1. A quien no le guste
El gran Gatsby que ni lo intente con
Los misterios de Pittsburgh. Sería como intentarlo con Brian De Palma cuando a uno no le gusta Alfred Hitchcock. Con Marta Sánchez cuando a uno no le gusta Madonna.
2. Me temo que este símil que les copio a continuación se ha quedado irremediablemente grabado en mi memoria, a pesar de lo desastre que soy para recordar citas, diálogos de películas y textos en general (algún día les contaré mi drama escolar con el recitado de un poema infame de Vicente Aleixandre):
[Les pongo en antecedentes: un chico al que acaba de conocer ese mismo día propone al protagonista ir a un club gay, el protagonista recuerda que en el pasado tuvo dudas sobre sus gustos sexuales pero de algún modo decidió que no era homosexual; sin embargo, al mirar al chico... esa piel... esos ojos... ]
Sentí algo. Aleteó en mi pecho como un murciélago que entrara en una casa, me horrorizó por un instante y luego se desvaneció.
[Traducción de Marcelo Cohen.]
¡Ay! El murciélago intruso y el horror.
(A veces también basta con una polilla gorda.)
3. Me sobra la subtrama de la mafia, que solo está ahí para que al final ocurra algo que a ningún lector de bien le importa lo más mínimo que ocurra. Me sobra también un personaje —pesadísimo— que es como una mezcla estomagante entre el «Chico de la moto» de
La Ley de la Calle y un
Ferris Bueller post high school. Me sobra tanto como los berberechos en el arroz. Pero no por eso dejo de comerme el arroz con gusto.
4. No. No les recomiendo esta novela si buscan ustedes personajes a los que querer.
5. Recuerdo que mi padre me dijo una vez que
La ventana indiscreta es una de las películas que mejor transmiten la sensación de verano caluroso en la ciudad. Si tuviese hijos —que no los tengo (les tengo a ustedes, je)— les podría decir que este es uno de los libros que mejor transmiten esa sensación de libertad del primer verano que pasas a tu aire, sin la vigilancia de tus padres.
6.
Los misterios de Pittsburgh está considerada una de las dos o tres peores novelas de Chabon. Incluso el propio autor no la tiene en mucha estima, según dicen. Es la obra de un principiante (¡25 años!) en quien se adivina, eso sí, un gran talento. Mi primer Chabon. Me relamo solo de imaginarme todo lo que me queda por disfrutar.
7. Las doce últimas líneas de la novela habrían hecho sentir a F. Scott Fitzgerald el orgullo del maestro ante el alumno aventajado.