Sí o no, sin términos medios, porque somos personas, no bisectrices.
Pícnic extraterrestre, de Arkadi y Borís Strugatski
Voy a empezar intensito: hay escenas en esta novela que te borran de la realidad y te transportan a LA ZONA, convertido en un personaje más en busca de tecnología extraterrestre. En serio, cada vez que un stalker pisa LA ZONA, el lector se va detrás de él con el corazón en la boca, y se agacha si hay que agacharse, se arrastra si hay que arrastrarse y aguanta la respiración si hay que aguantar la respiración. Son tan potentes esas escenas que no importa que las demás sean más flojas. Porque el lector vuelve de LA ZONA encendido, pletórico, y hasta con ganas de ver la peli de Tarkovski (161 min.) solo por pasar más tiempo allí.
Cráneo de azúcar, de Charles Burns
Si alguien me preguntase por mis cinco novelas favoritas o por mis cinco cómics favoritos, yo no respondería —como tanta otra gente— "¿solo cinco?". No. Yo no. Yo ni siquiera tendría que pensarlo. Los soltaría uno tras otro, seguidito y sin dudar. Pim, pam. ¿Por qué lo tengo tan claro? Pues porque para mí una definición de novela o de cómic favorito podría ser "novela o cómic que releo periódicamente", y no hay tantos cómics o novelas que relea periódicamente. Uno de ellos es
Agujero Negro de Charles Burns, autor de cabecera en este blog (literalmente). De momento es pronto para decir si la trilogía a la que pertenece
Cráneo de Azúcar podría convertirse en otro favorito, pero sí que es cierto que algunas partes me las he leído hasta tres veces (cada vez que salía una nueva entrega me releía las anteriores) y las tres veces las he disfrutado. De hecho, diría que es un cómic que requiere varias lecturas. Burns embarulla la narración con saltos en el tiempo, escenas oníricas, elipsis, y aunque al final el hilo de la historia queda bastante claro, hay que prestar mucha atención para captar todas las referencias, las metáforas y las rimas internas —porque sí, hay viñetas que riman— que Burns ha ido dejando.
Cosas que los nietos deberían saber, de Mark Oliver Everett
Uno de los consejos que se suelen dar para que un blog tenga más visitas es este: aumenta el contenido autobiográfico. Habrá quien diga que no, pero nos gusta que la gente nos cuente su vida, si lo hacen bien.
Cosas que los nietos deberían saber consigue que parezca fácil. Mientras lo leía no dejaba de pensar que todo el mundo debería escribir un libro contando su vida. Todos esos libros se guardarían en una biblioteca, gigantesca o virtual (ya discutiremos el formato), que modestamente podríamos llamar La Biblioteca de la Humanidad. Imagínense las miles de horas de diversión asegurada para cualquier extraterrestres que se dejase caer por el planeta azul. En fin, vuelvo a lo que estaba. En realidad Mark Oliver Everett no nos cuenta su vida. No toda. Se centra principalmente en su relación con la música. Mientras leía el libro y pensaba en la Biblioteca de la Humanidad también tenía tiempo para picotear vídeos en Youtube. Creo que no me voy a hacer fan de la música de Everett, pero en cambio podría hacerme fan de su forma de escribir.
N de nudo, de Sue Grafton
Mi primer Grafton.
En el lado malo:
- ritmo muy lento (la investigación no avanza prácticamente nada hasta el último cuarto de la novela),
- narración demasiado exhaustiva (¿es necesario que nos cuenten todas y cada una de las veces que la protagonista se cepilla los dientes? ¿que nos describan la ropa que lleva en cada momento, pijamas incluidos, y la decoración de todas las casas en las que entra, tipo de suelo, color de las paredes y del sofá?)
- una vez se descubren las claves del caso no resulta verosímil que la protagonista haya tardado tanto en dar con ellas (¿a qué esperabas para hacer esa pregunta, querida?),
- la sorpresa final es predecible (es ridículo que coja desprevenida a la prota).
En el lado bueno:
- investigadora con carisma,
- sentido del humor socarrón,
- investigación transparente.
Parecerá mentira pero lo bueno gana a lo malo.
