El primer estribillo... Cuando terminó la peli, me puse a buscar en Youtube todas las canciones que aparecían en los títulos de crédito hasta que di con ella. Vi que era del 2010 y me pregunté cómo era posible que nuestras vidas no se hubiesen cruzado antes.
Me gusta todo de ella: la introducción lenta, mecida en las olas, el falsete carismático, la base certera y juguetona (ay, esos mini redobles), las pequeñas subidas de intensidad de la música al final de algunos versos, el fraseo, tan bien acompasado con el ritmo, el verso las cosas que me das por qué me las quitas luego, la desolación misteriosa del puente, el rap (¿rap?) de la estrofa final... Pero lo que de verdad me vuelve loco, lo que me hace efervescer de felicidad, es esa superposición progresiva de hasta tres (!!!) voces cada una cantando una estrofa distinta. La belleza de los recursos simples.
Así que no he parado hasta aprenderme la letra de memoria. Esa estrofa final tenía que ser mía. ¡Soy tan feliz! Quiero estar con ella a todas horas. Cuando no puedo tenerla a mi lado, la tarareo para recordarla.
Aunque últimamente he notado que una vecina de su mismo disco me sonríe al pasar. Esta:
Lo contrario a la grima. Eso es lo que me produce esta canción. Un calorcillo interno, entre el tórax y el abdomen, que se difunde hacia las extremidades, como si me hubiese comido un pequeño sol. Y no acabo de entender el motivo (¿el truco?). Sé que tiene mucho que ver con las guitarras crepitantes del principio y con las notas sostenidas al fondo por el órgano. Pero creo que en realidad todo, TODO contribuye. No hablaré de capas de sonido superpuestas, no. Aquí no hay capas, aquí lo que hay es un auténtico edredón. Y vaya si abriga.
Parece hecha de retales de distintas telas cosidos juntos. O de papeles de regalo que tenían guardados porque, de lo chulos que eran, incluso ya daba pena rasgarlos al despegar los celos. Y es que sabían que si los pones todos juntos, los retales o los papeles, no te puedes equivocar: ahí hay buena materia prima. Aunque, claro, siempre hay algún estampado, algún color que llama la atención más que otro. En este caso, los de la chica. Para enmarcar.
Se te cae al suelo una canción de Burt Bacharach (pongamos Hoping and Wishing) y tienes la mala suerte de que se te rompe. Horror. Pero llegan unos amables músicos de Marte, pegan las piezas, rellenan los huecos y te dejan la canción aceptablemente melódica y armoniosa para cualquier oído terrestre aunque se noten las rugosidades de la argamasa marciana.
A algo así suena esta canción. El comienzo de un nuevo género musical, dice alguien en los comentarios de YouTube. Y tiene razón, solo que el género ha empezado y terminado con ella.
Puesta al sol en primavera, esta canción refulge como no lo haría en invierno. Todo en ella promete un verano feliz: ese sonido de asfalto recalentado, ese zumbido de cigarras al fondo, esos coros recién levantados de la siesta y, sobre todo, ese magnífico estribillo con insolación.
Si van al Youtube verán que este vídeo tiene la friolera (ejem) de 1.122 reproducciones y 7 megusta.
¡Pfff!
Vaya una mierda de carta de presentación en este nuestro amado cibermundo, ¿no?
Y sin embargo esta canción del año 2001 (han leído bien, año 2001) suena a clásico por los cuatro costados. Basta escucharla una vez para tener la sensación de que siempre ha estado ahí, con esas sonajas pandereteras (como de otros tiempos), con esa cigarra (no sé cómo se llama el instrumento pero ustedes ya me entienden), con ese piano (sí, un piano que hasta a mí me gusta), con esos coros (¡qué coros!), con esa trompeta (de nuevo, una trompeta gloriosa) y, sobre todo, con esa claridad veraniega tan de sábado por la mañana en California.
Esta canción no espera al estribillo para dar lo mejor de sí. La primera melodía que se oye, la de la estrofa, ya quema. Como el hielo. No hace falta saber inglés para darse cuenta de que esta mujer nos cuenta, nos canta, algo muy pero que muy triste y que lo hace con toda la resignación de la que es capaz. Que no es mucha, si atendemos a los instrumentos. En el transcurso de la canción (porque esta canción transcurre) van apareciendo unas cuerdas ardorosas, bajo, clavicordio, viola, chelo, violines, que apuñalan y revuelven las entrañas como sólo las cuerdas saben hacer. Para colmo, hacia el final (spoiler), se levanta al fondo una trompeta escalofriante que da ganas de arrancarse el corazón con las manos y/o tirarse a una tumba abierta para ir directito al cielo. No, repito, lo mejor no está en el estribillo. El estribillo, en realidad, casi es un alivio en comparación con el resto.
El otoño está hecho de la misma madera que arde en canciones como esta. Al verano le queda poco, así que no es mal momento para escucharla e ir pensando en salir a por leña.
Esta canción habría que aprendérsela de memoria y estudiarla. ¿Cuántas veces interviene la flauta? ¿En qué momentos lo hace el órgano? ¿Qué papel desempeñan los platillos de la batería? ¿Cuántos riffs de guitarra y bajo se superponen? ¿Suena una pandereta? ¿Una caja china? ¿De qué color es la armonía de las voces en los coros? Esta canción no sólo es música, también es arquitectura. Y no está hecha para poner de fondo, no, está hecha para ser recorrida.