Microsiervos, de Douglas Coupland
Retengan este dato:
Microsiervos fue escrito en 1995, cuando la mayoría de nosotros no teníamos ni dirección de correo electrónico. Yo lo he leído en continuo estado de sorpresa:
1. No ha envejecido ni un ápice, a pesar de que trata básicamente sobre el papel de los avances tecnológicos en nuestras vidas (¡y cuánto no habrá avanzado la informática desde 1995!).
2. Anticipa el estilo frívolo, egocéntrico, fragmetario, plagado de listas y de referencias pop de la mayor parte de lo que se escribe en internet hoy en día. Está escrito en forma de diario, pero podrían ser entradas de un blog.
3. Se basa fundamentalmente en la cháchara cotidiana de un grupo de compañeros de trabajo —más adelante amigos— informáticos. Apenas hay historia y, a pesar de eso, no cansa lo más mínimo. Al revés, da pena llegar al final (¡y hablamos de 400 páginas!).
4. No profundiza en nada —repito, en nada— pero es muy pero que muy estimulante.
5. Coupland escribe para mí. Su estilo se ajusta a mi temperamento de una forma casi vergonzosa. Vergonzosa porque muy poca gente lo encontrará ejemplar (esto último es un aviso).
El año más violento, de J. C. Chandor
¿Recuerdan esa sección del blog llamada
Pequeños problemas éticos que tanto me gusta hacer (por los comentarios que me dejan ustedes luego, claro)? Pues esta película es una especie de gran problema ético que el protagonista trata de resolver a su manera, intentando ser fiel a sus principios, sean estos más o menos acertados (he ahí la cuestión). No es una película moralista pero sí que está atenta a la dimensión moral de los actos de los personajes. Y ya solo por eso me cae simpática.
Whiplash, de Damien Chazelle
Ya han salido expertos diciendo que cualquier parecido de
Whiplash con la vida real de un batería de jazz es pura coincidencia. Lo intuíamos, ¿no? Todos los años aparece algún estudio que desmiente que Mozart y Salieri fuesen enemigos jurados. ¿Le quita eso algún mérito a
Amadeus? Por supuesto que no. Pues lo mismo con
Whiplash. Que conste que Whiplash no me parece un peliculón. La encuentro un pelín ridícula y no comulgo con la filosofía de fondo. Pero sí me parece un triunfo del ritmo cinematográfico.
Vacaciones, de John Francis Daley y Jonathan M. Goldstein
Con la comedia no vale luego echarse atrás: si te ríes es que funciona. Yo no me había reído tanto con una peli desde
Bob Esponja: Un héroe fuera del agua. Todos los gags del coche y del hijo mayor son tronchantes. Humor grosero, sí, pero efectivo. Además sale Christina Applegate, una debilidad de este servidor desde
Matrimonio con hijos.
No es mi tipo, de Lucas Belvaux
Él, un profesor de Filosofía mortecino que no cree en el concepto tradicional de amor. Ella, una peluquera vitalista, fan de Jennifer Aniston, que busca al hombre de su vida. Suena a comedia romántica bobalicona en la que uno de ellos acabará rescatando al otro (adivinen quién a quién), pero no: no es tan cómica, no es tan romántica y no es nada bobalicona. Los personajes empiezan siendo puro estereotipo, eso sí, pero poco a poco el contraste se va cargando de matices y, al final, la película acaba ofreciendo una visión bastante veraz de los comienzos de una relación amorosa. Y la sorpresa: hoy por hoy, Emilie Dequenne es la actriz con más encanto del universo.
Mr. Vértigo, de Paul Auster
El comienzo es prometedor —"Yo tenía doce años la primera vez que anduve sobre el agua"—; sin embargo, todo lo que viene después está contado con tal torpeza que le mina a uno las ganas de seguir leyendo. Un ejemplo:
En el segundo capítulo el protagonista nos dice que, después de irse a vivir a una granja con el tipo que le había prometido enseñarle a volar, intentó escaparse hasta en cuatro ocasiones, sin éxito. Unos párrafos más adelante nos empieza contar uno por uno esos cuatro intentos. Se podría pensar que, ya que el narrador se ha cargado el suspense del asunto (que no, que no va a conseguir escaparse), al menos el relato tendrá un poco de gracia o aportará algún dato importante para el desarrollo de la historia. Pues no. Resulta tan entretenido como si yo les anuncio que voy a contar cómo me he preparado un tazón de cereales para desayunar y a continuación voy y les cuento cómo me he preparado un tazón de cereales para desayunar: he cogido el tazón, he cogido el paquete de cereales, he echado un puñado de cereales en el tazón, he cogido el cartón de leche... Pues casi toda la novela vuela así de bajo. De hecho, en cuanto aparece algo mínimamente interesante (un personaje, un escenario, un acontecimiento que se vislumbra en el horizonte), va Auster, lo hace desaparecer sin más y pasa a otra cosa aburrida. Como tortura, muy buena.
Diario de un álbum, de Dupuy y Berberian
Van Dupuy y Berberian y le dice Dupuy a Berberian: oye, Berberian, se me acaba de ocurrir, ¿y si hacemos un cómic sobre las cosas que nos pasen mientras estemos haciendo otro cómic, el que tenemos bajo contrato? Berberian contesta: me gusta la idea, Dupuy, pero tengo una duda, ¿cuál de los dos cómics será el bueno? Dupuy dice: el otro, por supuesto, que irá bien dibujado y en color y todo; este es en blanco y negro, para anécdotas que nos pasen y tal. Berberian: ah, vale, ya lo pillo, que uno lo pensamos y el otro no. Dupuy: muy bien, Berberian, ¿ves que bien nos entendemos?, si por algo trabajamos juntos...
Star Wars: El despertar de la fuerza, de J. J. Abrams
A veces se nos olvida: las primeras películas de
Star Wars eran para niños, adolescentes y similares. ¿Conocen ustedes a algún adulto —adulto ya por aquel entonces— que flipase con ellas? Yo tampoco. ¿Sus padres le hicieron el menor caso a Han Solo y compañía? Los míos tampoco. Por eso no entiendo a esos fans de toda la vida que se tiran de los pelos por las supuestas traiciones de George Lucas. ¿No se dan cuenta de que es inútil pedirle a la franquicia que les transporte a las sensaciones de entonces? ¿No ven que lo que se ha perdido por el camino no es el espíritu original de la serie sino su infancia? Escuchad, niños de antaño: ya tenéis la perfecta actualización para adultos de
Star Wars. Se llama
Juego de Tronos. Va siendo hora de que cambiéis de juguete. Esta introducción es para que entiendan que no hay en mi cuerpo ni una sola gota de nostalgia en lo que a
Star Wars se refiere. Si no me ha gustado
El despertar de la fuerza es por otra cosa. Creo que fue Capra quien dijo que para que una película sea buena debe tener al menos una escena memorable. Lo suscribo. No basta con eso, claro está, pero es difícil que una película que no cumpla ese requisito me provoque algo más que indiferencia. Pues bien,
El despertar de la fuerza no tiene ni una sola escena memorable. No digo más.
El renacido, de Alejandro González Iñárritu
Alejandro González Iñárritu tiene la cantidad justa de Lars von Trier que Hollywood es capaz de digerir. Hollywood puede. Yo no. No sé si a ustedes también les pasa (supongo que sí) pero cuando una película no me está entreteniendo demasiado y no tengo sueño, empiezo a buscarme distracciones alternativas: me fijo en detalles tontos del vestuario o de los escenarios, busco incoherencias en el guión, me imagino al equipo de rodaje al otro lado de la cámara, intento adivinar cuántas veces habrán tenido que repetir una escena... Pues con esta película es más entretenido distraerse así, de este modo, que prestar atención a la historia (ay, la escena del caballo, cuánta diversión periférica hay ahí). Una cosa que me tuvo obsesionado todo el tiempo: ¿cómo es posible que, con el frío que hace, los personajes se anden metiendo en el agua cada dos por tres completamente vestidos? ¡Y luego salen y siguen caminando por la nieve como si tal cosa, sin poner los pies al fuego para secarse ni nada! Eso es de catarro para arriba.